PREPUBLICACIÓN
'Mi primer encuentro con el fascismo'
Los disfraces del fascismo es una mirada en primera persona de Baltasar Garzón que repasa los casos de fascismos —y nuevos fascismos solapados— que atenazan nuestra democracia y la del mundo. Su intención es hablar sobre las esferas más conspicuas tras las que se esconde esa ideología que ha ido mutando desde los años treinta hasta las realidades cambiantes y cotidianas de hoy. Baltasar Garzón realiza un recorrido por algunos casos en los que él ha estado implicado y que esconden, directa o indirectamente, distintos disfraces del fascismo: la cobardía frente a los radicales, los radicalismos intolerantes y populistas, las amenazas extremistas, los favores a los dictadores y los jueces controlados y controladores. También se adentra en otro espacio, el de la acción de las redes y medios serviles al poder al desarrollar acciones propias de regímenes autoritarios bajo el manto de la libertad de expresión. infoLibre publica a continuación un extracto de la introducción del libro, editado por Planeta, que llega a las librerías este miércoles 25 de mayo.
Mi primer encuentro con el fascismo
A lo largo de mi vida he conocido diversas manifestaciones del fascismo. Nací en 1955 y, como a todos los niños de mi generación, me tocó crecer en plena dictadura franquista. En mi pueblo se reconocía a quienes habían perdido la guerra porque en aquellas familias pesaba el silencio, el desprecio de los que se plegaron al régimen, y alguna que otra visita de la Guardia Civil, que preventivamente se dejaban caer cuando se iba a producir algún acto sonado en el que pudieran ser un riesgo los catalogados como rojos. En ocasiones, la sola visita no era suficiente y esos peligrosos vecinos, como mi tío Gabriel, debían pasar la noche en el cuartelillo. Esas precauciones, de las que fui testigo desde niño, fueron habituales en toda España y se prolongaron en las grandes des durante muchos años después, según averigüé más tarde.
Pero lo que prevalecía era el silencio, causado por el miedo. El silencio y el miedo siempre han acompañado a los regímenes dictatoriales y fascistas. El fascismo se nutre de la ignorancia de sus adeptos, en quienes infunde temor hacia un enemigo común, generalmente un colectivo vulnerable, como judíos, gitanos, inmigrantes o menores extranjeros no acompañados (menas), al que culpa de todos los males de este mundo para luego, a base de un constante bombardeo de bulos y noticias falsas, sembrar el odio, que tarde o temprano acabará en violencia. Será entonces cuando esconderán la mano y mirarán para otro lado, como sucedió en la noche de los cristales rotos (Kristallnacht) en la Alemania nazi de 1938, o en el ataque con una granada contra un centro de menores en Madrid imputado a Vox en 2019.
Por supuesto, durante la dictadura, la prensa no emitía más que loas al generalísimo, y en el cine, antes de la película, el obligado documental oficial de la época, el nodo, exhibía escenas de los nuevos mal llamados pantanos (en realidad, embalses), grandes atunes capturados o jabalíes (narcotizados) cazados por su excelencia y, en general, la imagen de país de las mil maravillas, avanzado y moderno, en el que todo iba bien por la gracia de Dios y de su excelencia, amén. Evidentemente, no se contaba nada ni de las torturas, ni de las desapariciones, ni de la persecución política que sufrían los pocos luchadores y luchadoras que se atrevían a enfrentarse al dictador, ni de las acciones del policía político-social, ni de la prohibición de la libertad de prensa, ni del Tribunal de Orden Público. Ni de los miles de víctimas enterradas en las cunetas, mientras que se exhibían impúdicamente los símbolos fascistas y los memorandos de exaltación a los «caídos por Dios y por España», como si los demás fueran apestados y su sentimiento español no hubiera existido nunca. España es diferente, se hartaban de decirnos machaconamente en todos los medios oficiales y en toda la prensa censurada, como también en el cine, con películas en las que se exaltaban los valores patrios que, aún hoy día, demasiados se empeñan en resaltar.
