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El triunfo de Trump acentúa las tensiones en el mar de la China Meridional

Xi Jinping, presidente de China.

Se trata de uno de los asuntos más recurrentes de la prensa china. Un día de cada dos, por no decir a diario, se publican artículos sobre el mar del Sur de China. A veces se trata de simples breves sobre ejercicios militares; en otras ocasiones incluyen fotos de aviones de caza J-15 despegando del único portaviones chino Liaoning. A veces, se publican editoriales encendidos que permiten que el Gobierno difunda sus soflamas patrióticas. Insuperable. Y es que el mar del Sur de China, también conocido como mar de la China Meridional, está en el centro de las preocupaciones gubernamentales. Tanto es así que los dirigentes chinos llegaron a decir, en 2010, que se trataba de un asunto de “interés vital”.

Si todo sucediese como desea China, la partida ya se habría ganado. El territorio de Imperio Celeste se extendería allende los mares, abarcando todo lo que se encuentra entre los 1.500 kilómetros de la costa sur del país y la llamada “línea de los nueve trazos”. Adoptada en 1947, esta demarcación permite a los chinos delimitar sus territorios sobre casi el 80% del mar de la China Meridional. Pero en 2017, la realidad es bien distinta. Los países vecinos de China hace varios años que tratan de recuperar esas islas e islotes que también quieren poder explotar. Desde 2009 y a raíz “del giro hacia Asia” de Estados Unidos, que decidió volver a desplegar más tropas en Asia-Pacífico, la disputa ha alcanzado una envergadura todavía mayor. La llegada a la Casa Blanca de Donald Trump y su retórica muy agresiva contra Pekín lo único que han hecho es alimentar las tensiones. Un oficial chino incluso ha llegado a declarar que una guerra con Estados Unidos era una “realidad práctica”.

De modo que, para China, es el momento de adoptar una nueva estrategia que le permita acercar sus propios intereses a los de los países vecinos, evitando echar leña al fuego tras las declaraciones –en ocasiones, grandilocuentes– del nuevo Gobierno americano.

Para comprender la situación actual, hay que remontarse a finales del siglo XIX y a la primera mitad del siglo XX. Después de la guerra del opio, China fue “semicolonizada” por Francia y Reino Unido y, después, por Japón, debido sobre todo al mal control de las fronteras marítimas. A finales de los 50, China anunciaba oficialmente la anexión de las islas del sur y seguiría expandiéndose, hasta apropiarse, en 1974 de la totalidad de las islas Paracel; después, en 1988, de los islotes en el seno de las islas Spratley, entonces parcialmente ocupadas por Taiwán, Vietnam, Filipinas y Malasia. Según Sébastien Colin, especialista en política marítima del Centro de Estudios Franceses sobre la China Contemporánea, de Hong Kong, la historia del mar del Sur de China “ha conocido ciclos de tensiones y de paz antes de la nueva ruptura de finales del 2000”. Ahora que China puede reafirmarse como una gran potencia, es el momento de tomarse la revancha. Es el momento de recuperar el control de sus costas. Pero los territorios que el país considera que son suyos también son reclamados por los Estados vecinos. Para justificarse, todos aportan documentos históricos más o menos fiables coincidentes en un punto: fueron los primeros en descubrir estas tierras.

En 2012, con la anexión china del arrecife de Scarborough, la tensión aumentó. Pescadores filipinos navegaban por esas aguas que, por aquel entonces, pertenecen a todo el mundo y a nadie. Pero China lo considera una intrusión y decidió enviar a sus guardacostas, una acción determinada sobre todo si se tiene en cuenta que este tipo de incidentes frecuentes se resolvía en general sin hacer mucho ruido. “La llegada al poder del presidente Xi Jinping supuso un punto de inflexión que, pese a todo, hay que matizar. Antes ya habían aflorado tensiones, pero Xi tenía intención de acelerar la construcción de una potencia marítima mundial. Su predecesor Hu Jintao era más prudente. Xi parecía dispuesto a regenerar la presencia china y a aplicar una política extranjera más firme y ambiciosa”, explica Sébastien Colin.

Desde que accedió al poder en 2012, el presidente chino Xi Jinping ha desarrollado el concepto de zhong guo meng o “sueño chino”. Una especie de sueño americano a la china donde todo es posible y donde los que eran débiles en el pasado consiguen, a base de perseverancia, convertirse en poderosos. En cierto modo como China que, después de su apertura al mundo en los años 80, ahora desea imponerse como uno de los actores principales en los panoramas regional e internacional. Así las cosas, el mar de la China Meridional pasa a ser el terreno ideal para poner en marcha sus ambiciones. Un mayor peso que, parece que ya ha conseguido en la región, pero que no gusta a Estados Unidos. De modo que la Administración Obama trató de erigirse en líder y mediador.

