JUICIO POR EL CRIMEN DE SAMUEL LUIZ
El 'justicia para Samuel' que retumbó en las calles hace tres años espera en vilo el veredicto del jurado popular
Se dice que hacia finales del siglo XIX, Emilia Pardo Bazán atravesaba diariamente las puertas de la fábrica de tabacos que se erigía en la ciudad de A Coruña. Fruto de aquellas visitas nacería La Tribuna, considerada la primera gran novela social de la literatura española. Hoy, las entrañas de aquel emblemático edificio son radicalmente distintas y quienes transitan sus pasillos ahora son jueces, abogados y fiscales que deciden sobre el futuro de todo aquel que se sienta en el banquillo. En el último mes, el nombre de Samuel Luiz ha retumbado en sus paredes: el juicio por el crimen contra el chico coruñés que murió fruto de los golpes recibidos una madrugada de hace tres años, llega este lunes a su final. El jurado popular tendrá a partir de entonces un máximo de 72 horas para determinar la responsabilidad de los cinco acusados.
En el último mes, cada día puntualmente, el que en su momento fuera un grupo de amigos desfiló en silencio por la planta baja de la Audiencia Provincial de A Coruña. Junto a ellos, los cinco abogados que representan su defensa. Enfrente, dándoles la espalda, las tres acusaciones: Fiscalía, acusación particular y acusación popular. Y unos pasos más adelante, los nueve miembros del jurado popular en cuyas manos está su futuro.
La acusación se abre a rebajar las penas de dos acusados
Los primeros en declarar, a mediados de octubre, fueron Alejandro Míguez y Catherine Silva, los únicos que están en libertad, ambos con medidas cautelares. Los dos se inclinaron por responder a las preguntas de todas las partes y negaron con rotundidad haber participado en la paliza que acabó con la vida del chico.
Míguez estuvo presente aquella madrugada –así lo corroboran las cámaras de seguridad–, pero defiende que su papel fue el de mediar para frenar los golpes. La Fiscalía solicita para él 22 años de prisión por asesinato con ensañamiento y alevosía, pero el caso ha dado un giro en la recta final del juicio: las acusaciones deslizaron una alternativa a su calificación inicial y se abrieron a que, si el jurado popular no aprecia delito de asesinato, podría ser considerado como cómplice. La condena, entonces, se reduciría a un total de trece años. "Una cosa es ser un cobarde y otra participar de una muerte", señaló su abogado este viernes. El letrado inició el proceso pidiendo la absolución de su defendido, pero este viernes contempló la posibilidad de una condena por delito de lesiones.
Silva se encuentra en una situación similar. La pena solicitada inicialmente para ella se elevaba a los 25 años, debido a la agravante de discriminación por condición sexual, pero también para ella la acusación planteó la posibilidad de catorce años y medio, en calidad de cómplice. La joven no tuvo contacto físico con la víctima, pero sí estuvo implicada en lo sucedido. La pregunta es cuál fue exactamente su papel. Lina Fernández, testigo y mejor amiga de Samuel, aseguró al inicio del procedimiento judicial que ella fue quien impidió el socorro del joven coruñés. La acusada, sin embargo, insistió en que su intención era diametralmente opuesta y que buscaba que Diego Montaña, quien era entonces su pareja y el agresor que inició los golpes, cejara en su empeño de apalizar a la víctima.
"Tú aquí no pintas nada", pronunció Silva. Según ella, se lo decía a su novio, con el propósito de frenarle. Según Lina, nada más lejos de la realidad: "No fue con intención de salvarme a mí, ni de protegerme, o a su novio, o a Samuel", declaró, sino que la chica mantenía una "actitud agresiva". El abogado de Silva, quien pide su absolución, anunció este viernes que presentará acciones penales contra esta testigo por "falso testimonio".
Diego Montaña, quien inició los golpes
Aquellas fueron las primeras declaraciones de los acusados. Hubo que esperar casi un mes para que los tres restantes se sentaran frente a la magistrada que preside el juicio para dar su versión y terminar de encajar las piezas del puzle. El miércoles 13 de noviembre llegó el turno de Diego Montaña, Alejandro Freire y Kaio Amaral.
A Montaña lo señalaron prácticamente todos aquellos que un día fueron sus amigos. Fue él quien inició los golpes –la policía científica halló restos de su ADN en la frente de la víctima–, quien se dirigió a Samuel para reprobarle que estuviera grabándole, aunque lo que realmente hacía el chico era mantener una videollamada. Montaña sólo respondió a preguntas de su abogado, y lo hizo para declararse inocente. También para pedir perdón: "Lo que quiero es pedirle perdón a esa familia. Todo esto empezó por mi culpa y si no, nada de esto hubiera pasado y él estaría vivo", señaló ante el jurado popular.
Montaña aludió a la ingesta de alcohol y se aferró a su falta de memoria para evitar dar detalles de lo sucedido. "La imagen que tengo es estar golpeando a Samuel, no sé si puñetazos o patadas, no sabría decirlo. Era solo yo en ese momento, en esa imagen que tengo", declaró, para finalmente introducir su incapacidad de "negar nada, ni tampoco afirmarlo". Pero sí hay una imagen que, en sus palabras, no saldrá nunca de su cabeza: "El cuerpo de Samuel tumbado boca arriba con tres o cuatro personas al lado".
