Escritora, pintora, prostituta: la narrativa 'personal' de Grisélidis Réal
El negro es un color. Una autobiografía
Grisélidis Réal
Edicions Bellaterra (2008 - 259 páginas)
Me di cuenta de lo que había hecho: había creado un personaje
En una crónica periodística, recogida en su libro Lo que quiero decir, Joan Didion habla de una sesión de Jugadores Anónimos. Querían curarse de su adicción. Por encima de sus propias actitudes sobrevolaba algo que se parecía ridículamente a un milagro. Y lo que llamaba la atención a quien narraba la historia era una palabra muy repetida: se trataba principalmente, y casi como único objetivo, de alcanzar la serenidad. No paraba de repetirse la dichosa palabrita. Al final la voz que cuenta la historia sonó como un portazo: "Salí a toda prisa, antes de que nadie pudiera volver a decir serenidad, que es una palabra que asocio con la muerte, y después de la fiesta me pasé varios días en los que solo quise estar en sitios con luces potentes y donde nadie contara los días".
Sirva el párrafo anterior de prólogo para la historia que cuenta Grisélidis Réal en El negro es un color, un libro de los que, si no yerro demasiado, llama Vivian Gornick "narrativa personal". Textos que entrarían dentro de lo que podríamos llamar, y ella lo llama, "ensayo autobiográfico" o "memorias". La búsqueda de una historia es —en esos textos— el hallazgo de un yo que se funda con el personaje protagonista, que ese personaje no se convierta —como sucedería en la ficción— en un "suplente" del yo que revelaría la esencia de lo narrado. No es el personaje que construye Grisélidis Réal en su libro un protagonista que sustituya a nadie. Se funden los elementos que dibujan el paisaje, las situaciones que se desarrollan en ese paisaje, las noches a la intemperie y los golpes que sufre a manos de hombres violentos en carreteras cubiertas de nieve, las huidas con sus dos hijos a través de varios países, de hoteles de mala muerte, de casas que como la Gran Casa Roja encierran en sus cuartuchos siniestros el dolor de unas vidas de mujer que son alimento para las violaciones, y a veces, como le pasa al personaje que cuenta —ese yo, ese yo que es la propia historia hasta fundirse en ella—, también para el amor. Un amor que para la mujer que se prostituye desde hace años resulta, más que una tabla de salvación, un abismo más al que abocarse sin que ninguna coraza asegure su salvación y la de ninguno de los suyos.
Los suyos: esa gente que se va cruzando en su camino. Los soldados negros que viven en un cuartel de Múnich y serán, en sus permisos casi carcelarios, clientes que pagan barato la supervivencia de las mujeres sometidas a la devastación. La población zíngara que, con Tata y Sonja, su mujer, a la cabeza, se convierten en esa familia que nunca tuvo. Esa grandiosa Big Mamma Shakespeare que concedía una frágil seguridad en las madrugadas del miedo. Y Rodwell, el soldado negro que será ese amor-abismo que nunca se irá de su memoria: "Ronnie. Dios negro de piel abrasada y calcinada, de perfume de orquídea y de jengibre, de sexo como un gran lirio negro. Ronald Rodwell de rostro de pantera, de frente lisa de orquídea, de gruesos labios agrietados como una corteza. El iris violáceo de tus ojos es un pozo profundo, es mi noche, mi alcohol, mi droga". No sabía nada de este libro. Ni de su autora. Hace unas semanas, en Grenoble, mi amigo y catedrático de Literatura Española Jean-François Carcelen, me anotó una lista de tres o cuatro libros y los nombres de quienes los habían escrito. Uno de esos libros era El negro es un color. El nombre de la escritora: Grisélidis Réal. No tenía ni idea.
Fundido en negro
Había nacido en Lausana. Familia burguesa que viajaría, por el oficio del padre, a Alejandría y a Atenas. Aquí murió y la familia regresó a Suiza. Se llevó fatal con su madre autoritaria. Se caso dos veces. Tuvo un hijo cada vez. El tercero lo tendría con un hombre fuera del matrimonio. El destierro. Ese calvinismo que ella rechazó de una manera contundente. Coge a sus hijos y con Bill, un negro esquizofrénico, huye a Alemania. "Una especie de infancia nos tiene a los cuatro unidos, en medio de un mundo de leyes que no nos conciernen": como si estuvieran huyendo con Vámonos y Chavela Vargas de solemne compañía. Ahí empieza este libro que a ratos has de abandonar porque el horror te deja sin fuerzas. Imposible gestionar tanta desesperación, tanta violencia, tan demoledor relato de una vida como la de la protagonista, como las de las mujeres que va encontrando en su largo viaje hacia la noche. "Siempre he amado a los negros": así comienza esta historia. Y es como si en ese amor se hubieran fundido también la otra negrura y la sordidez de su propia existencia. La diáspora incesante, de ninguna parte a ninguna parte. Siempre con los hijos a rastras, como si la vida o ella misma se los estuviera dando y quitando a cada paso. Ahora que se habla de la maternidad. De eso la han acusado siempre: la mala madre que era Grisélidis Réal. El libro es un ejemplo de esa complejidad que hoy está siendo tan discutida: el feminismo, la maternidad, la prostitución. En todos esos debates pueden entrar El negro es un color y la misma escritora. No sé cuánta gente ha leído este libro. Es de 1974, publicado casi clandestinamente. Después, en 2008, lo reeditó Gallimard en Francia. La edición de Bellaterra es de 2008. La suerte de los libros y de quienes los escriben las decide el mercado. No sé si tuvieron mucha suerte aquí la escritora y su libro. Seguro que poca. Bueno, eso creo.
