Acuerdo nuclear
Irán, año cero
¿Viaja por negocios? ¿Petróleo o coches?”. El taxista que conduce a un occidental al aeropuerto Jomeini no concibe que se puede viajar a Teherán por otro motivo que no sea el laboral.
Tras el acuerdo alcanzado sobre la cuestión nuclear el 14 de julio de 2015 y el posterior levantamiento de las sanciones europeas de mediados de enero, al país “han viajado muchos ejecutivos". "Un país de 80 millones de habitantes, joven, expulsado del mercado mundial en los últimos 10 años, resulta muy apetecible”, ironiza Kaveh, periodista en Teherán. “Pero los inversores son los únicos extranjeros que piensan que en Irán está a punto de comenzar una nueva etapa”.
Igual de molesto se muestra Masoud, que dirige una asociación que vela por los derechos de los niños en la empobrecida zona sur de la capital. “Ese optimismo del establishment resulta indecente. Los occidentales se felicitan por haber taponado los reactores con cemento. Las desigualdades sociales, ¿también van a rellenarlas de cemento? El mundo está obsesionado con el asunto nuclear iraní, pero les importa un rábano que en nuestro país existan más de 20 millones de analfabetos y 11 millones de personas en situación marginal que viven en chabolas o en viviendas precarias”.
Incluso los iraníes, que desconfían del entusiasmo empresarial que rodeó la visita europea el pasado mes de enero –mención especial merece Davos– del presidente Rohani, reconocen que el fin de las sanciones debería tener repercusiones positivas, aunque sea demasiado pronto para verlas a simple vista. Para Kaveh, “la economía es una cuestión de confianza y no sentirse aislado del resto del mundo genera confianza”.
Amir, un economista que ha pasado más de cinco años en prisión por oponerse al régimen, considera que “próximamente se verán los resultados, en algunos sectores, como el del petróleo, el sector del automóvil, el del gas, aunque no antes de dos o tres años”. “No estoy seguro de que esto vaya a cambiar mucha la vida diaria de la gente. Salvo para aquéllos que encuentren un empleo”.
La tasa de desempleo, que oficialmente es del 19%, en realidad ronda al menos el 30%. Además, el ministro de Trabajo, Ali Rabiei, reconoció en marzo de 2015 que siete millones de trabajadores iraníes en realidad sólo tenían “pseudo-empleos”. Las mujeres han sido las variables de ajuste de los cierres de fábricas vinculadas a las sanciones, a falta de alternativas o de oportunidades. Por tanto, la reapertura del mercado del trabajo debería beneficiarlas a ellas en primer lugar, lo que explica en parte la oposición de los conservadores al acuerdo nuclear, ya que prefieren ver a las mujeres en casa.
Aunque los bancos de nuevo puedan realizar intercambios monetarios internacionales, ya que el sistema SWIFT está nuevamente en funcionamiento desde principios del mes de febrero; aunque Irán cuente con recuperar pronto casi 50.000 millones bloqueados en cuentas en el extranjero; aunque las exportaciones de petróleo a Europa se retomasen en mediados de febrero, de lo que se trata fundamentalmente es de “cerrar el paréntesis Ahmadineyad, más que de un cambio económico”, en opinión del investigador Clément Therme. “Va a ser necesario que pase tiempo para volver a la situación de los años 90, cuando Europa era el primer socio de Irán”.
Las infraestructuras se han visto afectadas, tanto en el sector de los transportes como de la industria. En 2013, en la Red se ironizaba con el hundimiento, en el Golfo Pérsico, de una plataforma de gas que pertenecía, como buena parte de la economía iraní, al poderoso cuerpo de los Guardianes de la Revolución.
Irán, ¿podrá modernizar sus infraestructuras al precio históricamente bajo al que se vende barril, mantener el anuncio de aumentar su producción de 200.000 barriles al día en los próximos seis meses, evitando con ello la monodependencia de los hidrocarburos (posee las segundas reservas de gas y las cuartas de petróleo del mundo)?
