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IGUALDAD

La doble vara de medir de la derecha: de denunciar la "cultura de la cancelación" a ejercer la censura

Una manifestación protesta contra la actuación del tenor Plácido Domingo en el concierto de clausura del Stone & Music Festival, en Mérida.

Hace cerca de seis años, mujeres de todo el mundo alzaban la voz para hacer tambalear los pilares sobre los que se sostiene la violencia sexual. Lo hacían con dos sencillos gestos: señalar a los agresores y tender la mano a las víctimas. El movimiento MeToo traspasó fronteras e interpeló a cientos de miles de mujeres de todo el mundo que decidieron no callar más. Esa ruptura del silencio vino acompañada de un mandato: dejar de normalizar la presencia de los agresores machistas en los espacios de poder, bajarles de su pedestal y ponerle nombre a la violencia que ejercían sistemáticamente. Quienes desde entonces vienen clamando por el fin de la complicidad con los agresores, fundamentalmente voces de mujeres feministas, han tenido que soportar el peso de una reacción que las acusaba de querer imponer una suerte de "cultura de la cancelación". Aquellos que se echaban las manos a la cabeza por una supuesta censura que iba a terminar con la libertad de expresión, son los mismos que ahora acometen su ofensiva contra expresiones culturales de toda índole.

En los últimos años, el grito feminista ha puesto en cuestión el elogio constante y el homenaje acrítico a hombres salpicados por la violencia sexual. El movimiento feminista busca dejar de normalizar la violencia y dar un golpe en la mesa para empezar a escuchar a las víctimas. Este fue el fondo que llevó a las feministas asturianas a protestar contra la estatua del cineasta Woody Allen que todavía hoy se pasea por las calles de Oviedo, debido a las acusaciones de abuso por parte de su hija. Dejar de tolerar a los presuntos agresores fue también lo que motivó a la Comisión 8M de Mérida para concentrarse a las puertas del Teatro Romano en protesta por el concierto de Plácido Domingo. El tenor había sido acusado por decenas de mujeres de haber ejercido un acoso sexual sostenido durante décadas.

El feminismo ha tratado de romper con ese silencio cómplice que opera ante la violencia machista, especialmente cuando quien la ejerce goza de prestigio y reconocimiento mundial. El objetivo de las mujeres no es otro que el de dar crédito a las víctimas, cuyo testimonio siempre está en duda, especialmente cuando sus agresores se llaman Roman Polanski -condenado por abuso sexual contra una menor- o Gérard Depardieu -acusado como autor de abusos sexuales por trece mujeres-.

"Nosotras no planteábamos que se cancelara ninguna actuación, ni que se retirase su obra. Lo que pedíamos era que desde la administración no se fomentara la contratación de personas con actitudes violentas reconocidas". Habla Marisa Tena, miembro de la Comisión 8M de Mérida y una de las activistas que hace dos años se concentraron contra Plácido Domingo. "No cuestionamos el contenido de sus canciones ni su faceta artística, reprobamos la actitud violenta contra mujeres", incide. 

La feminista Blanca Cañedo recuerda nítidamente el debate que se abrió en suelo ovetense respecto a la escultura que homenajeaba al director de Annie Hall y Manhattan. Y aunque reconoce que los actos de boicot pueden ser controvertidos, lo cierto es que el señalamiento por parte de las feministas ha sido siempre contra "personas que habían agredido a mujeres", por lo que la acción de protesta lo que busca es criticar que "se ensalcen sus figuras". Movimientos como yo sí te creo, opina la activista asturiana, "no pueden quedarse en una frase", sino que deben ir acompañados de un "te apoyo, te ayudo e intento que tus agresores den un paso atrás".