Defendía Grisélidis Réal la prostitución. Consideraba que llevaba a cabo una labor social. Y también podía ser una elección. Se llamaba a sí misma "puta revolucionaria": "No nos rendiremos. La lucha continúa, atraviesa los océanos, quema el papel, las pantallas, los muros. Nunca más recorreremos las calles como bestias acosadas, no nos violarán más, ni en los coches, ni en ninguna parte". Pero las violaciones seguían. Y los golpes. Y esa especie de síndrome de Estocolmo en el lado de las mujeres golpeadas. También era una artista plástica y una gran escritora. El libro que les estoy contando es una muestra de esa escritura a la que se refería Vivian Gornick cuando hablaba del yo como historia. Y de la misma manera en que el personaje de Joan Didion salía de la sesión que reunía a los Jugadores Anónimos dando un portazo porque estaba harto de la palabra serenidad, eso es precisamente lo que hacía Grisélidis Réal cuando la acusaban de romper el orden a que la sociedad en Francia, Suiza y Alemania estaba acostumbrada. No falta la música en los viejos autos, en los tocadiscos, en los bares con los cristales empañados por el frío del invierno. Twist. Jazz. Ese fox-trot en el coche blanco de Tata rodando por las calles de Munich tantos años después: "¡Sí, canta, Tata, canta! ¡Que los viejos dolores se vayan por ahí!".
La escritura y la vida
En 1975 tuvo lugar en París, en una capilla de Montparnasse, la "revolución de las prostitutas". Ahí estaba Grisélidis Réal, dispuesta a no dejarse doblar por ningún daño: "Han pasado treinta años desde mi viaje a Alemania como una paria fugitiva, con mis hijos robados. Ya no tengo un amante negro y mis hijos son adultos… Todo está vivo, incrustado en mi alma y en mi carne: el miedo, los golpes, los negros, la música, el baile, los muros de la cárcel. Como una profunda fraternidad invisible que me une para siempre a los que he amado", escribe el 25 de agosto de 1989. Y sigue escribiendo, ese mismo día: "En París, hace catorce años, en una capilla de Montparnasse, me enrolé en la revolución, con mis hermanas malditas. Desde entonces, nunca las he dejado. La revolución nos ha atrapado y no nos abandonará hasta nuestro último aliento. Abarca el mundo entero".
Cuando acabas la lectura, la cabeza se te ha abierto en canal. Como si no hubieras entendido nada. Una mujer que vive el horror de la violencia machista en aquellos años sesenta y casi hasta su misma muerte a comienzos de este siglo, que ha visto cómo su vida era brutalmente apaleada (recuerdo aquella novela inmensa de Inés Palou, o la escalofriante autobiografía de Marianne Faithfull) en todas sus huidas, que no alcanza en toda esa vida un sólo instante de aquella "serenidad" que contaba Joan Didion. Y sin embargo, a pesar de todas esas mierdas, se convirtió en una apasionada defensora de una de las lacras —seguramente la mayor— que ella sufrió desde que salió de casa huyendo de una madre autoritaria: la prostitución y todo el horror que esa lacra representa. Cómo entender esa defensa. Cómo asumir el papel de lector crítico cuando hay un desacuerdo absoluto entre la escritura que encuentras en El negro es un color y la realidad a que te aboca su lectura. Cómo no pensar en Emma Bovary. En Anna Karenina. En Thelma y Louise. También en Nico o Marianne Faithfull, si nos venimos a lo real. Cómo leer, en definitiva, un libro como éste. Ni idea. Por eso dejo aquí mi absoluta impericia para juntar o desjuntar, en esta ocasión más que seguramente en ninguna otra, la escritura y la vida. Podrán ustedes decirme, mejor, echarme en cara, que haya gastado tanto papel para acabar en nada. Igual es que, algunas veces, para llegar a ninguna parte hay que hacer un tan largo como inexplicable recorrido por las ruinas del mundo.
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Fue Grisélidis Réal la fundadora de la Asociación de Ayuda a las Prostitutas: Aspasia, como la mujer, real o inventada, tal vez prostituta en aquel tiempo, que enamoró a Aquiles, el guerrero invencible. Murió en Ginebra en mayo de 2005. Tenía 75 años. La enterraron primero en un cementerio de la ciudad, pero unos años después sus restos fueron trasladados al Cementerio de los Reyes, donde están enterrados grandes personajes. Fue un escándalo ese traslado, como siempre había sido su vida. En la lápida estaba escrito su nombre. Y un añadido: escritora, pintora, prostituta. No sé si Calvino y Borges se removerían en las tumbas vecinas. Seguramente sí. No sé si ustedes ya habían leído este libro, un libro que incita al debate hoy en el tapete de diversas y encontradas propuestas sobre la prostitución, un libro en que el horror y la belleza como decía Rilke van de la mano, como en el bolero de Chavela y José Alfredo Jiménez. Si no lo han hecho, humildemente les sugiero que lo hagan. Humildemente, ya digo. Humildemente.
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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Maquis (Edición 25 aniversario en Piel de Zapa).