Pierre Fabiani, representante de la empresa Total en Irán entre los años 2004 y 2008, aseguraba recientemente en una conferencia, que el país “sin lugar a dudas, puede producir muy por debajo de los 30 dólares el barril, excepto quizás en algunos pozos. Hay que recordar que no hace tanto tiempo, en febrero de 1999, ¡el barril estaba a 10 dólares!”. Sin embargo, confesaba que sabía “tras haber negociado con la NIOC (National Iranian Oil Company), que no es fácil. ¡Pasamos cuatro años con las cláusulas de un contrato que ya se había firmado!”. Todo el mundo mira con lupa los nuevos modelos de contratos petrolíferos (Iranian Petroleum Contract, IPC), que todavía no se han ratificado, que deben guiar las relaciones entre Irán y las empresas extranjeras, y que los conservadores juzgan que otorgan demasiadas prerrogativas a estas últimas.
También se percibe la inquietud en el codicilo del acuerdo sobre lo nuclear de julio pasado, que prevé que se fijen nuevas sanciones si Irán retoma su programa nuclear. “Es lo que se llama snapback. Y supone un freno a la inversión extranjera. La probabilidad de que Irán dé un paso en falso en la cuestión nuclear es pequeña, pero si bien la probabilidad es pequeña, el riesgo es muy importante porque las consecuencias serían enormes. No se me ocurre cómo el risk manager de una empresa va a decantarse por invertir en un contexto semejante”. Pese a que Rohani espera que Irán reciba anualmente 50.000 millones de dólares de capitales extranjeros...
Además, no sólo a mediados de enero no se levantaron todas las sanciones; se mantienen varias de ellas, concretamente por parte de Estados Unidos (lo que puede hacer dudar a las empresas europeas que se acuerdan de la multa impuesta a BNP por infringirlas). También hay desconfianza por parte de Irán, aunque en las últimas elecciones los conservadores obtuvieron peores resultados.
Lotfallah Foroozandeh –antiguo asesor de Mahmud Ahmadineyad, hombre de negocios, accionista del club de fútbol Persépolis, candidato conservador en las elecciones legislativas y fiel reflejo de esa mezcla de política y de negocios que ha hecho furor esta última década– defiende que “Rohani da demasiada confianza a los occidentales. Se nos criticó durante el tiempo que duraron las negociaciones sobre la cuestión nuclear. Estoy a favor de las inversiones extranjeras, pero siempre que se respeten nuestras normas y nuestra cultura”.
Mohammed Tabatabai, que dirige el departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Allamed Tabatabai, situada en el extremo occidental de Teherán, apunta que “Occidente ha paralizado algunas sanciones, pero mantiene otras vigentes e incluso ¡ha impuesto otras nuevas! Estoy a favor de la apertura económica. Y los principalistas [denominación que se dan a sí mismos los conservadores en Irán] han ratificado el acuerdo en el Parlamento. Sin embargo, la animosidad entre Irán y Estados Unidos o Israel no ha terminado. La desconfianza hacia Occidente, que ha querido impedir que nos desarrollemos, sigue viva. De todos modos, los iraníes no tienen miedo a un nuevo embargo. Siempre hemos sabido cómo sortear las sanciones, con la complicidad de las empresas extranjeras si fuese necesario”.
Con independencia de las razones de la desconfianza recíproca existente y la incertidumbre ante las próximas elecciones en EEUU, en lo que respecta a la actitud de la Norteamérica posterior a Obana, con respecto a Irán, el voto de apoyo que el presidente Rohani recibió en las últimas elecciones avala la continuación de sus políticas de apertura diplomática y económica. Una política que hace que las esperanzas y las perspectivas a la vista se vivan de forma muy dispar en la sociedad.