Su abogado reseñó este viernes que las acciones de su defendido, "por mucho que escandalicen", no constituyen "un delito de asesinato con agravante de discriminación". Así que se aferra al supuesto malentendido que prendió la mecha del linchamiento posterior: el joven, asiente su defensa, golpea a la víctima "de manera injustificada" al creer que le grababa, algo que es "incuestionable", pero ni lo mata ni lo hace a razón de su orientación sexual. La defensa lo señala como autor de un homicidio imprudente o, alternativamente, un homicidio, siempre con la atenuante de consumo de alcohol. La acusación, en cambio, se mantiene firme y cree que es responsable de asesinato con ensañamiento y con agravante de discriminación, por lo que pide 25 años de cárcel.
El 'mataleón' y el robo
También Alejandro Freire, apodado Yumba, fue señalado por prácticamente todas aquellas personas presentes en el paseo marítimo de la ciudad aquella madrugada de hace tres años. Coinciden en que el joven agarró a la víctima del cuello y lo tumbó, una técnica conocida como mataleón. Él mismo reconoció, durante su declaración, que le agarró "por la espalda", cayendo ambos al suelo. "Fue una reacción instintiva al pensar que se estaba peleando con Diego. Sólo forcejeamos unos segundos y me levanté, en ningún momento lo intenté ahogar ni lo estrangulé", añadió el miércoles en la Audiencia Provincial. Freire se declaró inocente y respondió únicamente a preguntas de su abogado.
El letrado, por su parte, expuso este viernes que su defendido "no tenía intención de matar esa noche" y solicitó una condena por un delito de lesiones, aunque se abre también a la calificación de homicidio imprudente u homicidio con consumo de alcohol y drogas. La Fiscalía pide 22 años por asesinato con alevosía y ensañamiento.
Kaio Amaral lleva aparejada, además de una pena por asesinato, el delito de robo con violencia. El joven se habría hecho con el teléfono móvil de Samuel cuando este agonizaba. La Fiscalía pide para él la pena más alta, 27 años de prisión. Amaral admitió este miércoles preguntas del resto de las partes y aseguró no haber tocado nunca a la víctima, "ni para quitarle el teléfono, ni para pegarle". El acusado se atrincheró en la idea de que su única intervención se produjo con la intención de poner coto a la agresión, no de alimentarla. En unas imágenes analizadas por la policía, los agentes sí creen que el acusado lanzó una patada a Samuel.
Su abogado señaló este viernes que su cliente es "un chorizo y un tonto", pero no un asesino. "Estos chavales no son una manada, ni una jauría, ni nazis que matan a judíos", lanzó. La defensa se abre únicamente a reconcoer un delito de apropiación indebida.
"Te voy a matar, maricón"
Si algo llenó las calles tras la muerte de Samuel Luiz aquella madrugada del 3 de julio de 2021, ese algo fue la indignación por un delito que tenía claros tintes homófobos. Así lo leyeron los colectivos y así lo entendió la mayoría social que salió clamando justicia. Sólo dos de los cinco acusados llevan aparejadas agravantes de discriminación por orientación sexual: Catherine Silva y Diego Montaña. Varios testigos, entre ellas la mejor amiga de la víctima, dicen haber escuchado a los acusados proferir el insulto de "maricón de mierda". Montaña inició la paliza con una amenaza que fue escuchada hasta por su propia pareja: "Te voy a matar, maricón".
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A lo largo del juicio, se han ido revelando algunas pistas alrededor de esta cuestión. Uno de los testigos que declararon expuso una conversación con Kaio Amaral, en la que sobrevuela la posibilidad de que el móvil del crimen fuera la orientación sexual de la víctima. El testigo, amigo de Amaral, plantea esta posibilidad y es entonces cuando el acusado responde que "a lo mejor sí murió por ser gay". Este mismo testigo reconoce que los acusados eran "personas agresivas" y admite que él "particularmente" sí piensa que "ser gay estuvo relacionado con su muerte". El propio Kaio Amaral, durante su declaración, expuso que la noche de los hechos Diego Montaña le dijo "que tuvo un problema con un gay".
El viernes, los abogados de Montaña y Silva rechazaron de plano la agravante. "No sé por qué estamos llevando este juicio a este folclore de la homosexualidad", asintió el abogado de la única mujer acusada, quien rechazó los "tintes homófobos" del crimen aludiendo a la orientación sexual e identidad de género de las amistades de su representada. La defensa de Montaña se negó a "hacer demagogia con algo tan serio", pero se esforzó en reiterar que el primer golpe vino motivado "por la videollamada".
Este jueves, el abogado de la acusación popular, Mario Pozzo-Citro –quien representa a la organización LGTBI Alas Coruña–, aseguró que "lo que te gritan cuando te matan es importante". Y a Samuel lo mataron, recordó, "al grito de maricón". Según declararon los forenses, no se encontró en su cuerpo ninguna herida defensiva y su corazón se paró hasta seis veces tras la agresión.