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Crisis del coronavirus

Innerarity: "El populismo desprecia tres cosas que esta crisis revaloriza: lo experto, lo público y la idea de comunidad global"

El ensayista y filósofo Daniel Innerarity.

En estos últimos dos meses, no todo se ha detenido. Hay algunas cosas que van rapidísimo: los desafíos, las reflexiones, los cambios, las dudas... El filósofo Daniel Innerarity, de hecho, prepara ya la segunda edición de Pandemocracia (Galaxia Gutenberg), un breve ensayo que acaba de llegar a las librerías y en el que ha recogido algunas de las conclusiones (y algunas de las incertidumbres) nacidas del confinamiento. En esta versión actualizada, el director del Instituto de Gobernanza Democrática hablará también de la desescalada, que a principios de mes parecía solo una quimera. Quién sabe qué tendrá que incluir en la tercera edición. 

El título podría considerarse un anexo o un estudio práctico de su anterior libro, Una teoría de la democracia compleja, publicado el pasado enero. En él defendía que era poco deseable caer en la nostalgia de una democracia sencilla, y trataba de convertir en aceptación la resistencia ante el desafío de los nuevos retos políticos. La simplificación, defendía, puede ser atrayente, pero resulta inútil para resolver problemas complejos como los que plantean nuestros sistemas políticos y nuestra coyuntura histórica. "En la crisis sanitaria", cuenta Innerarity, "tenía por delante un caso muy concreto no para demostrar que yo ya lo había dicho antes, una cosa que a muchos les gusta hacer pero que es bastante ridícula, sino para comprobar si ese concepto de democracia compleja tenía algo que decirnos en lo que estaba pasando". Y le pareció que sí.

En el volumen asegura, con sorna, que "cuando se recurre a un filósofo para tratar de hacer inteligible una situación es porque han fracasado antes todos los que eran más competentes para ello". Ahora, de viva voz, y desde el pequeño pueblo navarro en el que reside, insiste en que esta crisis tendrán que resolverla "sanitarios, políticos y científicos", pero también admite parte de responsabilidad: "Entender lo que pasa es un alivio, y en cierta manera es necesario para su resolución".

Pregunta. Podría parecer que el Estado ha salido reforzado de la crisis: ayudas a empresas, renta mínima, sanidad pública... Pero usted asegura que esto no es necesariamente así. ¿Por qué?

Respuesta. Hay una parte de la crisis que es muy vieja, muy tradicional. Las epidemias y los confinamientos tienen cientos de años. Para esa parte de la crisis, las estrategias de cierres de frontera o de confinamiento son un recurso eficaz. Pero hay otra parte más desafiante, que es que eso se produce en un mundo global, con unas interdependencias, cascadas y reverberaciones, para lo cual es necesario otro modo completamente nuevo de pensar. El Estado es una institución pesada, vertical, y muy poco eficaz a la hora de resolver los riesgos globales. Lo que ha ocurrido es que, en un momento de emergencia, hemos recurrido a las instancias de protección que ya conocíamos. Y sucede también que es una institución que ya no protege suficientemente, pero las instituciones globales, desde Europa hasta la OMS, todavía no protegen suficientemente. En este intervalo, el recurso al Estado es tan lógico como pasajero. Y el Estado que parece que vuelve ahora en todo su esplendor es uno cuyos tres recursos, poder, dinero y saber, son más escasos que nunca: en un país como el nuestro, el poder lo comparte con otros Estados miembros, el dinero es escaso pese a este keynesianismo de garrafón, y depende además del bazuka europeo, y el saber es un recurso disperso en una sociedad de inteligencia diseminada.

P. En el libro reivindica la necesidad de decisiones cooperativas frente al mando único, algo en lo que coincide con varios presidentes autonómico. ¿Qué otras vías le parecen mejores?

R. La calificación de esto como una guerra y la escenografía militar es un error. Es un recurso que viene de los manuales de gestión de las crisis norteamericanos, que dicen que cuando hay una guerra el presidente es reelegido con toda seguridad. El primer problema es que esto no es una guerra, pero además sucede que si lo planteas así es probable que la oposición, que no es tonta, vea el truco y plantee esto como una batalla sin cuartel por la alternancia, aun al precio de tensionar más allá de lo soportable el escenario político. El mando único tiene una lógica, que creo que no ha sido discutida en serio, que es que este tipo de crisis exige una cierta coordinación y armonización. Ahora bien, el hecho de que eso se ejerciera asumiendo todas las competencias es muy cuestionable.