Nuevos ricos
Teherán es una ciudad gigantesca, pero su geografía social es sencilla. “Cuanto más al norte o en dirección a la montaña, más rica es la ciudad”, ironiza Amir. “El precio de los apartamentos crece a medida que se avanza”. Hasta alcanzar picos de vértigo porque Teherán cuenta con una clase de megaricos, cuyos hijos ponen en práctica, cada fin de semana, lo que se llama dourdour (dour significa círculo), que consiste en recorrer la afamada avenida Vali-e Asr al volante de un coche deportivo.
“Con Rafsanyaní en la Presidencia, aparecieron los nuevos ricos y éstos han multiplicado su fortuna con Ahmadineyad, gracias a la economía de contrabando ligada a las sanciones”, explica Amir. “Las fluctuaciones en los tipos de cambio del rial iraní, ordenadas por el Gobierno, han permitido que muchas hagan fortuna en una noche, en caso de estar bien informados”.
El Sam Center es uno de los puntos neurálgicos de esta burbuja del lujo. Este centro comercial último grito alberga, en la última planta, varios restaurantes con magníficas vistas a la ciudad y a las montañas, donde se sirven menús que cuestan el equivalente al salario mensual medio iraní. En la planta baja, se ven boutiques de Dior, Dupont, Montblanc, Chopard, así como una pastelería que exhibe en sus vitrinas reproducciones en chocolate, a tamaño real, bolsos de Chanel o un maletín Vuitton lleno de billetes verdes...
Yasaman tiene 17 años, calza unas Nike Air blancas, en la mano lleva el último modelo del iPhone 6 y, en la cabeza, un pequeño velo rosa. Para ella, “el fin de las sanciones ya ha mejorado la situación”. “Ahora podemos divertirnos más fácilmente. El hecho de que Irán esté nuevamente en el mercado mundial nos abre muchas posibilidades. Por ejemplo, es mucho más fácil viajar al extranjero en mejores aviones, ya que Irán acaba de comprar aeronaves nuevas. Vamos a tener acceso a mejores productos y a nuevas marcas”.
Para Reza, de 30 años, polo Ralph Lauren y gafas de sol Ray-Ban en la cabeza, y a la que encontramos en la zona de fumadores de la cafetería situada en la primera planta del Sam Center, “a corto plazo, no habrá ningún cambio evidente. En la vida diaria, es muy pronto para notar cambios. Pero el fin de las sanciones influye en cuestiones macroeconómicas, como en los bancos. Y yo, que trabajo en el sector del turismo, veo que ya no queda una habitación libre en Teherán, por el aumento del número de turistas. Estoy convencido de que mis negocios se van a beneficiar. La gente ya no tiene miedo a venir a Irán”.
Muy cerca de Reza está sentado Shekar, de 55 años. Va vestida completamente de negro, salvo sus lustrados zapatos Louis Vuitton. También piensa que “las cosas van a cambiar de verdad”. “Mi marido trabaja en el metro de Teherán y continuamente sufrían problemas técnicos, había cables que no podían sustituir, modernizaciones que no podían llevar a cabo. De modo que, aunque va a hacer falta tiempo, tengo confianza”.
Al otro lado de la ciudad, al sur, a una veintena de kilómetros, a unas tres horas de coche si tenemos en cuenta los atascos incesantes que paralizan la capital, la percepción es bien distinta. “La sociedad iraní está en plena transición, pero la esperanza de que se produzca un cambio social es cada vez menor. El fin de las sanciones implica más capitalismo y desigualdades sociales”, dice Masoud.
Para quedar con este joven con bigote y con sus amigos en un pequeño apartamento, hemos tenido que dejar el móvil en el hotel, ante la posibilidad de que el terminal telefónico del periodista extranjero estuviese sometido a algún tipo de control. Los chicos y chicas presentes no forman parte de ninguna organización armada clandestina, sino a una ONG que se encarga de educar y ayudar a los niños que trabajan en las calles, que calculan es superior a los cuatro millones. Pero el miedo al régimen sigue presente porque “todo es política en Irán”, recuerda Amir. Tanto la forma de vestir, como la manera de comportarse.