Muchas veces me he preguntado cuáles son esos valores y qué es la patria para todos aquellos que instauraron, defendieron y todavía añoran el franquismo. Lo cierto es que la dictadura nos lastró como país, nos desconectó de Europa y nos condujo como manada a una situación de insolvencia política de primera magnitud en la que la represión y la persecución de los disidentes se viabilizó a través de los tribunales de justicia, con procesos manipulados, sectarios, parciales y en los que el derecho penal de autor, del más puro corte fascista, se mantuvo por muchos años, hasta la extinción del mencionado Tribunal de Orden Público. La justicia en nuestro país tiene una deuda que difícilmente saldará alguna vez con las víctimas del franquismo, a las que, aún hoy, se les sigue negando la más elemental reparación, como es la judicial. A los jueces no les importa nada este tema y, con ello, cometen el mayor agravio y la más grande equivocación, porque hasta que esa reparación no acontezca no podrá quitarse la mancha del régimen fascista de Franco. Es verdaderamente increíble que, después de tanto camino recorrido, existan cada vez más personas, incluso jóvenes, que añoran la dictadura, lloran su desaparición en secreto o cada vez con más publicidad. Eufemísticamente la denominan régimen anterior, como escribe con acierto Nicolás Sartorius en su libro La manipulación del lenguaje. Breve diccionario de los engaños:
Además —y quizás esto es lo más grave— el objetivo es establecer una continuidad entre aquella dictadura y la democracia actual. […] Simplemente, hubo un régimen anterior —que era la dictadura— y luego vino uno posterior —que es la democracia— ergo, no hay dictadura ni democracia, sino anterior y posterior, lo nor mal, lo obvio en la continuidad de las cosas y los procesos […] incluso se ha sostenido que ya en tiempos del sistema liberticida del general Franco se empezaron a sentar las bases económicas (liberalización económica), sociales (clases medias) y política (monarquía) de la actual democracia española.
Yo mismo he escrito sobre la manipulación del lenguaje, pues me preocupa sobremanera el aprovechamiento torticero y tramposo de las palabras para conducir a las personas al punto de incidencia y anulación que interesa, así como de la tergiversación de la historia en función de quien resulte vencedor e imponga por tanto su visión sobre los hechos.
El Gran Hermano (Estado vigilante)
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La Constitución de 1978 impuso un freno al fascismo, y el esfuerzo por instaurar la democracia por parte de los españoles que la impulsaron tuvo un efecto beneficioso en cuanto nos ha permitido establecer normas de convivencia igualitarias y un sistema parlamentario que las garantiza. Pero quedaron flecos. En realidad, la Constitución supuso el inicio del fin del fascismo en España, porque el espíritu de aquel que animó y penetró la dictadura franquista dio sus coletazos durante los años de la transición antes y después de la norma constitucional y se mantuvo en los nuevos gobiernos postfranquistas con asesinatos cometidos por elementos ultraderechistas, en el seno del aparato institucional con el terror desde el Estado; en la intentona de golpe de 1981, y, ochenta años después de que Franco se hiciera con el poder único, todavía hoy se percibe en la reacción exacerbada de quienes se niegan a que los muertos descansen en paz. Es decir, en aquellos que han vivido como una guerra el hecho de que el mausoleo del dictador haya dejado de ser un monumento a su persona; quienes permitieron que notorios torturadores exhibieran sus medallas, pensionadas o no, mientras sus víctimas se han visto obligadas a viajar a otro país para buscar la justicia que les ha sido negada en España.
Todos ellos, envalentonados por la falta de respuesta a sus pacientes avances, y arropados con la desidia de los anteriores gobiernos conservadores del Partido Popular, más preocupados durante demasiados años por el beneficio propio que por los asuntos de todos, se han ido reagrupando, organizándose, presentando ahora un frente común con otras fuerzas de derecha que están demostrando que su ideología no pasaba por el centro o por el liberalismo moderado, sino que iba más allá. Iba tan lejos como para ser capaces de apoyar y apoyarse en aquellos herederos de las tradiciones más antiguas y reprobables del antiguo fascismo de la época de Franco. Estaban aquí, e, incomprensiblemente, les hemos dejado hacer. Ahora nos vemos como otros países en Europa, como otras naciones en Latinoamérica, con un avance claro y palpable de la ultraderecha y de sus postulados, que horadan los propios cimientos de la democracia, desde dentro. En los últimos años, influenciados (desde 2016) por el presidente norteamericano Donald Trump, que ha conseguido crear esa red viscosa y repugnante. La ultraderecha ha regresado y no solo quiere quedarse, sino continuar su expansión.
Pero no olvidemos que esas manifestaciones de corte fascista se producen también con acciones que nacen en el segmento ideológico de la izquierda o en el seno de gobiernos de izquierda o durante gobiernos progresistas que pueden sufrir la tentación de olvidar los límites de la democracia y del Estado de derecho. En España, esta situación se produjo, ya muerto el dictador, con las acciones de la extrema derecha y con la creación de los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación), o al menos con algunos de sus comandos o grupos, como ha sido establecido en sentencias firmes españolas y francesas; o como acontece con organizaciones terroristas como ETA, que, bajo el manto nacionalista y abertzale, realmente pretendían sembrar la discordia y una purifcación de lo auténtico y de lo mestizo, dando prevalencia y exclusividad a lo primero y violencia a lo segundo.