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Peña Pintada, una casa sin encanto, pero encantada

La casa que acoge las tertulias de Peña Pintada.

Rafael Reig y Pedro Sáez

En nuestro pueblo, Cercedilla, hay una casa rural, un caserón del XIX con un gran jardín y unas rocas de granito con vías de escalada, y el viejo caserón pretendía ser algo diferente, no una casa con encanto, que de esas hay muchas, sino una casa encantada, un lugar en el que no dejaran de suceder acontecimientos sorprendentes. Nos hicimos llamar Hotel Nómada, como dijo Cees Noteboom, y por aquí empezaron a pasar algunos nómadas impenitentes. Uno dio la vuelta al mundo en bicicleta y paró aquí para contarlo. Otro se subía todos los ochomiles que encontraba y le dimos cobijo (murió al año siguiente, en el Anapurna). Otro no paraba de rular con su guitarra y junto a la chimenea dejó muestras de su arte juglaresco. Muchos de nuestros amigos (alpinistas, escaladores, músicos, guías de montaña) son literalmente nómadas y de vez en cuando vienen a vernos en sus destartaladas furgonetas y nos cuentan cómo les va la vida. También hay en el pueblo ajedrecistas y desde hace tiempo recibimos con la misma hospitalidad al Club de Ajedrez Al Paso y nuestros ocho tableros se enfrentan a los del pueblo rival, Los Molinos.

Era inevitable que, por pequeño que fuera el pueblo, aparecieran unos cuantos escritores, novelistas y poetas, desde Luis Mateo Díez (en verano) a Ricardo Gómez o Rafael Reig (todo el año). Así empezamos a reunirnos un grupo de amigos para comentar libros. Lo primero fue un recital de un poeta underground de Lavapiés, un maldito (Carlos Vidania). El segundo fue nuestro escritor total (porque toca todos los géneros con la misma sabiduría), Ricardo Gómez. El tercero, nuestro poeta local y helenista puntero, traductor de Cavafis: Juan Manuel Macías.

Luego se fue corriendo la voz y aparecieron más: Alberto Olmos comprobó que aquí el escritor a veces acaba como el pianista en un Salón del Oeste. Hubo disputa, sí, porque a ningún escritor, se llame como se llame, se le concede más autoridad que a cualquiera, y seguimos siendo lo mismo: un grupo de amigos que comparten lecturas y, como hacen los amigos, discuten con pasión.

De tú a tú, entre amigos, sin la menor solemnidad, y siempre a gusto gracias a las atenciones, la cocina, los generosos vinos y la simpatía de Esther, nos han visitado autores como Belén Gopegui, Almudena Grandes, Marta Sanz, Jorge Riechmann, Luis Landero, Martín Casariego, Teresa Aranguren, Luis García Montero. Javier Azpeitia, David Torres, Constantino Bértolo, Cristina Fallarás, Isaac Rosa, Txema Arinas, Ana Pérez Cañamares y muchos otros, incluyendo nuestro vecino en verano Luis Mateo Díez y Juan Cárdenas, la noche antes de regresar a Colombia. No siempre tenemos al autor de cuerpo presente: también nos reunimos para hablar de Doctorow o de Piglia sin su permiso, o para rendir homenaje a nuestro querido Rafael Chirbes. Otras veces vienen traductores tan notables como Ramón Buckley y nos dejamos enredar con las maravillas de Alicia.

A menudo, sin previo aviso, siguen tomando la casa los nómadas, los escaladores o los ajedrecistas, de manera que todo el año, en el jardín en verano y junto al fuego en invierno, nos reunimos a compartir nuestras lecturas, viajes o partidas. Aquí se celebra Bloomsday con nuestro narrador irlandés de plantilla, Séamus Mac Aoigáin; y cuando aprieta el calor, nuestro legendario Campeonato Internacional de Free-Cubing, un deporte que todavía no es olímpico y que consiste en demostrar quién tarda menos en llenar un recipiente sacando agua del pozo. También tenemos concursos permanentes de cocidos, tortillas de patatas y fotografías.

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En el pueblo hay un Instituto, La Dehesilla, en el que, como en casi todos, hay heroicos profesores como Emilia, Paco, Carlos y Lucía que ponen remiendos de mejor tejido a todos los recortes que les hagan, así que Peña Pintada también acoge a los chicos del Insti para que tengan su propia tertulia y comenten los libros que les interesan. A veces dejan pasar a algún adulto, pero no es frecuente. La directora del Insti, Emilia, se ofreció a darnos algunas charlas sobre lírica griega y Max Hierro, un ilustrador de renombre y también vecino, está preparando su taller de pintura al aire libre y de caricatura. Otros días se quitan todos los muebles para convertir el comedor en un centro de yoga. Algún día, no siempre sobrios, echamos pulsos en la barra. Otros no se oye más que música: puede ser un guitarrista flamenco, pueden ser los amigos de SonAdos, Paco y Jesús, que tocan entre los dos diez instrumentos, puede ser el violín de Iria, o puede ser una jam-session abierta a todo, desde Víctor Jara al punk, desde jazz a rancheras.

En otras palabras: en el viejo caserón decimonónico, en el amplio jardín, bajo el tilo y en las vías de escalada, sólo hay una cosa: vida compartida y por eso mismo multiplicada por la compañía y la amistad.

Esto es Peña Pintada, amigos, no se sabe nunca lo que te espera; esto es la Sierra de Guadarrama, donde ya explicaba el Arcipreste de Hita que abundan los peligros, proliferan los salteadores de caminos y las exigentes vaqueras plantean dilemas exorbitantes.

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