'Palestina/48. Poemas del Interior': Trauma, desposesión y furia
Como cada 15 de mayo desde hace 76 años, Palestina recuerda el día de la Nakba, la expulsión de gran parte de la población de sus hogares como consecuencia del nacimiento del Estado de Israel en 1948, justo un día después de que declarase su independencia. Coincidiendo con esta efeméride, recuperamos un fragmento de Palestina/48. Poemas del Interior (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2024), de Luz Gómez, que llegó a las librerías el pasado mes de abril.
Esta limpieza étnica de Palestina sobre la que se asienta Israel convirtió a los que quedaron en las fronteras del nuevo Estado en una suerte de apátridas en su propia tierra: son los palestinos del Interior, los palestinos del 48. Esta antología ofrece una selección de tres de sus principales referentes: Rashid Hussein (1936-1977), Samih al-Qasim (1939-2014) y Taha Muhammad Ali (1931-2011).
Ahora, y aunque la invasión de Gaza ha vuelto a colocar a Palestina en un mapa del que lleva desaparecida 76 años, las voces de estos poetas vuelven a despertar la conciencia de identidad y la exigencia de igualdad y reparación de un pueblo maltratado que ha visto desaparecer todos sus sueños.
infoLibre publica el prólogo del libro de Luz Goméz:
Trauma, desposesión y furia
En 1948 a Palestina le borraron el nombre. La proclamación del Estado de Israel por los líderes sionistas la víspera del 15 de mayo de 1948 materializó en el plano institucional la Nakba ("la Catástrofe"), que, sin embargo, venía programándose y ejecutándose desde, al menos, 1896, cuando la Jewish Colonisation Association empezó a fomentar el asentamiento masivo de judíos en Palestina. En 1917 el Gobierno británico dio a la Federación Sionista su beneplácito para "el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío". Es lo que se conoce como la "Declaración Balfour". Desde entonces, la limpieza étnica de Palestina y la desposesión material y psíquica de su pueblo formaron parte de una serie de planes sistemáticos cuyo objetivo era, en palabras del historiador palestino Walid Khalidi, "crear hechos consumados a partir de los cuales se pudiera fundar el Estado de Israel". Para la mayoría de los palestinos, y a pesar de los presagios constantes, se trataba de "un cambio inconcebible", como cuenta, no sin perplejidad, Fouzi El-Asmar, poeta y periodista, en su autobiografía To be an Arab in Israel. No obstante, ya desde la primera emigración sionista a Palestina se organizaron formas de resistencia de la comunidad nativa. En un trabajo pionero, el historiador palestino Abdul Wahab Kayyali exhumó el llamamiento publicado en el periódico Falastin el 29 de marzo de 1914:
Si las gentes de bien no acuden al rescate de los palestinos … su suerte será similar a la de los indios americanos. El sionismo es un Estado dentro del Estado otomano, y pone en peligro la existencia misma de los árabes en Palestina.
En el otoño de 1948, la derrota sin paliativos de las desorganizadas tropas árabes que habían acudido en auxilio de los palestinos, los cuales luchaban con apenas escopetas de caza contra las bien pertrechadas milicias del nuevo Estado, consumó la Nakba. En el invierno de 1949 el armisticio arabo-israelí trazó un nuevo mapa político: lo que aún quedaba en manos palestinas se troceó en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental, con la Línea Verde como delimitación del territorio de Israel. 531 aldeas habían desaparecido arrasadas, 15.000 personas habían sido masacradas y 804.787 expulsadas de sus hogares y tierras. La mayoría se convirtieron en refugiados. Hasta hoy, en que suman 5,9 millones, según la UNRWA. Los 179.000 palestinos que permanecieron en los pueblos y las ciudades del nuevo Estado se convirtieron en una minoría en su propio país, sometida a leyes de excepción. Mayoritariamente estaban concentrados en Galilea y en el denominado Triángulo, la zona comprendida entre Cisjordania, el Mediterráneo y la frontera libanesa, en el lado israelí de la Línea Verde. De ahí que se les llame "palestinos del Interior". Hasta hoy.
