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Contra la romantización de la precariedad: C. Tangana y su denuncia de explotación en Pans & Company

C. Tangana en concierto en Santiago de Compostela en 2022

“Si a alguien le gusta mi música, que no se vuelva a comer un puto Pans & Company en su vida”. Así de tajante llama C. Tangana al boicot a la empresa de comida rápida en su comentada charla con Jordi Évole en la nueva temporada de Lo de Évole, que ha abierto sin pretenderlo originalmente un nuevo debate sobre la ética empresarial y la explotación laboral. Y así es como Antón Álvarez Alfaro (Madrid, 1990) se ha acabado con la romantización de la precariedad del empleo juvenil, ese primer trabajo un tanto ocasional con el que tantos se estrenan en el mercado ocupacional para ganar algo de dinero mientras se preparan para (a poder ser) alcanzar otros objetivos profesionales.

De un plumazo, decíamos, desde su atalaya actual de éxito artístico, musical y cinematográfico, C. Tangana pone la lucha de clases en el centro del debate público con una experiencia personal que en realidad es universal: "A mí lo que no me gustaba es que Vanesa, que era la encargada, me dijese 'hoy haces el cierre tú y te vas a quedar sacando papelitos hasta las doce de la noche pelándote de frío'. Ella era la encargada cuando curraba en el Pans and Company, que me mangaron horas".

"Abramos el melón", prosigue el madrileño, espoleado por la curiosidad de Évole. Y vaya si lo abre: "El Pans and Company me debe por lo menos 600 euros de horas. Llegué a juicio. En aquel entonces mi nómina mensual era de 350 pavos. Todo lo que podían ratearte si no se fichaba bien o si te cambiaban los fiches, que era lo que me pasaba a mí... era ese nivel. Ahí sí que estaba jodido. Ahora rallándome por si quiero hacer una película o no sé qué no. Ahora no. Ahora estoy encantado de la vida, pero eso sí que es sufrir".

Pura conciencia de clase en prime time por parte de uno de los músicos más exitosos del momento que no quiso pasar por alto la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, con un mensaje claro en X: "Cuando te pase lo de Pucho -así conocido también el cantante- recuerda que tienes a tu disposición el Buzón de denuncias ante la Inspección de Trabajo". Una venganza fría que nace de lo más profundo del ardor provocado por la injusticia, el abuso y el aprovechamiento del débil.

Porque, aunque con el paso de los años todos tendamos a idealizar en cierta forma esos primeros trabajos precarios y mal pagados, lo cierto es que son un mal endémico aceptado socialmente generación tras generación hasta llegar a este presente en el que la tasa de paro juvenil en España se eleva al 27,9%, a la cabeza de los países del entorno europeo. Esto, unido a que el salario joven medio sea de 1.005,22 euros netos al mes, nos llega a que a mediados de 2023 solo el 16,3% de los jóvenes españoles hubiera logrado emanciparse. 

Pero, por lo que sea, a la mayoría le sigue pareciendo congruente que haya que pasar por estos trámites de juventud para forjarse un porvenir a largo plazo. En el mundo musical, siempre tan azaroso, de hecho, son casi un género en sí mismo las historias de músicos que tuvieron que aceptar todo tipo de variopintos empleos para financiar en la manera de lo posible sus aspiraciones mientras se las apañan para seguir componiendo y actuando donde sea, a la espera de una oportunidad que perfectamente podría no aparecer.

Otro caso paradigmático es el de Estopa, dúo integrado por los hermanos David y José Muñoz que empezó a escribir sus primeras canciones mientras trabajaban haciendo piezas para coches en una filial de SEAT en Cornellá. Ellos sí fueron afortunados y el éxito llegó rápido, con lo cual pudieron dejar este trabajo (son bien pocos los que consiguen dar ese salto) y dedicarse solo a la música. Sin olvidar jamás sus orígenes, reivindicando su condición obrera y manifestándose si era necesario con sus excompañeros de SEAT como hicieron en 2005 ante una amenaza de ERE. Más recientemente, en 2020, publicaron un vídeo en el que los hermanos mostraban públicamente su apoyo "a los trabajadores de la Nissan que se van a quedar sin trabajo", con el hashtag #NissanNoseCierra.

Los ejemplos de C. Tangana y Estopa contrastan con la corriente mayoritaria en la música que tiende a romantizar de alguna manera el relato del artista que termina triunfando a lo grande después de haber tenido todo tipo de trabajos temporales. Hay infinidad de nombres, pero ahí encontramos a Madonna recordando una de sus primeras ocupaciones en otra cadena de comida, en su caso un Dunkin Donuts en pleno Times Square. "Fue uno de los primeros trabajos que tuve cuando me mudé a Manhattan y me despidieron porque me pillaron jugando con la máquina de chorros de gelatina", rememoraba en una aparición el programa televisivo de Jimmy Fallon.

