Teatro
Una historia salvaje del capitalismo
Cuando Heyum Lehman desembarca en el puerto de Nueva York en 1844, ni él ni el funcionario estadounidense que le cambia su nombre de pila por el americanizado Henry sabían a qué sonaría, 170 años después, aquel apellido llegado de Rimpar, Baviera. Henry quizás soñaba, por aquel entonces, con que más de un siglo después su casa fuera conocida por ser, por ejemplo, la mayor importadora del novedoso tejido blue jeans, o la mayor comerciante del mejor algodón. Pero Lehman, pronunciado a la inglesa, Liman, no suena hoy a exitosa empresa familiar, sino al estruendo que hace el capitalismo financiero cuando se desmorona.
El dramaturgo italiano Stefano Massini comenzó a componer su balada Lehman Trilogy apenas un año después de que, el 15 de septiembre de 2008, el banco se declarara en quiebra. No han pasado aún diez años desde entonces, pero la obra que llega ahora a los Teatros del Canal de Madrid (hasta el 23 de septiembre), con versión y dirección de Sergio Peris-Mencheta, quiere tener categoría de mito. Litus Ruiz, uno de sus seis actores y también director musical de la obra, la define como "un cuento sobre el capitalismo". Aunque, más que un cuento, es una epopeya: las cinco horas del texto original se han reducido a tres, con dos intermedios, y la historia que narra va desde mediados del siglo XIX hasta el mismo 2008.
Peris-Mencheta, cabeza de la compañía Barco Pirata, con la que ha parido producciones como Tempestad o La cocina, cuelga de la pieza el subtítulo "Balada para sexteto en tres actos". Si es una balada, es porque tiene algo de leyenda: la historia de los Lehman comienza con aires del lejano y salvaje Oeste rumbo al sueño americano, con una guerra civil, un crash bursátil y dos guerras mundiales de por medio, y a ritmo de siglo y medio de música popular. Sus protagonistas forman una verdadera saga: primero, Henry, Emanuel y Mayer, los brothers originales; luego, Philip, hijo de Emanuel y Herbert, hijo de Mayer; finalmente, Robert, hijo de Philip, y último de los Lehman al morir sin descendencia en 1969. Les dan vida, respectivamente, Litus Ruiz, Leandro Rivera, Pepe Lorente, Víctor Clavijo, Aitor Beltrán y Darío Paso. A ellos y a otros 140 personajes.
Una escena del primer acto de Lehman Trilogy, en versión y dirección de Sergio Peris-Mencheta. / RICARDO SOLÍS (BARCO PIRATA)
Porque lo que se cuenta a través de esta peculiar historia familiar —no todos los apellidos bautizan a un imperio de 680 mil millones de dólares— no es solo una historia familiar. Es la historia, resume Darío Paso, de "160 años de la historia de Occidente". Porque los Lehman estaban en las plantaciones de algodón, haciendo dinero como intermediarios —en la obra reclaman haber inventado este oficio— del tejido entre terratenientes e industriales, estaban en la guerra civil —financian la reconstrucción de Alabama—, en la fundación de la bolsa de Nueva York, en la construcción del ferrocarril, en la industria del tabaco, en el Canal de Panamá, en las dos guerras mundiales —y en alguna más—, y en la construcción de las gigantescas compañías bancarias y de trading que gobiernan la economía moderna.
"Esto no es solo una historia de Estados Unidos", defiende Peris-Mencheta. A favor de este argumento, el hecho de que el texto esté escrito por un italiano, que sea representado en catalán (así descubrió la obra el director en 2016) o para el público británico (con una versión de Sam Mendes, ahora en cartel en el National Theatre londinense)... o el propio capitalismo global. Pero Peris-Mencheta acepta también que algo tendrá que ver en todo esto que Estados Unidos sea el centro del universo cultural occidental: "Estamos en el vagón de cola, ellos abren el camino, o parece que lo abren, y nosotros vamos detrás".