El 8 de febrero de 1977 una muchedumbre acompañó los restos mortales del poeta Rashid Hussein al cementerio de Musmus, una aldea de la planicie central de Palestina, donde había nacido en 1936. Se cuenta que a la entrada del pueblo la familia, campesinos, había puesto una pancarta que decía: "Rashid Hussein os da la bienvenida", una frase que retrata al poeta: visionario, directo, entregado, vivo. Rashid Hussein había fallecido una semana antes en Nueva York, en el incendio de su apartamento, y el traslado de su cuerpo fue un problema para Israel. Era ciudadano israelí —Musmus fue anexionada en 1948 al Estado recién creado—, un incómodo ciudadano al que no se le permitió regresar en vida una vez que en 1965 abandonó el país. En el exilio su carisma no menguó, al contrario: si sus amigos judíos, como el periodista Uri Avnery, le llamaban "el primer poeta árabe del Estado de Israel" —también lo motejaban así los archivos policiales—, los palestinos del Interior despertaron con sus versos a la conciencia de su identidad y a la exigencia de libertad e igualdad. Entre los que llevaron a hombros el ataúd se contaba otro gran poeta del Interior, Samih al-Qasim, al que Rashid Hussein había escrito desde el exilio una carta con los siguientes versos:
Nos encontraremos
en la herida de una bandera
en una barca cuyos remos perfilan
la línea del amanecer.
Samih al-Qasim había nacido en 1939. Su familia pertenecía a un clan de hombres de letras, religión y funcionariado de Rama, un pueblo de la alta Galilea. Eran drusos, una minoría musulmana que Israel trató de atraerse en su política de división y sectarización de los palestinos, pues las autoridades israelíes adoptaron desde muy temprano la política de parcelar en grupos comunitarios a los que oficialmente se llamó "árabes israelíes": musulmanes, cristianos, drusos, beduinos, circasianos, cada uno con un tratamiento jurídico diferenciado. De hecho, los drusos, que no el resto de los "árabes israelíes", están obligados a cumplir el servicio militar israelí. Samih al-Qasim fue el primer druso que se negó, lo cual le costó la cárcel en una base militar y la obligación de enseñar hebreo y gramática árabe a otros soldados "de las minorías". En el norte de Israel, entre Haifa, Safad y Nazaret, una región que aún sigue siendo profundamente palestina tras más de setenta y cinco años de anexión y apartheid, transcurrió la vida de al-Qasim, que falleció en 2014. Él mismo se comparó en un poema con el mago Houdini:
El hacedor de milagros que se evadió de los dilemas mortalcabalísticos. De los campos de internamiento. De la errancia. De las matanzas. La Organización de las Naciones había encerrado su patria en una cárcel con mil candados, y cuando salió de ella descubrió que era su cadáver lo que salía, pero que los candados seguían echados.
Por las fechas en que Samih al-Qasim acompañó el féretro de Rashid Hussein, Taha Muhammad Ali era un poeta incógnito. Había nacido en 1931 y no había publicado ningún libro, aunque llevaba escribiendo desde hacía décadas y su tienda de souvenirs en Nazaret era un punto de encuentro de la intelectualidad del Interior. En el panorama de la poesía palestina Taha Muhammad Ali es sin duda una excepción. No perteneció a la llamada "poesía palestina de resistencia", y su incorporación a la escena literaria del Interior —su primera obra se publicó en 1983— se produjo en un contexto muy distinto del de las décadas de 1950 y 1960, años en los que los poemas de Rashid Hussein y Samih al-Qasim se recitaban en festivales y plazas y se transmitían de boca en boca por Galilea y el Triángulo. Sin embargo, Taha Muhammad Ali fue igualmente testigo y víctima de la Nakba que arruinó la vida de todos los palestinos. Algo mayor que Hussein y al-Qasim, era un joven pastor cuando las tropas israelíes tomaron su pueblo. Así lo relata el historiador israelí Ilan Pappé en La limpieza étnica de Palestina:
El escritor Taha Muhammad Ali era un joven de diecisiete años cuando los soldados israelíes entraron en la aldea de Mi’ar el 20 de junio de 1948. Había nacido en la cercana Saffuriya, pero buena parte de su poesía y su prosa actual, como ciudadano israelí, se inspira en los traumáticos hechos de los que fue testigo en Mi’ar. Ese día de junio, al atardecer, vio a las tropas israelíes acercarse disparando de forma indiscriminada a los campesinos que todavía se encontraban trabajando en los campos. Cuando los soldados se cansaron de matar a los aldeanos, empezaron a destruir las casas. Los supervivientes regresaron luego a Mi’ar a continuar viviendo allí hasta mediados de julio, cuando las tropas israelíes volvieron a ocupar la aldea y los expulsaron para siempre. En el ataque del 20 de junio murieron cuarenta personas.