En este apartamento, las chicas no llevan velo, en la televisión sólo se ve la BBC en persa y ofrecen té al visitante, “pero también alcohol, por supuesto”. Producen el alcohol de forma artesanal añadiendo levadura a la cerveza sin alcohol o mediante destilaciones caseras.
Según Masoud, “las políticas de privatización y de liberalización, iniciadas con el expresidente Rafsanyaní [entre 1989 y 1997, y que encabezaba la lista reformista en las elecciones del pasado 26 de febrero], sobre todo en lo que respecta a la educación, excluyen cada vez a las familias pobres. En el plano económico, tanto los reformadores, como los moderados y los conservadores son partidarios de los ajustes estructurales. Sólo Mir Hossein Moussavi [el líder del movimiento verde, ahora en arresto domiciliario] tenía un discurso un poco diferente”.
Aunque su retórica se parece, los integrantes de este grupo niegan ser marxista, “porque no se puede entender nada en Irán con el marco histórico occidental”. O porque es peligroso definirse así en Irán, aunque Masoud sostiene que Irán es “la sociedad que presenta el espectro político más amplio imaginable, que abarca desde los anarquistas a los integristas”.
En cualquier caso, el espectro social es muy extenso y la brecha entre los muy ricos y las clases medias empobrecidas ha ido a más. En diez años, casi dos tercios de la población ha visto cómo disminuían sus ingresos y el consumo de algunos productos de primera necesidad, como la leche, ha caído a la mitad. “Temo que con el fin de las sanciones no invierta esta tendencia y y que beneficie a los que ya cuentan con medios para hacer frente a la nueva situación”, explica Amir. Estas desigualdades corren el riesgo de ir a más porque el dinero del petróleo no va a bastar para acabar con el desinterés por la suerte de los pobres”. Aunque el Guía Supremo, gran lector de novelas, haya dicho que su obra preferida es Los Miserables...
Líneas rojas
La apertura económica, aunque no conlleve de forma automática una mejora social, ¿conduce a políticas más laxa? “Yo, que participé en la revolución islámica con 16 años, que fui a la guerra con Irak donde resulté herido, que soy un bassidj [miembros de las milicias islamistas], siento amor por mi patria y la conozco bien”, dice Lotfallah Foroozandeh. Puede asegurarle que la mayoría del país no quiere un cambio. Hay que mejorar económicamente, pero permanecer fieles a los valores de la República Islámica, el Guía Supremo ha sido muy claro en ese sentido”. Ali Jameini, aunque comparte la posición del presidente Rohani en lo que a la cuestión nuclear se refiere, ha manifestado en varias ocasiones su temor por que la apertura económica sea una suerte de caballo de Troya para “infiltraciones” occidentales.
“Es verdad que la religión ha perdido importancia en la vida diaria de los iraníes. En la vida de los musulmanes, existen deberes de los que cada vez más personas quieren quedar exentos, mientras que en el islam, hay que saber darse por satisfecho con lo que recibes y con las normas vigentes. Cada vez son menos los iraníes que aceptan estas prerrogativas y quieren vivir a la occidental”, dice Mehdi Salehi, de 60 años, religioso que estudió en Mashhad, la ciudad santa del chiísmo, que enseña estudios coránicos en Teherán.
El fin de las sanciones y las consecuencias que se derivan, ¿acentuará esta tendencia? “Es posible, pero también es posible que no suponga cambios, incluso que desencadene el efecto inverso. La atracción por Occidente ha estado muy vinculada al hecho de que se trataba de un fruto prohibido y de un sitio de difícil acceso”.
Sea como fuere, los iraníes ahora lo que quieren saber es si los moderados –con el presidente Rohani y el expresidente Rafsanyaní a la cabeza, que ganaron en las últimas elecciones– impondrán reformas políticas y sobre todo dejarán en libertad a los opositores o si incumplirán las promesas de campaña para no disgustar al Guía Supremo.
