Donald Trump cambia las reglas de juego en el tablero económico mundial sin la seguridad ganar la partida

El economista Arthur Laffer desencadenó en 1974 la gran contrarrevolución neoliberal al dibujar sobre el mantel de un restaurante una famosa "curva" que supuestamente mostraba que existía un tipo impositivo a partir del cual los ingresos fiscales caerían. Sobre la base de este esquema apresurado y aproximativo se construyeron las políticas fiscales de los años 1980 a 2010. El mundo se reorganizó en torno a las matemáticas más oscuras.
Es el mismo tipo de cálculo aproximado que parece haber regido la fijación de los aranceles anunciados por la Casa Blanca este miércoles 2 de abril. Cada tarifa parece más absurda que la anterior: algunos países hostiles a Estados Unidos reciben mejor trato que sus aliados más leales. Irán y Afganistán sólo estarán sujetos al mínimo (10% de derechos de aduana), mientras que Israel, uno de los aliados militares de Washington, verá sus exportaciones afectadas en un 17%.
Del mismo modo, países muy pobres como Madagascar, que sólo representan una ínfima parte del déficit comercial estadounidense, se ven duramente afectados. Sus productos estarán gravados con un 47%, a pesar de que el déficit comercial de bienes con ese país insular en 2024 era de 680 millones de dólares, es decir, el 0,06% del déficit comercial de bienes de Estados Unidos (1,2 billones de dólares el año pasado). El PIB per cápita de Madagascar, en paridad de poder adquisitivo, es el 2,2% del de Estados Unidos.
Ello se debe a que, para tener en cuenta las "barreras no arancelarias", la Casa Blanca ha recurrido a cálculos que equivalen a golpear con más dureza a los países con superávit frente a Estados Unidos, sea cual sea su tamaño o nivel de desarrollo. Lo que parece haberse hecho es de lo más simplista: se divide el importe del déficit bilateral con un país por el importe de sus exportaciones a Estados Unidos. Divida la cifra resultante por dos y obtendrá los aranceles "recíprocos"...
Nada de esto tiene mucho sentido, salvo confirmar la lógica mercantilista de Donald Trump, que no conoce excepciones, sino que se reduce a ese viejo adagio de la prehistoria capitalista: el déficit es malo y el superávit es bueno.
Una lógica ilógica
En esta lógica, ya no hay aliados ni enemigos políticos, solo "aprovechados". Por ejemplo, una semana después de que el secretario de Estado Marco Rubio visitara Georgetown, la capital de Guyana, para asegurar al pequeño país el apoyo incondicional de Estados Unidos ante la amenaza de invasión venezolana, Donald Trump impuso aranceles del 38% a los productos de Guyana, frente al 15% de los productos venezolanos.
Es más, incluso los países que tienen déficit comercial con EEUU, como Brasil, Reino Unido, Singapur y Australia, se enfrentarán a un arancel mínimo del 10%, porque no hay mala ocasión para aumentar el superávit. Una política de este tipo está abocada a la reorganización económica y política. En 2023, Estados Unidos seguirá siendo el primer importador mundial, con un 13,3% de las importaciones. Los países y regiones más afectados tendrán que encontrar la manera de compensar el impacto negativo de los aranceles en sus exportaciones.
Esta recomposición será compleja y dependerá de varios criterios. Contrariamente al pánico que rodea a estas medidas, Estados Unidos no dejará de importar bienes del resto del mundo. Todo depende de la situación competitiva interna y externa, y de la situación de las empresas en los países afectados.
¿Qué impacto tendrán las medidas en las importaciones?
Pongamos algunos ejemplos. En el sector del automóvil, podemos suponer que los fabricantes estadounidenses se verán favorecidos frente a sus competidores europeos (gravados con un 25%) y chinos (gravados con un 34%). Pero estos fabricantes también tendrán que importar piezas a un precio elevado, ya que las cadenas de suministro están muy extendidas y fragmentadas. La Cámara de Comercio de Estados Unidos calcula que el 56% de las importaciones del país son materias primas, componentes y bienes de equipo. Por no hablar de que a veces la misma pieza, reelaborada en el extranjero, puede cruzar las fronteras varias veces y estar sujeta a derechos de aduana otras tantas.
En otras palabras, para producir, hay que importar. Y a veces la elección de proveedores es limitada, algo que las matemáticas elementales de la Casa Blanca no tuvieron en cuenta.