En un documento titulado “Estrategia marítima de seguridad en Asia Pacífica” de 2015, el Pentágono dice tener tres objetivos en la región: “Salvaguardar la libertad de navegar, evitar los conflictos y promover el respeto de las leyes y de los estándares internacionales”. El informe señala que el objetivo de Estados Unidos es “garantizar un Asia cuyas aguas permanezcan abiertas, libres y seguras en las próximas décadas”.

Un discurso bien distinto a las últimas declaraciones de Rex Tillerson, el nuevo secretario de Estado norteamericano nombrado por Donald Trump. A mediados de enero, el antiguo magnate de la empresa petrolera ExxonMobil afirmó sin tapujos que Estados Unidos “tendría que enviar una señal clara a China: debía detener las construcciones de islas artificiales, así como el acceso total a éstas”. Declaraciones que han hecho reaccionar a los medios de comunicación estatales chinos, para los que estas palabras son “las más radicales oídas antes a Estados Unidos”, llegando incluso a decir que “Washington debería prepararse para una guerra militar a gran escala”, en caso de concretarse. Palabras expresamente gruesas con el fin de poner los puntos sobre las íes a la potencia de China y de demostrar que no se deja asustar por las amenazas. Una comunicación más bien dirigida hacia los propios chinos porque los intereses, tanto del lado chino como del lado estadounidense, no pasan por la confrontación militar.

“Amenaza para la seguridad”

Estas islas artificiales a las que se refería Rex Tillerson constituyen uno de los puntos más sensibles que enfrentan a China con sus vecinos asiáticos. Entre 2013 y 2016, el país llevó a cabo construcciones masivas en las islas antes anexionadas. El ejemplo del arrecife de Fiery Cross en el archipiélago de las Spratleys todavía permanece en el recuerdo. En imágenes aéreas de mayo de 2014 se ve un pequeño arrecife rodeado de aguas turquesas...

Dos años más tardes, ha dado paso a una isla artificial con una pista de aterrizaje y hangares. Una estrategia que defiende Li Jianwei, del Instituto Nacional de Investigaciones sobre el Mar de la China Meridional, con base en Haikou, en Hainan: “No somos los primeros en hacerlo. Malasia, Vietnam, Filipinas empezaron a construir mucho antes que China. Lo hemos hecho después, pero a mayor escala. Eso es lo que ha atraído la atención de los medios de comunicación”. Y matiza: “Incluso con las construcciones, no se puede cambiar la naturaleza. Si es un arrecife, sigue siendo un arrecife”.

Estas transformaciones masivas forman parte de la estrategia de China para delimitar su territorio y le permite mostrar a sus rivales su fortaleza. También es el momento de presentar sus nuevos recursos militares. Entre 2002 y 2012, el presupuesto de defensa chino aumentó un 198%. Unas cifras matizables, ya que China no sólo ha debido modernizar su equipamiento, sino también invertir en aparatos más pesados, como un portaaviones, que otras potencias tienen hace ya mucho tiempo, o en la creación de una base de submarinos en la isla de Hainan, al sur del país.

Pero China también ha trabajado de forma más “sutil” en extender su influencia en el mar de la China Meridional. Desde 2013, hay agencias de viajes que ofertan cruceros reservados sólo a turistas chinos y por lo tanto prohibidos a los extranjeros... y a los chinos de la región de Xinjiang de mayoría musulmana. Porque el Gobierno no es el único que quiere sacar partido del “sueño chino” en el mar de la China Meridional. Miles de chinos de clase media viajan en estos cruceros “patrióticos”, barcos con capacidad para 300 personas. El paseo dura dos días y permite visitar tres islas de las Paracel, Yinyu, Quanfu y Yagong. El precio varía entre los 400 euros hasta superar los 1.000 euros por persona, según las categorías. Una formato que a China le permite que sus conciudadanos participen en esa búsqueda de la soberanía territorial. Y todo ello mientras disfrutan de un paseo en barco por islas paradisíacas y desérticas.