Entre los iraníes críticos con el régimen islámico, persisten las dudas en lo que respecta a las consecuencias de esta transición y en la importancia real de estas elecciones. “Creo que cuando la economía mejore, habrá cambios políticos. Cuando se pasa hambre y sólo se piensa en la subida de precios, a uno le da igual la política”, dice Kaveh. “Por desgracia, el pan va antes que la libertad. En la historia de Irán, las luchas para conseguir más libertad a menudo han ido aparejadas con momentos de mejora económica. Además, la victoria de los reformistas va a acentuar las fisuras en el seno del régimen y esto tendrá consecuencias positivas sobre los ciudadanos”.
Por el contrario, Amir no piensa que “el siguiente paso sea la liberación de los opositores. Hay todavía muchas líneas rojas, aunque hay movimientos. Todavía no se puede hablar de la policía, de la cárcel, de la Justicia, del Ejército, del Guía ni tampoco de los suicidios, para no dar una mala imagen del país”. Masoud abunda en ese mismo sentido: “El fin de las sanciones puede mejorar la situación del paro, no la libertad de expresión”.
Estas diferencias de interpretación del momento actual que vive Irán ¿muestran las divergencias entre optimistas y pesimistas, reformistas y revolucionarios, impacientes e impasibles? Reflejan más bien que las contradicciones de este país se acentúan. Se puede ser reformador en política y conservador en las costumbres, o bien muy creyente y estar a favor de la separación entre la política y la religión. Twitter puede estar prohibido, mientras que todos los personajes públicos disponen de una cuenta activa, incluido el Guía Supremo. Los Guardianes de la Constitución de esta misma República Islámica impidieron que el nieto del imán Jomeini, el fundador de la República Islámica, se presentara a las elecciones por falta de “conocimientos religiosos”. El alcohol está estrictamente prohibido, pero existen centros de desintoxicación. La homosexualidad puede suponer la pena de muerte, pero por la noche en las inmediaciones del parque Daneshgu, es posible ver a grupos de travestis que van de marcha. El traductor que impone a los periodistas extranjeros una onerosa y obligatoria “agencia mediática”, encargada de analizar sus actividades al “Ministerio de Cultura y Guía Islámica”, puede también decir: “Si no estuviese trabajando con usted, estaría repartiendo pasquines de los reformistas...”.
“Condenados a esperar”
El listado es interminable. Sobre todo si la evolución de la sociedad iraní está vinculada con las múltiples recomposiciones del tablero político iraní. ¿Conseguirá el viejo zorro de Rafsanyaní imponer, tras Jameini, un “guía colegial”, tal y como propone? El presidente Rohani, como actual Guía, ¿puede pasar de la Presidencia de la República a la Fundación Suprema?, Jomeini, ¿puede seguir los pasos de su abuelo?, Ahmad Jannati, bestia negra de los progresista, todopoderoso por su papel determinante en el Consejo de los Guardianes de la Constitución, reelegido por la mínima, a 90 años, en la Asamblea de Expertos, ¿demostrará a la juventud iraní que está equivocada? Los jóvenes creen que Einstein, al decir que existían sólo “dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana”, se olvidó de la “longevidad y la nocividad de Jannati....”. Las respuestas a estos interrogantes quedan en suspenso hasta que no se produzcan dos movimientos.
El primero, relativo a la naturaleza misma del régimen. Su fundador, el ayatolá Jomeini, lo definió como una república islámica “ni más, ni menos”. Mehdi Salehi insiste en que “esta teoría que combina república e islam siempre está de actualidad, aunque hoy y ayer haya personas que quieran un Gobierno islámico que no sea una república y otros que quisieran acabar con el poder de la religión. La naturaleza del gobierno puede evolucionar, se puede añadir cámaras a estas que ya existen, pero la idea principal debe permanecer: estar dispuesto a sacrificarse por el imán y hacer evolucionar la sociedad por el bien del pueblo”.
