Igualdad Orgullo LGTBI
María del Monte sale del armario para poner voz a una generación de lesbianas marcada por la represión
"Jamás en la vida me he escondido de nadie. Tengo el amor de mi vida, he tenido esa suerte, ¿cómo me voy a esconder yo de eso?". En la mano de María del Monte, un micrófono. Sobre sus espaldas una bandera arcoíris, con lunares y flecos, en forma de mantón. Y frente a ella, una marea de gente que se deja las manos aplaudiendo. "Quiero que sepáis que soy una persona más de todos los que estamos aquí". Ovación unánime: la artista estaba saliendo del armario, sin decirlo explícitamente, en pleno pregón del Orgullo de Sevilla. A sus sesenta años y tras más de cuatro décadas de carrera en absoluto silencio, producto de la cautela y los miedos: "He intentado proteger a esa familia", reconocía la artista.
Al otro lado del teléfono, cuatro mujeres, lesbianas y bisexuales mayores de cincuenta años, celebran. "Llevo enamorada de María del Monte toda mi vida", se sincera una eufórica Uge Sangil, presidenta de la FELGTBI. Cuando Rosa Arauzo, activista feminista y LGTBI, descuelga el teléfono y escucha el nombre de la cantaora, su voz se ilumina: "Es un cielo", se apresura a decir. "Ole María del Monte", completa Boti García Rodrigo, directora general de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI del Ministerio de Igualdad. Beatriz Gimeno, histórica activista LGTBI, augura que a partir de ahora la folclórica "vivirá mucho mejor".
Mujer, mayor, lesbiana
El paso de María del Monte está atravesado por el elemento de mayor valor para el colectivo: visibilidad. Salir al escenario y verbalizar aquello que muchos ya intuían. Hacerlo no desde las sombras y la sospecha, sino desde lo más alto. Se tiende a poner de relieve la importancia de los referentes para las generaciones más jóvenes, pero no siempre se tiene presente la necesidad de que sean las personas mayores quienes tengan un espejo en el que mirarse. "Ayudará a que otras personas se sientan valientes para dar el paso", celebra Sangil. Y enseguida añade: libremente, sin obligar a nadie. "Cada una encuentra un momento, es una decisión muy íntima", abunda.
Rosa Arauzo salió del armario por la puerta grande: dejó a su marido y se enamoró perdidamente de una profesora de música, allá por los ochenta. Hoy, repara en las dificultades que a veces entraña dar el paso: lidiar con las contradicciones, afrontar los miedos, acumular renuncias. "Es especialmente complicado para las mujeres, por eso tiene que hacerse sin presiones", dice en conversación con este diario. Requiere de una "conversión interior muy profunda" y sobre todo, reseña, tomar la decisión desde "la naturalidad y la felicidad".
Y a partir de ahí, empezar a vivir. "Fuera del armario se respira muy bien", asiente García Rodrigo. María del Monte, sostiene, se ha convertido ahora en una figura de referencia para las mujeres mayores, especialmente en un contexto de violencia y discursos de odio contra el colectivo al alza. Y con el telón de fondo de una sociedad andaluza "uniformemente teñida de azul" tras la victoria sin paliativos de los conservadores el pasado 19J.
Pero además, interviene Uge Sangil, "la educación es algo que marca: a la gente mayor nos han educado en la no diversidad, nos han enseñado que es una enfermedad y es pecado". La discriminación, el estigma y la represión se conjugó a lo largo del siglo pasado como una amenaza social, pero también legal: primero gracias a la ley de peligrosidad social y después de la mano del “escándalo público” contenido en el Código Penal. En el plano legislativo, la sociedad española no se deshizo de los restos del terror hasta bien entrados los noventa, pero su huella quedaría marcada en la piel de varias generaciones.
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María del Monte lanza un grito de complicidad a quienes ansían romper con esos mandatos. Especialmente a las mujeres, pues "pagan un peaje más duro por ser lesbianas", reflexiona Beatriz Gimeno. "Ellos tienen más oportunidades, nosotras nos retraemos, nos cortamos, nos da miedo", completa Uge Sangil, "es el peso del estigma". Y muchas veces, también, de la responsabilidad y los cuidados. "Muchas piensan en sus padres mayores, en el disgusto, en el conflicto, en darles una vida serena. Seguramente María del Monte ha esperado a que su madre parta en paz para no darle el disgusto", reflexiona la activista.
Las puertas de cristal
Algunas voces se preguntan si el gesto de la cantaora tiene realmente tanto peso simbólico. Al fin y al cabo, la artista había convivido con una suerte de sospecha permanente sobre su sexualidad. Casi se daba ya por hecho. Precisamente ahí habita el valor de su decisión: "María del Monte estaba en un armario con las puertas de cristal, no había nadie en el mundo que no supiera que era lesbiana". Habla Beatriz Gimeno, quien sitúa al armario como elemento disciplinador: "Todo el mundo sabe que estás dentro, pero te obliga a estar siempre a la defensiva, negando lo obvio". Al fin y al cabo, hoy cualquiera puede "ser homosexual en las democracias liberales", pero es distinto cuando hablamos de serlo "en el espacio público y en igualdad de condiciones".
Permanecer en un armario con las puertas de cristal convierte a cualquier persona "en objeto de burlas y chantaje". En cambio, sostiene Gimeno, reconocerse abiertamente como lesbiana "desactiva la homofobia". La única formade hacer trizas el armario es "salir de él". Y para eso nunca es tarde. Lo dicen todas las mujeres que participan en este reportaje. "Nunca es tarde para salir, no se puede vivir en el armario: se respira muy mal y está lleno de telarañas que te impiden ser tú misma", clama Boti García Rodrigo.