El precio de los coches fabricados en Estados Unidos también subirá. Y, mecánicamente, la diferencia se reducirá, sobre todo porque la protección de laque gozan los fabricantes locales les incitará a subir sus precios para asegurar sus márgenes.
Al cabo de un tiempo, la diferencia de precios entre los productos locales y los importados será, por tanto, menor de lo que podrían sugerir las diferencias de derechos de aduana. Esto es aún más cierto si se tienen en cuenta los diferentes niveles de competitividad inicial de los precios. Los fabricantes de automóviles chinos tienen un margen considerable, dados sus costes de producción, para incorporar estos impuestos a sus precios de venta.
Incluso con aranceles, no será rentable ni posible producirlo todo en suelo estadounidense
No cabe duda de que se revisarán las líneas de producción, pero una gran parte de los productos que se venden en Estados Unidos no se fabrican allí e, incluso con derechos de aduana, no será ni rentable ni posible producirlo todo en suelo estadounidense. Las diferencias en los derechos de aduana desempeñarán sin duda un papel en la reorganización de la cadena de suministro, así como en el ámbito de los productos de gama baja, que hoy apenas se producen en Estados Unidos.
Es dudoso que la camiseta made in USA tome el relevo de la producida en el extranjero. En cambio, es posible que el país se abastezca en zonas donde los derechos de aduana sean más bajos. Por ejemplo, parte de la producción de Camboya, sujeta a aranceles del 47%, podría trasladarse a Túnez (28%). Pero todo esto es incierto, porque, según la lógica de Donald Trump, si el textil tunecino se desarrolla demasiado, los derechos de aduana volverán a subir inevitablemente. Este es uno de los hechos de esta recomposición: Estados Unidos no es un socio fiable. Su objetivo es ser los únicos ganadores en este asunto.
¿Obtener concesiones?
Es en este complejo marco donde tomará forma la remodelación del comercio mundial. Cada país no tendrá necesariamente la opción de responder. Para algunos países económicamente débiles, políticamente alineados con Washington o muy dependientes de Estados Unidos, el primer paso es negociar aranceles más bajos con Donald Trump para salvaguardar su crecimiento y acabar en el lado ganador de esta reestructuración. Sin embargo, esta negociación implica grandes concesiones políticas y económicas, y riesgos no menos importantes.
Uno de los países que sigue esta política es Argentina. Aunque se ha visto afectado por el tipo mínimo del 10%, el país dirigido por el libertario Javier Milei necesita el apoyo de Washington para obtener fondos del Fondo Monetario Internacional y de las finanzas estadounidenses con el fin de estabilizar su moneda. Javier Milei también es cercano a Donald Trump. El ministro de Relaciones Exteriores, Gerardo Wertheim, se encuentra actualmente en Washington y, según la prensa argentina, insiste en que su país se alinee con las posiciones estadounidenses en la ONU y en el contexto latinoamericano.
Otro país en esta línea es India, la economía de más rápido crecimiento del mundo, que negocia actualmente un acuerdo bilateral de libre comercio con Estados Unidos. Nueva Delhi tiene uno de los aranceles más altos de las principales economías del mundo. El Gobierno de Narendra Modī, que tampoco oculta su cercanía ideológica a Donald Trump, espera abiertamente poder rebajar la tasa del 27% anunciada ayer, a cambio de abrir sus mercados a los inversores estadounidenses.
Pero para el gobierno de Modī, el acuerdo no será fácil. El capital indio está muy apegado a sus protecciones, sobre todo en el ámbito financiero. Por tanto, tendrá que elegir entre estas protecciones y el acceso a bajo coste al mercado estadounidense, su mayor cliente y destino del 20% de sus exportaciones. Pero también habrá un coste político para India, que tendrá que unirse al bando hostil contra China, en un momento en que las relaciones entre ambos países habían mejorado.
Por ello, Estados Unidos podría exigir un acceso más fácil a los mercados nacionales de los países implicados, así como concesiones políticas. Queda por ver si estas condiciones son aceptables para los países muy pobres, donde se sabe que el proteccionismo es un requisito previo para el desarrollo, o para los países que dependen económicamente de los rivales de Estados Unidos, especialmente China.
La cuestión se planteará en particular para los países del sudeste asiático, muy afectados por los derechos de aduana «recíprocos». Sólo Singapur, centro financiero mimado por Wall Street, escapa a las tasas recíprocas. Los demás países de la región están bajo presión, especialmente aquellos que, como Vietnam, habían confiado en el "friendshoring", es decir, el traslado de industrias de China a países políticamente más cercanos a Estados Unidos.
