El rincón de los lectores
Un mayo de despedidas
En poco más de una semana Francisco Brines recogió el Premio Cervantes y se nos fue. Apenas unos días antes se nos había ido otro premio Cervantes de la misma generación, José Manuel Caballero Bonald (Jerez, 1926). Y también nos han dejado en mayo Joaquín Benito de Lucas (Talavera, 1934) y Jesús Hilario Tundidor (Zamora, 1935). Nadie ha sabido cantar mejor la despedida que Brines, cuya obra empezó y ha terminado en su casa de Elca, en donde están fechados muchos de sus poemas y el libro homenaje que aquí reseñamos. También Diego Doncel le canta a La fragilidad de la vida en el libro con el que ganó el último Loewe y Manuel Rico respira por las heridas de la nostalgia en Cuaderno de historia. Por su parte, María Antonia Ricas afronta estos tiempos difíciles Aprendiendo la lengua de los pájaros.
Desde Elca
Francisco Brines
Pre-TextosValencia2020Pre-Textos
Valencia
2020
"Todo es siempre presente, / pues todo se sucede y nada acaba. / No hay tiempo, solo espacios". Francisco Brines (Oliva, 1932) nos dejó hace unos días, cuando aún estaba caliente en sus manos el Premio Cervantes. Lo había recibido en su casa de Elca, esa casa donde escribió Las brasas, su primer poemario. Hablaba en aquellos versos veinteañeros como si la vida estuviera ya vivida y fuera un hombre anciano el que se asomara a los balcones con nostalgia. En el año 2000, con 68 años, volvió a la misma casa de Elca, esta vez para retirarse en ella, como cerrando un ciclo, el de su vida y su poesía, que se concretó en el más reciente poemario publicado, La última costa (1995). Allí fue adonde le acercaron el Cervantes al hombre anciano que él mismo había anticipado en su primer poemario, como si el tiempo fuese circular, como si no hubiese tiempo, "solo espacios". Para celebrar el evento, sus amigos de Pre-Textos le publicaron un libro que se llama Desde Elca y que recoge muchas de las vueltas que el poeta dio en sus versos al lugar que era su vida: "si estoy en Marrakech, me sueño en Elca". Incluye unos cuantos inéditos. En su dicción pausada y precisa, Brines se describe a sí mismo en soledad, persiguiendo las rutinas familiares que han terminado siendo ecos, sombras: "vivo en la intimidad de la casa vacía, / y en las habitaciones despobladas / puedo escuchar el sonido apagado de la vida". Brines siempre estaba asomándose al atardecer, y hay poemas emblemáticos como "Palabras para una despedida" o "Los veranos" donde plasma el clamor de su propia experiencia. Pero hay muchos otros en los que mira desde el balcón y ni siquiera se ve a sí mismo, días que "destrozó el silencio / y no ha quedado nada para nadie". Y sin embargo, están las flores, su fragancia invencible salvando los veranos: el azahar, el jazmín, las omnipresentes rosas. Y están sus reflexiones iniciales, una auténtica lección de poesía, desde la experiencia mágica, casi sexual de la adolescencia, hasta el estremecimiento de la emoción, la única verdad que sirve en poesía, y que es revelación, antes que para nadie, para el propio poeta.
La fragilidad
Diego Doncel
VisorMadridVisor
Madrid
2021
"Mírame al menos, no te mueras aún, estoy buscándote entre los recuerdos", dice Diego Doncel en La fragilidad. Como colofón ha colocado una cita estremecedora de Yorgos Seferis que explica todo el libro, aunque el libro no necesite explicación: "Qué vigor extraño sientes al hablar con los muertos / cuando los vivos que quedaron ya no bastan". Doncel (Malpartida, 1964) establece un diálogo con sus padres fallecidos o en trance de fallecer, un diálogo que en realidad es un monólogo con sus recuerdos y con la vida entera, porque ahí se resume todo: "Al final, estamos tan llenos de fantasmas / que ni siquiera reconocemos lo que somos". Los poemas se tejen con versos largos, con versículos, que van hilándose en fragmentos, como ventanas que devuelven lo cotidiano muy bien mezclado con metáforas, para intensificar el sentido y elevar la realidad hasta emocionarnos con lo sencillo: "El tráfico sepulta el día con sus faros y sus pilotos rojos. / Hay una sensación de límite, la muerte y yo estamos viendo / los programas de la televisión". Está la vista entumecida con las luces insuales, las de las auroras de hospital, las de las madrugadas de duermevela, el mundo onírico al que nos llevan el cansancio y su desamparo: "los sueños se volvieron tan atroces / que únicamente podíamos soñarlos / poniéndonos pastillas debajo de la lengua". Está la vista, claro, pero sobre todo está, muy bien distribuido, el sentido del tacto, lo último que nos ata a los seres queridos: "Te acaricio la cara antes de que te vayas para siempre, / dejo en el agua el rastro de ceniza de mis dedos para que puedas volver". También encontramos esa sabiduría sin palabras, esa suspensión del yo, que nos remite a la infancia: "Fue entonces cuando oí algo / respirando allí fuera, en los patios traseros, / junto a la ropa tendida hacía mucho tiempo por mi madre, / junto a aquella forma suya de limpiar la casa y ordenar / el mundo como si con ello pudiera detener la historia, / las catástrofes personales y la diaria expulsión del paraíso". Un toque social aquí y otro allí, bien medidos, sutiles, completan el panorama.