Para estos aprendices de exploradores de los mares, la visita consiste en pasar unas horas en las islas... y poco más. No hay infraestructuras para acogerlos, las comidas y las noches se realizan a bordo del barco y todas las actividades (submarinismo o el esquí acuático) son de pago. Una de ellas, sin embargo, es gratuita: la ceremonia de izado de la bandera china mientras se cantan himnos patrióticos: “Hay pasajeros de 50-60 años que han vivido durante la verdadera época comunista. Eso les trae recuerdos. En un lugar como éste es normal estar orgulloso de ser chino, ¿no?”, explica Orange, agente de viajes de Hainan. En cuanto a las tensiones en la región y al riesgo de guerra, se muestra muy pragmático: “Por supuesto, la región no es 100% segura, nada lo es. Por ejemplo, en la vida siempre existe el riesgo de enfermar, pero no por eso se deja de vivir, ¿no?” Para Huang, de la agencia Hainan Huizhong National Tourism, decir que se trata de cruceros patrióticos es exagerado: “En realidad, la gente exagera demasiado... los turistas vienen sólo para divertirse y pasarlo bien, no por razones políticas”, dice.

El pueblo chino parece dispuesto a aprovechar estos nuevos territorios explorables. Sin embargo, según un sondeo del Pew Research Center de 2016, el 59% de los interrogados se dice preocupado ante la eventual guerra que podría engendrar estos problemas de disputas territoriales. El 12 de julio de 2016, la tensión aumentó en la región cuando el Tribunal permanente de Arbitraje de La Haya sobre derecho marítimo daba la razón a Filipinas sobre las aguas territoriales, reivindicadas por China en un incidente en 2013. Entonces, Pekín declaró el juicio nulo y sin efecto. Con independencia de lo que piense Occidente, China no está dispuesta a revisar sus ambiciones a la baja porque tiene muchos intereses.

Desde un punto de vista económico, entre un 70% y un 80% del comercio chino pasa por el mar de la China Meridional. Esta región también posee recursos petrolíferos y gasísticos en cantidades discutible pero que, según el NISC, representan en torno al 12% de las reservas mundiales. Aunque, el mayor desafío es la pesca. El mar está sobreexplotado cerca de las costas y los pescadores deben ir cada vez más lejos. Se trata de una actividad económica muy importante y de un desafío nacional en materia de seguridad alimentaria. Un problema común a todos los países de la región. Unos y otros van a pescar a caladeros cada vez más apartados, corriendo incluso el riesgo de situarse en aguas que otros consideran suyas. El Gobierno chino, al igual que otros Ejecutivos de la zona, llega incluso a pagar primas a aquellos pescadores nacionales que fondean en aguas objeto de disputas. Otra forma de marcar su territorio.

A día de hoy, resulta legítimo preguntarse hasta dónde está dispuesta a ir China y si cabe la posibilidad de que se desencadene un conflicto directo con sus vecinos y con Estados Unidos. Estas cuestiones pueden ser analizadas bajo dos perspectivas: una regional, donde China ya ha ganado: es la potencia dominante y los que tratan de medirse con ella salen perdiendo. Malasia e Indonesia, por ejemplo, han decidido mostrarse conciliadores y han recibido algunas ayudas de China, sobre todo para infraestructuras e intercambios comerciales, en el marco de la nueva ruta de la seda. En las últimas semanas, el Gobierno vietnamita se acercaba también a Pekín. El otro factor, esencial, que cambia la cosas, procede de Filipinas, ya que el acercamiento con el nuevo presidente Rodrigo Duterte ha permitido disminuir el impacto de la decisión de La Haya de julio de 2016. El presidente Duterte, profundamente antiamericano, ha decidido mostrarse más abierto a la negociación con Pekín y materializó ese gesto con un viaje de Estado a China, en octubre pasado.

La segunda perspectiva, la más imprevisible, es internacional y concierne sobre todo a la relación sino-norteamericana. “Estados Unidos no participa en la disputa territorial, el país solo está implicado porque tiene intereses. China ve las actividades militares norteamericanas en el mar de China Meridional como una amenaza para su seguridad, mientras que para América simplemente representa la libertad de navegación”, explica Li Jianwei, del NISCS. Una implicación norteamericana que a China le resulta difícil de aceptar porque sugiere cierta pérdida de soberanía estratégica. Si bien Estados Unidos reconoce la pujanza de China, no desea que se convierta en la potencia dominante de Asia Oriental.

Así las cosas, se trate de la prensa de Estado china o de los expertos internacionales y chinos, todos coinciden en una cosa: la situación en el mar de China Meridional está en vías de la estabilización. China, en su discurso oficial, asegura estar dispuesta a cooperar con los Estados vecinos. Queda por saber qué les supondrá a éstos. En cuanto a Estados Unidos, todo depende ahora de las decisiones de la nueva Administración Trump, aunque es cierto que el conflicto directo no parece ser una buena solución. Para ninguna de las dos partes. En opinión de Li Jianwei, hay una cosa segura, “China está dispuesta” a esperar su objetivo: “Mantener la paz y la seguridad en mar de China del Sur”. Un discurso alentador... que habrá que ver si se confirma.

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  Traducción: Mariola Moreno

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