Los países del sudeste asiático han optado a menudo por una política de equilibrio entre China y Estados Unidos que ya no será sostenible
Estos países dependen en gran medida de China, sobre todo para sus importaciones. El 33% de las importaciones vietnamitas y el 29% de las indonesias proceden de China. ¿Pueden estos países aceptar el cambio a importaciones estadounidenses más caras y menos disponibles? ¿Pueden abrir sus mercados a los grupos del otro lado del Pacífico mientras aún están en fase de desarrollo y expulsar a los grupos chinos que ya están allí? De ser así, gran parte de su negocio se vería amenazado.
Además, políticamente, estos países han optado a menudo por una política de equilibrio entre China y Estados Unidos, que ya no será sostenible bajo la presión de Washington. En su reciente gira regional, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, pidió una mayor "disuasión" contra Pekín reforzando las capacidades militares de Filipinas y Japón, en particular. Por tanto, el coste de una reducción de los aranceles estadounidenses podría ser elevado para estos países, que, por el contrario, podrían tener interés en reforzar sus lazos con Pekín.
China en el centro de la remodelación
Esto nos lleva al elemento central de esta remodelación: China. Duramente golpeado por la política de Donald Trump, con aranceles del 54%, este país ya estaba en proceso de independizarse del mercado estadounidense. La guerra comercial contra China no empezó el 2 de abril, sino en 2018, durante el primer mandato de Donald Trump, y ha continuado bajo Joe Biden. La cuota de EE UU en las exportaciones chinas cayó del 18% en 2017 al 12,8% en 2023.
Por supuesto, el golpe es aún mayor esta vez. Pero la cuestión no es tanto la de las "represalias", que difícilmente cambiarían la política de Washington, como la de reorganizar la economía china para contrarrestar el golpe. Por supuesto, el golpe puede ser duro para ciertos sectores, pero la política de Trump también puede ser una oportunidad para Pekín, que ha iniciado un cambio estructural de su economía hacia el consumo de los hogares.
Las autoridades chinas llevaban meses anticipando este peor escenario. Las medidas adoptadas para apoyar el crecimiento habían sido moderadas hasta ahora, pero la opinión pública se había preparado para una respuesta contundente sobre la demanda de los hogares, prevista para marzo. La decisión de Donald Trump conducirá inevitablemente a fuertes medidas de apoyo al mercado interior en las próximas semanas, con la idea de compensar el choque sobre las exportaciones.
No será difícil para Xi Jinping insistir en la poca fiabilidad de la asociación con Washington
Aunque esta evolución es problemática en más de un sentido, supone una ventaja para China. Pekín podrá presentarse como un mercado nacional que ofrece oportunidades únicas a los inversores extranjeros, con un bajo coste de entrada. China sería entonces el mercado ideal para compensar las pérdidas de los países del sudeste asiático en favor de Estados Unidos. A cambio, estos países podrían beneficiarse de la inversión china en la industria de gama baja para impulsar la rentabilidad de este sector.
Por supuesto, esta propuesta tendrá que ir acompañada de concesiones políticas, especialmente en la cuestión de Taiwán. Pero no será difícil para Xi Jinping insistir en la poca fiabilidad de la asociación con Washington. El fracaso de la estrategia de "friendshoring" no puede sino reforzar la posición de Pekín.
Vietnam, en particular, puede sentirse decepcionado. El 31 de marzo, anunció una reducción de sus derechos de aduana sobre el gas licuado, los automóviles y los productos agrícolas para ganarse la buena voluntad de Donald Trump. Ese mismo día, en una reunión con el embajador estadounidense, el líder del Partido Comunista vietnamita, Tô Lâm, invitó al Gobierno a aumentar sus compras de productos estadounidenses. Sin éxito.
En las próximas semanas se celebrarán una serie de negociaciones entre estos países, China y Estados Unidos. Ya este fin de semana, el viceprimer ministro vietnamita, Ho Duc Phoc, viajará a Nueva York. Vietnam no está políticamente muy cerca de China, y en esto es representativo de muchos países de la región. Sin duda está dispuesto a ir lo suficientemente lejos para obtener concesiones de Estados Unidos. Pero si Washington persiste en maltratar a estos países, su única posibilidad será recurrir a Pekín.