Cuaderno de historia
Manuel Rico
Pre-Textos
Valencia2021Valencia
2021
"En sus añosos árboles / —una higuera y dos olmos que venían / del tiempo de la guerra— / el futuro temblaba como mis once años". Cuaderno de historia es el cuaderno de mano en el que Manuel Rico (Madrid, 1952) ha intentado detener el tiempo, la vida que se le escapaba en vivir. Y si no podía pararla, al menos ha intentado contenerla o medirla. De este modo averiguamos que el reloj camina más despacio "en el orden silencioso" del campo que en "el desorden de la vida". En los barrios periféricos, "en las bibliotecas de barrio / de las mañanas jubilares", en "las amanecidas / de todas las ciudades laborables". Seguro que en esos sitios el tiempo no se para, pero al menos tiene uno la sensación de que está viviéndolo, encarnándolo, y le queda el consuelo de dar fe. Por eso, a menudo Manuel Rico se asoma a estos espacios en su cuaderno poético. También da fe del nido que se les ha vaciado de hijos pero aún palpita en la añoranza que dejaron, como palpita en estas páginas el último viaje que hicieron juntos, antes de que la vida los llamara a empresas propias. Ese viaje "dejó su inclemencia y su lluvia / en mi viejo cuaderno. / Hoy pervive en sus hojas / e, incansable, respira como eterno presente". Otra referencia discreta, irremediable, es el gato: "fue la sombra acostumbrada y el silencio / de la tarde y la lluvia. Fue / la negra certidumbre orillada en la colcha / y la muda alegría sigilosa y alerta". Además Rico mide el tiempo a partir de las vidas de sus ídolos, los poetas y los músicos, cuyas ciudades visita ya sin ellos: "dioses que cumplen años / y aunque intocables, envejecen, se cansan / y a veces mueren de un modo natural, / muy poco heroico". Pero donde el tiempo se le encrespa en las manos a Rico y pone a vibrar su identidad, es cuando se asoma embozado a los espejos y se ve turbio de niebla. Y más aún si se compara con su padre. "Vivo en mi padre" es uno de los poemas capitales del libro. Dicen sus versos, entre otras cosas: "soy yo, seguro, mas mi padre, envejecido y solo, / a una idéntica edad, / me mira extraño y me recuerda / lo poco de vida que me queda".
Aprendiendo la lengua de los pájaros
María Antonia Ricas
CelyaToledoCelya
Toledo
2021
Un temblorcillo al entrar
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"El silencio blanco de la lluviosa mañana de domingo que traen los charranes, las gaviotas, los cisnes migrantes. A pesar de las llamadas, de la algazara, no hay otra cosa que silencio". María Antonia Ricas (Toledo, 1957) es una poeta prolífica a la que le gusta asociar sus versos con otras artes. En la última década ha ofrecido poemarios que dialogan con El Greco (2013), con Hopper (2016), con piedras preciosas (2018) y con el arte romano antiguo desde las pinturas de José Antonio Villarrubia (2019). Todos estos libros han ido apareciendo en la editorial Celya en maquetaciones tan cuidadas como los propios textos. Ahora les sigue este Aprendiendo la lengua de los pájaros, dividido en tres partes que se inspiran en pájaros primordiales, en textos antiguos y en las aves tratadas por la pintura o la música. Como cuando Borges hablaba del infierno o de los seres imaginarios desde citas que no sabemos si son reales o inventadas, pero que nos desbordan de sugerencias, Ricas parte de textos enigmáticos que exhalan un ligero aroma oriental. Muchos son bellos en sí mismos. Así describe a Rhiannon: "Diosa celta equivalente a la Artemisa griega. Se aproxima ondulada como una bandada de pájaros, seduce y luego se marcha como un viento leve". La poeta usa estas citas como punto de partida para expandir la realidad que esbozan, con lo que que aventa la imaginación y su abanico de posibilidades. Cuando recrea el Chakon Paciente, dice: "la noche alcanza el clima de un exceso de amor (...) Se parece al agua plateada que se deja tocar por el satélite y salen de ella tímidas criaturas sin nombre". En medio de la leyenda, asoma a veces el entorno de María Antonia Ricas: las campanas de Toledo, los árboles que rodean su terraza y también el dichoso confinamiento durante el que ha ido cuajando el libro: "Esta mañana he visto al jilguero cantando, un cuerpecito diminuto en la rama, y he sentido la lentitud del estrato fino de la niebla, las últimas luces de la ciudad y el gemido de los hospitales. Y todo era porque esperábamos la lengua fucsia de un milagro repentino".
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Arturo Tendero es periodista y poeta. Su último libro es El otro ser (La Isla de Siltolá, 2018). Estas reseñas y otras más de poesía pueden encontrarse en su blog El mundanal ruido.