Pero ¿existe verdaderamente una cultura de la cancelación? ¿Se ha ejercido una cancelación real sobre los hombres señalados como agresores? Sobre este mismo asunto se expresó el actor Johnny Depp hace dos años en Donostia. El también cineasta, entonces inmerso en varios procesos judiciales con su expareja, criticó ante los medios de comunicación que "la cultura de la cancelación" se ha convertido en "aire contaminado que se exhala". "No dudo que este movimiento, como tantos otros, ha surgido con las mejores intenciones. Pero está descontrolado. Nadie está seguro. Ninguno de vosotros tampoco", asintió. Lo hizo mientras recogía el Premio Donostia con el que había sido galardonado

"La confusión" entre censura y cancelación "es voluntaria", escribe Lucía Lijtmaer, autora del ensayo Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta, en un artículo publicado el año pasado por El País. "No es casual que un intelectual de la talla de John Irving hablara ya en los años noventa de un nuevo puritanismo censor que impedía la publicación de la famosa novela American Psycho, de Bret Easton Ellis, refiriéndose a las críticas feministas que recibió el texto", recupera la también periodista. Lo que ocurre, concluye la escritora, es evidente: "Lo que les jode es la respuesta social".

Esa reacción adversa hacia la mirada crítica feminista es la que ha recuperado ahora el portavoz de campaña y vicesecretario de Cultura y Sociedad Abierta del Partido Popular, Borja Sémper, a través de una nota difundida este lunes en la que carga contra "la hipocresía de quienes llevan abrazando la cultura de la cancelación durante años". A las críticas masivas contra la censura de la ultraderecha, los conservadores responden volviendo a agitar el avispero de la "cultura de la cancelación ".

Censura sin límites

Mientras el discurso reaccionario no ha tenido ningún reparo en tildar a las feministas de censoras, es la misma derecha la que ha ejercido una censura real y sin límites contra distintas expresiones culturales, desde su conquista del poder. Virginia Woolf, Lope de Vega e incluso Buzz Lightyear, han pasado en los últimos días a estar en el punto de mira de la guerra cultural de la derecha allá donde han prosperado los pactos entre PP y Vox.

La extrema derecha "adapta sus discursos en función de sus intereses y del momento", reflexiona Marisa Tena, "no tiene un perfil democrático". Mientras las feministas impugnaban toda conducta "contraria a los derechos humanos", como es la violencia machista, lo que hace la derecha es "censurar todo lo que no coincide con ellos para quitarlo de en medio". PP y Vox "no quieren que se hable de lo que no les gusta", completa Blanca Cañedo, quien lanza una advertencia: "Si no comenzamos a reaccionar ante estas pequeñas cosas, llegarán otras enormes".

El mundo de la cultura se vuelca contra la censura de PP y Vox

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Lo cierto es que la censura de la derecha por motivos ideológicos no es nueva. En esa ofensiva, el Partido Popular es pionero. En 2016, el PP de Getafe (Madrid) pedía cancelar los conciertos de Fermín Muguruza y Los Chikos del Maíz en el marco del festival Cultura Inquieta. Los motivos que alegaba: ofensa a las víctimas del terrorismo. También el PP de Santiago de Compostela acusaba al cofundador de Kortatu y Negu Gorriak de "apología del terrorismo" allá por 2007. Y lo mismo hizo el PP de Zaragoza tras exigir la cancelación de una actuación de los navarros Berri Txarrak en septiembre de 2015. El mismo año, el Gobierno de Ana Botella prohibía un concierto de Soziedad Alkoholika alegando "peligro de alteración del orden público" y en 2019 el PP de Madrid retiraba de la programación de las fiestas de Aravaca un concierto del cantautor Luis Pastor y su hijo, Pedro Pastor. Tan sólo días antes la censura había recaído sobre el grupo Def con Dos, en el marco de las fiestas de Tetuán.

La actriz Pamela Palenciano vivió en sus propias carnes la persecución de la extrema derecha, esta vez a través de los tribunales, por su monólogo sobre la violencia de género No solo duelen los golpes. "Esto sí que es censura y que no vengan ahora a hablar de la cultura de la cancelación", decía la también activista hace unos días a infoLibre.

"Desde el Partido Popular no vamos a permitir ni censura, ni cancelación, ni victimismo, ni manipulación ni intromisiones políticas, sea quien sea el censor y pertenezca al partido que pertenezca", dice ahora la formación liderada por Alberto Núñez Feijóo.

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