Taha Muhammad Ali fue un "presente ausente". Refugiado durante unos meses en el Líbano con su familia que huía de las masacres, regresó después y se instaló en Nazaret, donde transcurrió el resto de su vida. Falleció en 2011. En el contexto de la fragmentación planificada de la geografía humana, cultural y psicológica de Palestina, el estatuto jurídico de "presente ausente" creado por el Estado de Israel servía para diferenciar a los palestinos que en 1949, por accidente o de forma intencionada, no entraron en el primer censo israelí. Taha Muhammad Ali y otros muchos palestinos, por ejemplo el poeta Mahmud Darwish, existían físicamente, estaban presentes en la tierra de Palestina, bajo su cielo, pero quedaban fuera del régimen "regular" del Estado de Israel, que los daba por ausentes: una suerte de apátridas refugiados en su propia tierra. La figura retórica del oxímoron, en manos del sionismo, siempre ha sido un peligroso instrumento político; crear una nueva realidad a partir de sentidos opuestos fue algo característico de la fundación misma de Israel: "Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra" fue el santo y seña de la mitología fundacional sionista, que en la relativamente tardía fecha de 1969 Golda Meir, entonces primera ministra, llevó a extremos al declarar al Sunday Times que "los palestinos no existen".
Esta cualidad de "presente ausente" informa la obra de los poetas del Interior, con independencia de la categoría administrativa en sí: están pero no existen, como Palestina misma. En un primer tiempo, los jóvenes poetas aceptaron con entusiasmo el desafío de llenar el vacío cultural y psicológico provocado por la Nakba. Se entregaron, casi literalmente, a su pueblo. Y fueron la autoridad moral de una comunidad necesitada de compasión y también de esperanza y liderazgo. Con las imprentas árabes clausuradas hasta bien entrada la década de 1950, la poesía cobró protagonismo, al beneficiarse de la difusión oral y de su posición de género fuerte en la tradición árabe. Los poemas eran escuchados como reivindicación identitaria, incluso con devoción. Y los versos tenían que medir las palabras: para ser comprendidos por un público mayoritariamente iletrado y para esquivar a las fuerzas del orden, que pronto se fijaron en unos poetas cuyos recitales eran fiestas populares. Había nacido la "poesía palestina de resistencia", con la que la Palestina del Interior se abrió al futuro y al exterior, pues esta nueva concepción poética triunfó en todo el Mundo Árabe a partir de 1967.
La realidad de la ley militar a la que estaban sometidos los "árabes israelíes" dificultaba la comunicación personal y la vecindad. Ir de Rama a Nazaret (unos 50 kilómetros), o de un pueblo al de al lado para trabajar o estudiar, requería permisos del gobernador militar de cada zona, que los otorgaba arbitrariamente. Hasta 1966, en que se derogó la ley, asistir a un recital poético era un triunfo, y la acogida a los poetas en cada localidad daba pie a la expresión de la rabia cotidiana. Ocurría que, si llegaban con permiso, pronto se les controlaba; y si lo hacían sin él, eran, en el mejor de los casos, detenidos y expulsados, cuando no encarcelados. Los cafés se convertían en refugio de la poesía a falta de salones y centros públicos, lo cual no dejaba de tener su interés, pues, como proclamó Rashid Hussein precisamente en un café de Lydda (Lod) una tarde en que le habían cerrado las puertas del club sindical, "la revolución nunca ha empezado en los salones de los clubes, sino en cafés como este".
