Fotografía
La Guerra Civil según el fotógrafo de Mauthausen
"Si a mí me hubieran preguntado que, de encontrarme unos negativos sin identificar, de quién querría que fueran, no lo hubiera dudado: de Francesc Boix". Habla Ricard Marco, fotógrafo de la Biblioteca Nacional de Catalunya y profesor de fotografía documental. Y se refiere a un compañero de oficio que resulta el ejemplo perfecto de la utilidad de esta última. El catalán Francesc Boix entró en el campo de concentración nazi de Mauthausen en 1941, con solo 21 años, y gracias a sus conocimientos sobre fotografía se las ingenió para ser enrolado en la sección que se encargaba de inmortalizar sádicamente el campo. Los negativos que robó sirvieron para acreditar las atrocidades del régimen nazi que aun hoy muchos niegan, y él fue el único español en testificar en Núremberg. Pero Mauthausen no fue lo único que fotografió: antes de vivir la II Guerra Mundial, Boix vivió la Guerra Civil. Y gracias a ello, Marco pudo cumplir su sueño.
El libro Los primeros disparos de Francesc Boix recoge el hallazgo de la asociación Fotoconnexió y la Comissió de la Dignitat —con el apoyo de la cooperativa Ara Llibres, editora del volumen—, que en 2013 se hicieron con un conjunto de casi 1400 negativos por entonces anónimos. Atribuidas en un principio al reportero Joan Andreu Puig Ferrán, algunas de las imágenes se publicaron en prensa poco antes del verano. El equipo, formado por una veintena de personas que se encuentra detrás del proyecto de forma altruista, recibió entonces una llamada. Alguien afirmaba que eran sus abuelos los que aparecían en una de esas fotos, y que la familia tenía una copia. Al dorso se leía: "Vista de Montse y su marido en la fotografía acompañando a un grupo de chicas de la sección femenina de las JSU (...). Fotografía hecha en Vilanova de Meià por el fotógrafo de la división Francesc Boix". Ahí estaba el fotógrafo de Mauthausen.
En la portada, un jovencísimo Boix —cuando tomó las fotografías tenía entre 17 y 19 años— apunta por la mirilla de una ametralladora. Esa sería su vida: mirar, desde detrás de una cámara o de un fusil. Y esa es la potencia de sus fotografías. Boix no es un reportero de guerra, sino un soldado o un preso que retratan lo que les rodea. "Él convivía con todos y era uno más, la suya es una visión muy cercana y muy del día a día. No es una visión épica", cuenta Marco, parte de Fotoconnexió y uno de los encargados de la conservación y catalogación de los negativos, que fueron cedidos al Arxiu Nacional de Catalunya el pasado septiembre. Aunque hay imágenes de la instrucción de las tropas y de maniobras en los frentes del Ebro y el Segre, o imágenes de mandos republicanos como Jaume Girabau o Nicanor Felipe, las que más le interesan son las que reflejan la vida cotidiana de los soldados en el frente, pero también entre los civiles de los pueblos de Lleida, de Teruel.
Soldados del Ejército Popular de la República bailan con unas muchachas de la Aliança Nacional de la Dona Jove en Santa Maria de Meià, junio de 1938.
Se ve a los soldados segar el trigo y arar el campo dentro del Plan de las tres cosechas, que se pretendía obtener cereal, legumbres y patatas en un mismo año de una misma parcela, para suplir las carencias de la zona republicana, que aun rica en aceite, arroz y verduras carecía de esos alimentos básicos. O a miembros del Ejército Popular pelando mazorcas en un corro aparentemente despreocupado. O a "campesinos huyendo del fascismo", según palabras de Boix, con todas sus posesiones en un carro tirado por mulas. O un baño en el río. O un partido e fútbol en el que una mujer hace el saque de honor. O un baile entre soldados y mujeres integrantes de la Aliança Nacional de la Dona Jove. Las fotografías, que ya han sido expuestas en el Institut d'Estudis Ilerdencs de Lleida, llegarán a Barcelona en 2018.
Escenas, pese a la guerra, infinitamente más festivas de las que vería en Mauthausen. El militante comunista se convertiría en el Spaniaker —así llamaban los nazis a los presos españoles— cuyos 20.000 negativos robados gracias a la colaboración de una vecina del pueblo, de los que solo se conservan 1.000, constatarían las condiciones de las 200.000 personas que pasaron por allí. Solo sobrevivieron la mitad, entre ellos Boix, que fallecería en 1951, a los 30 años, por una tuberculosis. Cruelmente, los supervivientes de los campos vieron sus cuerpos sometidos a tales extremos que, una vez fuera, no les aguantaron mucho más. Su vida fue primero investigada por la historiadora Montserrat Roigen 1977 y luego por Benito Bermejo. Se ha narrado en los documentales Un fotógrafo en el infierno y Las dos guerras del fotógrafo Boix. La obra de teatro El triángulo azul narraba su labor en el campo. Pero el sonriente Boix de las fotos —de uniforme, junto al líder del PSUC Gregorio López Raimundo, en el Hotel Colón de Barcelona antes de partir al frente— no sabía lo que le esperaba.
Maniobras militares con máscaras antigás de los soldados republicanos. Guerra Civil. Junio de 1938.
Cuando los sublevados ganaron la guerra, el combatiente-reportero cruzó la frontera hasta Francia, donde fue internado en el campo de Argelés. Los investigadores creen que fue allí donde extravió o entregó las cajas de negativos, que contienen otras 700 imágenes tomadas por quien parece ser Bartolomé Boix, su padre, también aficionado a la fotografía —aunque su identidad no está confirmada—. A partir de entonces se les pierde la pista. Aparecen de nuevo en 2010, cuando el ciudadano francés Raymond Puech, que los había adquirido años antes en un anticuario de Perpiñán, se los ofreció a varias instituciones primero, intentó luego venderlos por 25.000 euros —el Arxiu Nacional de Catalunya se interesó, asegura, pero no pudo pagarlos— y, de nuevo en 2013, por 7.500 euros. Ahí estaban las asociaciones mencionadas y medio centenar de ciudadanos que compraron el fondo sin conocer quién los firmaba.
Detrás de las anotaciones a mano, imprescindibles para localizar las imágenes y para identificar a su autor, estaba Francesc Boix. El fotógrafo que, antes de verse obligado a documentar el horror, retrató a esos soldados jovencísimos que esperaban volver del frente. Y enviaba copias a sus familias "en color crema, si puede ser".
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