China, Corea del Sur y Japón celebran conversaciones económicas trilaterales por primera vez en seis años
China lo sabe. Según el diario hongkonés South China Morning Post, a mediados de abril Xi Jinping emprenderá una gira por el Sudeste Asiático, pasando por Hanoi, Kuala Lumpur y Phnom Penh. Cuando el presidente chino viaja en persona, es porque el asunto es una prioridad nacional. No cabe duda de que el objetivo será reforzar los lazos económicos con estos países, que se verán conmocionados por el anuncio de Donald Trump, pero también calibrar los costes políticos.
Los cálculos básicos de la Casa Blanca ponen en riesgo su "primera cortina defensiva" en el Pacífico, que se extiende desde Indonesia hasta Japón, en un momento en que la influencia de China crece en el Pacífico. Incluso los países más desarrollados de Asia, que ya mantienen estrechos vínculos económicos con China, podrían verse tentados a acercarse a Pekín. El 30 de marzo, China, Corea del Sur y Japón mantuvieron conversaciones económicas trilaterales por primera vez en seis años. Y los tres países coincidieron en la necesidad de reforzar sus lazos económicos.
Si China consigue reequilibrar su economía, podría aparecer como una alternativa al cierre del mercado estadounidense para toda Asia, es decir, para la zona más dinámica del capitalismo contemporáneo. Pero también podría aparecer como el único vector de desarrollo para los países económicamente más frágiles. El duro golpe asestado a países como Sri Lanka (44% de derechos de aduana), Madagascar y Sudáfrica (31%), así como a numerosos países africanos como Nigeria, la República Democrática del Congo, Chad, Namibia y Malawi, no puede sino animarles a favorecer el desarrollo impulsado por China. Sobre todo tras el golpe inicial que supuso el fin de la financiación de USAID, la agencia de desarrollo estadounidense.
La UE y el futuro de su modelo económico
Luego está la cuestión europea. La Unión Europea está sujeta a un arancel del 20% por parte de la Administración Trump. Es la primera potencia comercial del mundo, pero su crecimiento es débil y su unidad es más formal que real. Algunos países, como Irlanda, Alemania e Italia, son muy dependientes de las exportaciones a Estados Unidos, que suponen casi la mitad del total para el primero y casi una cuarta parte para los otros dos. Otros países, como Francia, están menos expuestos, y sus exportaciones a Estados Unidos sólo representan el 13% del total.
Pero a estas diferencias se suman las diferencias políticas. La Italia de Giorgia Meloni busca congraciarse con Donald Trump y es partidaria de negociar. Alemania mantiene una línea dura en cuanto a las represalias, al considerar que Washington sufriría si se cierran los mercados europeos, lo que le lleva a revisar su postura.
Bruselas, encargada de la política comercial de los Veintisiete, tiene que navegar entre estos mandatos contradictorios. Desde Uzbekistán, el 3 de abril, la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se declaró dispuesta a negociar, al tiempo que afirmaba estar preparando dos "paquetes de contramedidas". Queda por ver hasta dónde llegarán y si serán aprobadas por los Estados miembros.
Bienvenidos al 'Imperio Trump': cada país negociará a partir de ahora con EEUU el precio y peso de sus cadenas
Ver más
Junto con China, la UE es uno de los principales objetivos de la política de Donald Trump. Estos aranceles están diseñados para hacerla implosionar bajo la doble presión de los países y las fuerzas políticas pro-Trump. Además, el Reino Unido, que solo está sujeto a aranceles del 10%, parece haber sido "recompensado" por su Brexit. Sin embargo, este tipo de apuestas son inciertas. En Canadá, ha reforzado el sentimiento nacional y el rechazo a cualquier concesión a Estados Unidos. Tanto es así que el Partido Conservador, juzgado demasiado cercano a Donald Trump, perdió su ventaja en los sondeos de opinión de cara a las elecciones federales.
El hecho es que la UE debe plantearse ahora la cuestión de su lugar en el comercio mundial y su futura reorganización. El cierre del mercado estadounidense plantea un reto al modelo económico europeo, que sigue estructurándose en gran medida en torno a la competitividad exterior y las exportaciones.
¿Quiere Europa seguir siendo una potencia exportadora? Tendrá que determinar qué quiere vender al mundo y qué activos puede utilizar. ¿Quiere fomentar la demanda interna? Tendrá que estudiar cómo financiar esta opción. Como en el caso de China, ninguna respuesta es perfectamente satisfactoria. No es de extrañar. Porque la guerra comercial de Trump no es la causa de la crisis del capitalismo, sino uno de sus síntomas. El desorden mundial es también un reflejo del agotamiento de las fuentes de crecimiento.