La vida cultural palestina dentro de la Línea Verde no fue sepultada gracias a estos jóvenes, que hicieron de la lengua árabe un vehículo de expresión nacional en un tiempo en que, si acaso, la radio ligaba a los palestinos con lo que sucedía en el resto del Mundo Árabe. Apenas circulaban algunos textos de la poesía iraquí reciente, introducidos por judíos como el profesor iraquí Sasson Somekh, mientras que la prensa árabe exterior era inaccesible. En los primeros diez años de la Nakba, solo se publicaron en el Interior ocho libros de poesía, escritos por cinco poetas. Por las mismas fechas, Beirut, Damasco, Bagdad y El Cairo vivían la eclosión del "nuevo poema árabe". Cuando por fin en 1958 se fundó la primera editorial en árabe, la Arab Book Company, la censura se sumó a las restricciones existentes. El segundo libro de Samih al-Qasim, Canciones del camino (1964), se publicó censurado: hileras de cruces tipográficas sustituían a los versos en poemas que, curiosamente, se habían publicado antes íntegros en la magra prensa en árabe del Interior, en al-Ayam, el periódico oficialista, y en al Fachr, al-Ittihad y al-Yadid, vinculados a los círculos comunistas y a la corriente nacionalista panárabe, líneas ideológicas que a menudo se entrecruzaban. "En la década de los sesenta, Israel todavía temía más a los poetas que a los shaheeds, (“mártires”)", ha señalado, y hay que tomarse la observación en serio, el historiador israelí Shlomo Sand.
'Tesis'
Ver más
Ante el atropello de la censura militar, solo abolida en la década de 1970, la ironía y el humor se hicieron imprescindibles: el palestino Emil Habibi, comunista y diputado durante veinte años del Parlamento israelí, lo llevó a cotas magistrales en su novela Los extraordinarios hechos que rodearon la desaparición de Saíd, padre de Calamidades: el Pesoptimista. En poesía, el humor, o más bien una ironía sutil, suele ser un registro transversal, dependiente del resto de elementos compositivos.
A pesar del robo de la tierra, de las casas, los enseres o las bibliotecas, que dejó en la indigencia material e intelectual a varias generaciones; de la represión de cualquier intento de organización civil y política; y de los esfuerzos del Estado israelí por controlar la totalidad de la vida palestina, la poesía favoreció la convivencia intelectual de judíos y palestinos en términos de relativa igualdad en el interior de la Línea Verde. Hoy es impensable una camaradería semejante. La guerra de 1967 trastocó el ecosistema en ciernes: el triunfalismo bélico se contagió a los israelíes más próximos a los palestinos, y el exilio se perfiló como salida.
Las vías para el entendimiento quedaron definitivamente truncadas a partir de la guerra de 1973, momento en que fue palmario que Israel no permitiría la plena ciudadanía de los palestinos ni dentro de sus fronteras ni, mucho menos, en un futuro Estado binacional en el que se integraran los territorios ocupados en 1967. Con la llaneza aplastante del periodista, el israelí Amon Kenan, amigo de Rashid Hussein, afirmó que, por desgracia, "los poemas no bastan: un poema no es más que un puente de papel". La fecha simbólica de no retorno fue el 30 de marzo de 1976, desde entonces Día de la Tierra: a raíz de los planes del Gobierno de expropiación de más tierras palestinas, los palestinos del Interior respondieron unitariamente por primera vez, con una huelga general y manifestaciones en todo Israel. En los altercados, seis palestinos desarmados fueron asesinados y varios cientos heridos. Estos hechos actualizaron la Nakba en la memoria colectiva del Interior, que en adelante ya fue percibida como "un lugar de trauma, desposesión y furia", en palabras del historiador palestino Nur Masalha. El 15 de mayo y el 30 de marzo son hoy los días en que los palestinos denuncian el memoricidio de su patria.