Notas de suicidio: ¿puede ser un arte la última palabra?
"Me fui a dormir un rato más largo de lo habitual. Llamad eternidad a ese rato". Así dijo adiós el novelista estadounidense de origen polaco Jerzy Kosinski, sin más explicaciones ni rodeos, después de haber estado de fiesta la noche anterior en el apartamento neoyorkino de su amigo Gay Talese. Una despedida social bien diferente a la tragedia familiar de la poeta venezolana Miyó Vestrini: "No entres, llama a tu papá, él sabrá qué hacer".
No es sencillo parar cuando uno empieza a leer notas de suicidio. Se siente una mezcla de morbo y genuino interés por esas últimas palabras no de quien va a ser ajusticiado contra su voluntad, sino de quien ha decidido por sí mismo que su propia suerte está echada. "Llame fuerte, como para despertar a un muerto", dejó escrito en un papelito de la puerta de su habitación de hotel el escritor y cineasta francés Jean Eustache.
¿Y puede haber belleza en una nota de suicidio? Esa es al menos una de las preguntas que lleva un tiempo haciéndose el dramaturgo y escritor Marc Caellas (Barcelona, 1974). Y lejos de encontrar respuesta, sigue lanzando interrogantes: ¿Son un género literario en sí mismo? ¿Acaso son arte? ¿Puede una carta de suicidio considerarse literatura?
Sean arte o no, lo que sí hace Caellas es aglutinar muchas cartas de adiós en Notas de suicidio (editorial La uña rota, 2022), una antología, un sumario razonado de las últimas palabras escritas de artistas, cineastas, músicos o escritores, "haciendo un análisis casi textual de lo que dicen". Desde Virginia Woolf y Sylvia Plath a Kurt Cobain, Sid Vicious, Ian Curtis o Violeta Parra, pasando por Hunter S. Thompson, Mishima, Emilio Salgari o Alejandra Pizarnik.
"No sé si son arte o un género literario, me lo pregunto, pero quizás sí. No estoy seguro, lo dejo más bien abierto", plantea a infoLibre el autor, quien destaca que al menos sí que hay una serie de patrones que "se repiten cuando lees muchas" notas de suicidio, como la petición por parte del suicida de no culpar a nadie de su muerte.
Al tratarse de creadores en el sentido más amplio del término, escritores y poetas en muchos casos, sí que defiende Caellas la relevancia de saber qué escribieron en sus postreros momentos: "Es importante, porque se pasaron buena parte de su vida escribiendo y fueron reconocidos por ello. No digo que haya que leer su obra en retrospectiva a partir de eso, pero sí que suma una capa más en la personalidad de ese creador".
Más allá de estas disquisiciones, la intención última del autor es mostrar que el suicidio es un "tema inagotable porque todos tenemos una relación con la muerte diferente". Por eso, según uno va leyendo una nota tras otra, acompañada con la consiguiente explicación y contextualización, puede llegar a comprender que cada cual "llega a ese momento como puede". "Y en la nota de suicidio intenta reflejar una pequeña parte de lo que sentía en ese momento decisivo", apostilla.
Se trata, por tanto, de saber el punto exacto en el que cada persona escribió su discurso de partida, más o menos extenso en función de su propio estado. De hecho, esta antología está compartimentada en todo tipo de categorías por destinatario, tono, motivación e incluso extensión. Sin embargo, si despojamos de artificios a estos textos y llegamos a la esencia, encontramos que todos son un "último intento de comunicación frustrado, ya que quien escribe la nota de suicidio no espera o no da tiempo a recibir respuesta".
Por eso, en última instancia lo de menos es que sea una nota lúcida, escueta, ficcional, teatral, avergonzada, conceptual o política. Ya da igual que estuviera dirigida a una pareja, a un amigo imaginario (como la extensa carta de Kurt Cobain), a los padres o que fuera fruto del aburrimiento. Ese último intento comunicativo nació con vocación de fracasar. Y fracasa, a pesar de tener un destinatario concreto, como esta de la actriz francesa Jean Seberg: "Diego, mi hijo querido, perdóname. No podía vivir más. Compréndeme. Sé que puedes hacerlo y sabes que te quiero. Sé fuerte. Tu mamá que te quiere".
Es lógico comprender que el hijo de Jean no se sintiera especialmente halagado por la misiva de su madre, pero Caellas abre en este punto una nueva senda que va en dirección opuesta a la "culpa" de quien pueda pensar que no ha hecho lo suficiente para evitar el desenlace fatal. "Mi punto de vista es que en realidad es para sentirse orgulloso ser el destinatario de los últimos pensamientos de esa persona", resalta, para aún agregar: "Me parece que eso es bellísimo. Y muy pocas veces nadie puede hacer nada para evitar un suicidio".
Sin haberlo en absoluto previsto, la llegada de este libro coincide con la puesta en marcha del 024, el teléfono contra el suicidio del Ministerio de Sanidad para acabar con esta amenaza silenciosa y silenciada. "Es un tema delicado y, justamente por eso quería ponerlo sobre la mesa, contribuir al debate en un momento en el que en España las cifras de suicidio son bastante altas", asegura.
Y añade: "Mi libro no pretende esclarecer nada, sino más bien al revés, generar más preguntas. Lo afronto desde un punto de vista casi poético si se quiere, en el sentido de que la poesía no te responde, sino que te genera nuevas preguntas. Muchas de las notas te amplían un poco la reflexión y te hacen más tolerante, porque el suicidio no hay que incentivarlo pero tampoco estigmatizarlo".
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A su juicio, este es un asunto en el que hay muchos "tabús y malentendidos que están basados en religión, ideología o moral". "La gente tiene muchas teorías. La religión católica ha hecho mucho daño en eso de que hay que aceptar el sufrimiento en esta vida porque ya se nos compensará en la otra vida. Pero claro, no hay ninguna garantía de eso, con lo que es lógico que haya gente que no tenga por qué aceptar ese sufrimiento. O esa otra idea de que vivir es lo natural, que tampoco es así, ya que al final, vivir es aprender a morir. Y puede haber personas que deciden que ya está bien y terminar", reflexiona.
"Por lo menos intentémoslo y tratemos de hablarlo. Suicidios va a haber siempre, escondiendo el tema debajo de la alfombra tampoco avanzamos", propone, al tiempo que expresa su sorpresa por reacciones "viscerales" de gente que, por ejemplo, sigue defendiendo "en pleno siglo XXI que suicidarse es pecado", ante lo cual recuerda: "Antes los suicidados eran castigados y ni siquiera se permitía enterrarles en los cementerios. Eran castigados post mortem, digamos. Eso no hacía que se suicidaran menos, ni tampoco más, se suicidaban los mismos".
El interés del autor por este tema viene de lejos y está ya plasmado en Suicide notes, un concierto-instalación-teatro en funcionamiento desde hace un par de temporadas junto a David G. Torres y que podrá verse en La Virreina de Barcelona los días 26 y 27 de mayo. "En la obra pasamos de la tristeza a la alegría de vivir a través de la catarsis del teatro", destaca. Y termina: "El humor a veces ayuda a poder hablar de estos temas. Hacer humor no es reírse, sino encontrar una manera relajada de que afloren los pensamientos".