Los libros

La poesía que se hace urgente

A puerta cerrada, de Luis García Montero.

Mònica Vidiella

A puerta cerradaLuis García MonteroVisorMadrid2017A puerta cerrada

“Los poetas no dan respuestas, pero ofrecen el consejo de la incomodidad. (…) Dueños del vacío (…) parecen decididos a vivir en el territorio fronterizo, vigilante de la conciencia individual”. Luis García Montero (Granada, 1958) escribía estas palabras en su ensayo Los dueños del vacío (Tusquets, 2006). Su poesía durante años ha avalado esta idea. En su último libro, A puerta cerradaA puerta cerrada, publicado por Visor, en su siempre tan cuidada colección Palabra de Honor, encontramos de nuevo una poesía que interpela a la intimidad, que se ofrece como un espacio en el que detenerse para la reflexión, para dialogar con nosotros mismos, con nuestra verdad, lejos de un mundo acelerado y dogmático que necesita restablecer el orden de las cosas: “Yo rompo lo que soy/ para poder estar conmigo mismo”.

El poeta granadino toma prestado el título del poemario de la obra homónima de Jean Paul Sartre, Huis clos en el francés original. Sin embargo, García Montero considera que si “el infierno son los otros”, también nosotros somos ese infierno, y no juzga, ni se deja juzgar por la mirada del otro; busca en su mirada, apacible y vital, tierna y descarnada, para encontrar y salvaguardar aquello que le permita seguir mirando.

Quizá García Montero se encierra consigo mismo porque sabe que “a costa de no ser o de haber sido,/ los días se hacen fuertes/ en los ojos que miran una puerta cerrada”, pero tras esa puerta cerrada —como ya anunciaba en su anterior libro, Balada en la muerte de la poesía (Visor, 2016)—, abre un cuaderno y entendiendo, como siempre lo ha hecho, que la poesía es una forma de resistencia, confiesa: “Dependo de un mal paso/ para no faltar hoy, ni mañana, ni nunca,/ allí donde discuten las miradas anónimas,/ allí donde es urgente la poesía”. Tal vez porque sabe de su hospitalidad, que es llegada y es inicio y es refugio “igual que los poemas que me importan/ en su pregunta está la bienvenida”. O porque intuye que “con su equipaje pobre para viajar contigo,/ más real que el silencio y la carroña,/ incompleta, sin tiempo, mal doblada,/ la poesía te indulta”.

Los 63 poemas que conforman A puerta cerrada nos hablan desde el desasosiego, y en esa potente voz baja, tan característica del poeta, nos convocan para dialogar sobre la crisis personal que conlleva la intemperie de sentirse abocado a un mundo que grita, “que discute y se ama y se desborda/ con sus reglas ajenas/ en el piso de abajo”, para pensar el miedo —“Es la debilidad lo que nos une. Tener miedo contigo”—, para meditar sobre el paso del tiempo y descubrir que “de pronto los cuerpos han perdido/ su papel de regalo”, para convivir con la nostalgia de lo que fue y “lamentar que se trate de un recuerdo,” o de lo que nunca llegó a ser  —“lo que pasó sin conocer el alba”—, para ponerle palabras a la enfermedad y a la muerte, y saber que “uno empieza a morir en los teléfonos”.

Luis García Montero analiza y se duele de una sociedad desfigurada por el cinismo, la hipocresía, el mercantilismo y la mentira, y, desde su introspección, busca la luz que le devuelva la esperanza perdida. Y, acogiéndose a la tradición de la fábula y a Rubén Darío, lo hace de la mano de la figura de un lobo que recorre el poemario. En los poemas de García Montero, el lobo es la proyección de su indignación, de su cólera, pero también es su interlocutor, su cómplice, su protección ante el deseo de renuncia, su argumento para comprometerse más allá de la queja. Nos advertía el poeta en otro de sus ensayos, Poesía, cuartel de invierno (Hiperión 1987; Seix Barral, 2002): “El poeta es un lobo herido”. Ese lobo sale a un mundo deshumanizado y transforma sus ganas de morder en el deseo de preservar aquello que construye nuestra identidad y que nos hace dignos. Y en ese deseo, sus versos apelan al amor —“Detrás de mí/ no están las caracolas./ Detrás del mar no está la tierra,/ sino el amor donde se escucha el mar”—  y a la memoria —“Puedo pisar la noche sin cortarme./ Si sueño es porque el lobo vigila mi memoria./ No entran las heridas, ni el tiempo equivocado./ Ni el ladrón de recuerdos”—. Ambos, amor y memoria, se erigen en el poemario como actantes del equilibrio necesario para dialogar con la verdad íntima y poder hacerlo, así, con la verdad pública.

A puerta cerrada, escrito entre 2011 y 2017, nos ofrece poemas de una extraordinaria calidad a través de un discurso sereno y profundo, directo y desnudo, que nos arrastra envueltos en imágenes cuya intensidad nos sorprende una vez más. Nos invitan, con su voluntad de incidir en la necesaria transformación de la sociedad, a dialogar con las convicciones y a ser honestos al relacionarnos con nuestra propia conciencia, para volver a legitimarnos como actores que deciden las reglas del juego.

Tras la lectura de su último libro, descubrimos a un poeta que sigue comprometido con su oficio, escogiendo cada palabra, convencido de la utilidad de la poesía en su lucha por evitar la homologación de las conciencias individuales, en su ofrecerse como territorio de resistencia para pensar otro mundo posible.

La poesía de Luis García Montero, de nuevo, se nos hace urgente.

*Mònica Vidiella es profesora de Literatura. Mònica Vidiella

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