Y a qué ritmo. Los tres actos de la obra transcurren a toda velocidad, y cada vez más acelerados, a medida que el ritmo del capitalismo se descontrola. Esto tiene que ver con el texto original, pero no únicamente, porque la obra de Massini es bien flexible: se trata, en apariencia, un largo monólogo, y en ningún momento se indica qué dice qué, ni cuántos actores serán necesarios. Los diálogos tienen que ser inventados, por así decirlo, por el autor de la versión. Peris-Mencheta ha enriquecido ese ritmo acelerado con una escenografía (de Curt Allen Wilmer) construida en torno a un sinfín de artilugios y trucos teatrales, que crece exponencialmente de una sección a otra. El aire de saloon del primer acto se reviste de una suerte de estética circense en el segundo para evolucionar a una explosión de luces baratas, un poco a la moda de Las Vegas, en el tercero. Los personajes se multiplican y los juegos escénicos se hacen más rápidos: si en el primero suenan los tambores de guerra, en el segundo se avanza al compás del ferrocarril y del Ford T y en el tercero se viaja a la velocidad supersónica de los traders de bolsa. La omnipresente música viaja a la par, de los cantos de emancipación de la comunidad negra a un swing frenético. La música no estaba presente en el texto original.
Todo el elenco de Lehman Trilogy, con versión y dirección de Sergio Peris-Mencheta. / PEPE H. (BARCO PIRATA)
Esta es, al fin y al cabo, la historia de una degradación. Influye también aquí una cierta fascinación por la historia de los aventureros del Oeste, por esa aspiración americana de abundancia y progreso. "Todos tenemos algo de pioneros, de buscadores de oro. Y de eso uno se enamora", confiesa el director. "Y de cómo del muy poco empiezan a cumplir sus sueños". El texto y la obra miran con cariño a esos tres hermanos alemanes que emigraron a la otra punta del mundo para fundar una modesta tienda de tejidos en Montgomery, Alabama. El espectador no puede mirar con malos ojos a tres hermanos que dibujan, sobre su humilde establecimiento, un cartel con el nombre "Lehman Bros". Sobre todo cuando se le muestra, luego, cómo sus descendientes, olvidan las tradiciones judías de la familia, cambian el comercio de bienes por el comercio de dinero, y más tarde por el comercio de la promesa de dinero. Cómo olvidan incluso Rimpar, Baviera. "Es una familia de gente trabajadora, son tercos y listos. De alguna manera lo apruebas, porque ves que hay un esfuerzo", dice Rivera, que hace de Emanuel. "A partir de la siguiente generación es cuando el dinero se empieza a disparar, y ya es la avaricia por la avaricia".
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¿Pero son tan inocentes los Lehman Brothers originales? Podría parecer que son ellos los héroes de la historia, quedando como villanos los hijos y nietos mimados que pervierten su legado. Es decir, podría parecer que aquellos Lehman lejanos alguna vez estuvieron limpios. Pero. ¿No nos enseña el texto cómo los hermanos compran a su primera esclava negra? ¿No nos señala cómo tiene su primer empujoncito cuando los agricultores cercanos pierden todo en un incendio y por lo tanto —suena el grueso acento de Henry Lehman— "hay que comprarlo todo de nuevo"? ¿Cómo se alinean con la Confederación porque ahí están las plantaciones, a la vez que sonríen a la Unión porque allí están los grandes comerciantes? "Somos más beligerantes o nos acomodamos menos a lo reciente. Cuanto más te alejas en el tiempo, más se quiere a los personajes", concede Preis-Mencheta. Es decir, que si "Porque ha pasado mucho tiempo, los codazos nos hacen gracia, pero si pasaran ayer no nos harían tanta gracia", acepta. Es decir, que una obra sobre los Lehman escrita en 1870 igual no había sido tan generosa con ellos.
Los efectos manejados por la compañía, la presencia de carteles informativos, la importancia de la música o el hecho de que un puñado de actores interprete, a veces de manera exagerada o satírica, a distintos personajes, hace pensar en un nombre: Bertolt Brecht. La obra, "didáctica, educativa", según el director, cumple con los objetivos pedagógicos del dramaturgo alemán. Y está también el hecho de que se nos muestren sucesos históricos con una moraleja o una enseñanza más o menos obvia. "La obra no toma partido: cuenta los hechos", objeta, sin embargo, Peris-Mencheta. ¿Pero puede una obra sobre los Lehman Brothers, producida en 2018, no tomar partido? Y, sobre todo, ¿puede no hacerlo el espectador?