@fallontonight #Madonna sets the record straight: Was she fired from Dunkin’ Donuts? Did she turn down #Catwoman? #FallonTonight ♬ original sound - FallonTonight

Similar, salvando las distancias, fue lo que más recientemente padeció Samantha Hudson al perder su empleo como camarera en una conocida cadena de cafeterías por subir una serie de stories desde su puesto de trabajo y vistiendo el uniforme de la empresa (donde decía su viral "¿quieres un poco de tetas con tu café?"). Como por aquel entonces (hace un lustro) ya empezaba a ser popular, aquellas publicaciones llegaron a los directivos de la compañía y fue despedida, por lo que la artista puso una demanda por despido improcedente que, después de un tiempo, retiró para evitar los padecimientos de este tipo de farragosos procedimientos judiciales. El caso de Bad Gyal (Alba Farelo) es bien diferente, pues pasó de ser panadera en su Vilassar de Mar natal y teleoperadora en Barcelona a convertirse rápidamente en la reina de la música urbana española con unas letras de puro empoderamiento femenino, hedonismo y libertad. "Allí había poco que hacer más allá de pillar unos eurillos para pasar el rato", recordaba a El País hace unos años.

Eva Amaral trabajó poniendo copas y pinchando música en garitos de Zaragoza y Madrid hasta que pudo vivir exclusivamente de sus canciones junto a Juan Aguirre (otro camarero ocasional). Otro zaragozano, Enrique Bunbury, también ejerció de disc jockey, aparte de trabajar en un almacén y llevando electrodomésticos a domicilio. El cantante de La Polla Records, Evaristo Páramos, fue peón de albañil una temporada, hasta que tuvo que dejarlo porque no le daban permiso en la empresa para irse un par de semanas a grabar Salve (1984), el primer disco de la influyente banda punk. Quique González trabajó un tiempo en un McDonalds en Londres y después como animador hotelero de Sol Meliá en Mallorca, algo que recuerda como una lección de humildad que nunca ha olvidado.

Jairo Zavala, conocido artísticamente como Depedro, limpiaba cristales por Madrid mientras tocaba en cinco o seis bandas al mismo tiempo antes encontrar al fin su hueco. Chica Sobresalto ganó sus primeros euros cuidando a niños y limpiando. Dani Martín fue repartidor a domicilio. Y luego está el caso de Jorge Martí, quien compagina desde hace años dos actividades tan diferentes como cantante de La Habitación Roja en España y enfermero cuidando pacientes con alzheimer en Noruega, donde reside con su mujer, aquejada del síndrome de fatiga crónica, para así poder costear su tratamiento.

Leiva trabajaba como jardinero al mismo tiempo que hacía kilómetros tratando de sacar a flote Pereza, su banda de rock junto a Rubén Pozo, quien trabajaba pintando carreteras y para allá que se llevó a su amigo. "Yo trabajaba con Rubén pintando carreteras. Pintábamos pasos de cebras, hacíamos badenes. De hecho, yo pinté el parking del hospital de Pozuelo. Es mi obra", relató Leiva en televisión en El hormiguero, recordando que siendo un adolescente también se ganó algún dinero como músico callejero en la playa de Gandía. El empleo esporádico como aceptada forma de vida de quien no tenía más remedio que apuntarse a lo que fuera porque ese era el único camino para poder vivir en última instancia de la música. Más crudo es el recuerdo de Rubén, según contó a la revista Efe Eme: "En verano podía estar a cuarenta grados a la sombra y la valla a setenta. Se podía freír un huevo antes de que la tocara. Y en invierno hacía un frío de cojones en ese mismo tramo. Ahí tuve de compañero a Nico Álvarez, el guitarrista de Burning. Me acuerdo que decíamos 'tío, hay que salir de aquí a golpe de guitarra'".

Y ya que empezábamos con una de las estrellas más rutilantes del momento en nuestro país, acabemos con una de las más brillantes a nivel mundial: The Weeknd. Durante sus primeros pasos en la industria musical, Abel Tesfaye (que así se llama) se fue de casa de su madre a buscarse la vida y acabó doblando ropa en una tienda de American Apparel. Cuando sus canciones empezaron a sonar mínimamente aún era tan desconocido que sus compañeros escuchaban su música mientras trabajaban todos juntos sin tener ni la menor idea de que era él quien les amenizaba la labor.

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