Sin embargo, el poder de los mulás ha disminuido estos últimos años. Por ejemplo, la lista conservadora en las legislativas de Teherán estaba dirigida por un hombre que vestía de civil e incluía casi a tantas mujeres como religiosos. O, sobre todo, la distancia que ha tomado, con relación a los religiosos, el Guía Supremo actual, cuyo brazo derecho es un general y que tiene por brazo armado el Cuerpo de los Guardianes de la Revolución (Pasdarans).
De hecho, entre la República y el islam se impone cada vez más el Sepah (el ejército), como pone de manifiesto la promoción de la figura del general Qacem Soleimani, comandante de la fuerza Al Qods, que combate en Irak o en Siria. En unos años, se ha convertido en una leyenda viva.
En este equilibrio entre poder religioso, poder militar y poder político, la apertura económica constituye un elemento clave y un elemento de enfrentamiento. En efecto, los religiosos y como los militares cuentan con imperios que el nueva escenario podría poner en entredicho. Los bonyad, las fundaciones religiosas riquísimas gracias a las donaciones de los fieles, controlan buena parte de la economía del país, como la bonyad Mostazafan (fundación de los desheredados), que cuenta con más de 33.000 asalariados y que presenta una cifra de negocios que supera los ocho mil millones de euros anuales...
Pero la ecuación es aún más delicada para el poderoso cuerpo de los Guardianes de la Revolución, que controla a día de hoy más de 800 fundaciones y empresas, en sectores tan diversos como el transporte, la construcción, hidrocarburos, bancos y comunicaciones. En julio de 2009, la sociedad Telecommunication Company of Iran, primer operador del país, fue cedida a Etemad Mobil, empresa de los Pasdarans, que no dejarán con facilidad lo que es una fuente de ingresos y un medio de control.
No sólo los Pasdarans se han enriquecido durante estos diez años de sanciones gracias al contrabando, al clientelismo y al control de fronteras, pero ellos se encuentran siempre en la lista de las sanciones occidentales y tienen mucho que perder con los cambios en marcha. “Controlan en torno al 15% de la economía iraní”, explica el investigador Thierry Coville. “Es mucho, pero se ha de tener en cuenta los intereses económicos del ejército turco o egipcio, que también son importantes. Pero es verdad que si Rohani quiere hacer privatizaciones, va a chocar con sus intereses”.
El segundo movimiento subterráneo que puede hacer cambiar el destino de Irán se basa en una constatación. Los principales actores de esta poligarquía presentan un importante desfase generacional: el 60% de los iraníes de menos de 30 años que viven su juventud con, a la vez, más obligaciones y más creatividad que en otras partes.
Si se toma como ejemplo 1988, año clave porque supone el final de la guerra con Irak y el endurecimiento del régimen con el asesinato de miles de opositores durante lo que se llamó la “masacre de las prisiones”, Ali Jameini era ya presidente de la República; Hassan Rohani era entonces comandante en jefe adjunto de las Fuerzas Armadas; Hachemi Rafsandjani, representante del imán Jomeini, en el seno del todopoderoso Consejo de Defensa y Mir Hossein Moussavi, actual héroe prisionero de los reformadores, era primer ministro, aunque más tarde dijo que no estaba al corriente de las ejecuciones masivas cometidas entonces.
El futuro Irán tras el fin de las sanciones se jugará también en la expresión de las aspiraciones de una sociedad civil mucho más joven que sus dirigentes, así como en su forma de imponerla. “Ya no creo en una revolución, ahora es mejor ir poco a poco, pero el resultado de las últimas elecciones me hace ser optimista”, dice Amir Ali, un joven intelectual de Teherán.
Shrin, opositor con una larga trayectoria que ha pasado muchos años en prisión, es menos positivo. “Mucha gente ha abandonado la lucha tras del movimiento verde de 2009. En Irán, estamos condenados a esperar. Esperamos el acuerdo sobre la cuestión nuclear. Después estas elecciones. Ahora esperamos el resultado de las elecciones norteamericanas. Después el resultado de las próximas elecciones presidenciales de Irán. ¿Cuándo dejaremos de esperar?”.
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Traducción: Mariola Moreno
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