Poesía
Como granos de arena en el desierto que somos
El más pequeño de 14 hermanos nació cuando su padre contaba 70 años. De niño, no sabía si aquel hombre taciturno, arrugado, era su abuelo o su progenitor. Casi siempre callado, lo poco que decía dejó en él una huella indeleble.
En un pueblecito marroquí con vistas al Atlántico, con sus casas blancas y azules, aquel anciano le contaba al chico relatos del desierto, donde él había visto la luz. Le hablaba de la noche, del Río de oro, imágenes encerradas en unos relatos espirituales entroncados en su ascendencia sufí.
Todo aquello conformó la persona que es El Arbi El Harti, la que fue y la que será, siempre una y muchas. Y todo aquello le ha servido para componer su Utopía del desierto (Celya), un libro de poemas en el que el amor se asimila a la inmensidad de las dunas y la arena como medio de “búsqueda de los espacios identitarios, de la pertenencia”.
“A través del amor he intentado buscar qué significa la palabra orígenes”, explica el escritor y activista cultural (Asilah, 1963), que también es catedrático de la Universidad Mohamed V de Rabat. “Como miembro de una familia muy numerosa, tomé conciencia de la existencia a través de muchos hermanos que ejercían de padres, y de un padre mayor y místico, que me decía: 'tú eres el desierto, eres un azor. Eres un hombre libre”.
No fue sino con el paso de los años que aquellas palabras comenzaron a cobrar sentido en su cabeza. “Fijaron en mí las pautas de lo que sería mi persona 30 años después”, una cosmovisión enfocada en el carácter absoluto de la vida y del ser humano, también como individuo. “Todos estamos hechos de diferentes partes, pero somos universales por naturaleza: aunque nos quieren reducir a un átomo, cada ser humano es un universo”.
Las imágenes del desierto copan las páginas como lo hacen la noche y el agua, elementos que construían los relatos de aquel padre abuelo. “La noche es paradigma de la introspección”, señala, “para volver a nuestro mundo interior tenemos que apagar las luces de nuestra consciencia y entrar en el universo irracional y así articularlo”.
Las noches del desierto, con sus “estrellas y su luna” que rasgan “la oscuridad absoluta” son además “referencias narradas por este padre que yo he convertido en reflexión sobre mis propios orígenes”.
El escritor El Arbi El Harti.
El agua simboliza esa idea de que “todo fluye, nada es inmóvil”. Esto es, que “no existen identidades marmóreas”. “Si me comparas con mi abuelo, que vivió en los años 20 en el desierto marroquí, no tenemos nada que ver: él era un hombre pobre, culturalmente muy diferente, pero él tenía algo mío y yo algo suyo, y la grandeza de la humanidad es esa”.
Plasmar estas reflexiones en verso libre ha sido en esta ocasión su modo de “rechazar unos extremismos que no sé a dónde quieren llevarnos”, como antes lo fueron relatos como los recogidos en Después de Tánger, libro ganador del Premio Sial de Narrativa de 2002 en el que se guardan narraciones que, con distintos medios y formas, exploran las mismas nociones que Utopía del desierto.
“Todos somos tres o cuatro ideas vistas de diferentes maneras en función de los contextos y los ánimos, y que vamos adaptando a nuestra evolución vital”, apunta el autor, que publica con este su primer poemario. “La misma convicción del fluir me lleva a pensar que escribir es un placer que se genera en el instante, además de que se puede ser poeta de diferentes formas”.
Nacido en Marruecos, El Arbi El Harti se crio entre el árabe, el francés, el inglés y el español que le hablaba su padre al referirse a aquel “Río de oro” que él imaginaba en su sentido literal pero que resultó ser “un riachuelo en El Aiún”. “Escribo en español porque es la lengua de mi educación sentimental, es mi patria literaria”, un país compartido con un ilustre marroquí de adopción, el reciente Premio Cervantes Juan Goytisolo.
Inserto en sus fronteras móviles escribe, por ejemplo, que Ya lo sabes./ Todo lo que pueda decirte/ son solo fantasías que nacen/ a borbotones/ de las ojeras/ de la soledad./ Mi padre, beduino de nacimiento,/ dominó el desierto/ Hoy, a los ciento dos años,/ transporta en sus ojos cansados/ una fuente azul de retama/ y un palmeral de sueños/ en la mirada.