De hecho toda la presión que ha ejercido Urkullu, por ejemplo, alguno lo podrá interpretar como un prurito soberanista, pero yo siempre digo que la palabra competencia tiene también una dimensión de capacidad. Quien tiene la competencia es quien está más cerca del terreno, quien tiene la mejor información, y parece muy razonable que un sistema político permita la deliberación crítica y el contraste de opiniones, precisamente para ahorrarse los riesgos que implicaría tomar decisiones sin información o sin haberla contrastado. En el pequeño pueblo de Navarra donde yo vivo, quien conoce mejor la gente que tiene necesidad o quién puede poner en peligro el confinamiento con unas conductas irresponsables, es el policía municipal. Si mandas a la Guardia Civil seguramente no harían nada eficaz, porque se perderían.

P. Existe la idea de que China ha sido más eficaz en su gestión de la pandemia precisamente por las posibilidades que ofrece el autoritarismo, defendiendo algo así como que este no es deseable aunque sea útil, pero usted critica que esta es una idea engañosa.

R. Es un esquema perverso. Los sistemas autoritarios no solamente contradicen valores normativos fundamentales, sino que además son muy torpes. Porque son sistemas en los que no fluye la información libremente. El bloque soviético cayó por una carencia de información. Si uno ve la serie Chernobyl en estos días y recuerda aquello, se ve lo estúpido que es un sistema verticalmente organizado, donde no fluye la información, la crítica y la contestación, donde la protesta no está permitida. Que se me ponga como ejemplo de gestión de la crisis a un país como China, cuyos datos reales, por cierto, desconocemos y posiblemente no conozcamos nunca, un país que mete en la cárcel al médico que da la voz de alerta... China es un país que no puede ponerse como ejemplo no ya de valores políticos y éticos, sino ni siquiera de eficacia o racionalidad.

P. Tras la gestión de la crisis económica de 2008, muchos vieron en Europa no un espacio en el que los países dialogan, se organizan y cooperan en condiciones de igualdad, sino uno en el que ciertos países imponen su agenda y sus políticas. ¿En qué medida se está repitiendo o no la historia?

R. La Gran Recesión fue interpretada de manera completamente equivocada. Mi tesis es que se interpretó a partir de comportamientos particulares indebidos, en lugar de a partir de características sistémicas. La derecha interpretó la crisis como individuos que habían vivido por encima de sus posibilidades, y la izquierda como individuos que nos habían estafado. Y entre unos y otros perdimos la oportunidad de pensar que estas cosas pasan porque hay una débil gobernanza global o porque hay un sistema de crédito estúpido. En el caso de esta crisis, al principio, se analizó con unas categorías tradicionales, y de hecho en Europa se volvió a analizar —aprovechando que entraba por el sur de Europa— como si esto tuviera algo que ver con aquella crisis anterior que los poderes conservadores interpretaban como un supuesto mal comportamiento financiero de los países del sur.

Tuvimos al principio unas declaraciones muy desafortunadas de Christine Lagarde con respecto a la posible deuda griega, un rechazo de Alemania a prestar material sanitario a Italia, o aquellas declaraciones nefastas del ministro holandés de Finanzas. Pero creo que el paso del tiempo —por cierto, no muchas semanas— ha situado el debate en otro contexto más razonable. Se han puesto encima de la mesa temas que eran tabú hace diez años, y se da por entendido que las deudas contraidas para hacer frente a la pandemia no tienen que ver con un comportamiento irresponsable, sino con otras causas coyunturales, desde luego no de tipo moral, y que de alguna manera esto hay que desarrollarlo en común. Otra cosa es cómo lo hagamos, fortaleciendo el presupuesto europeo, con una renta mínima o incluso con un seguro de desempleo comunitario. Son cosas que no están ya en los despachos de los profesores, sino en los despachos de los comisarios europeos.

P. Defiende que esta crisis afecta negativamente al populismo. Pero con las imágenes de la manifestación de este fin de semana, convocada por la ultraderecha, o los buenos índices de aprobación de Donald Trump...

R. Los índices de aprobación de Trump han bajado, ha cambiado la tendencia. A Trump le va a pasar factura una de sus principales promesas electorales, la reactivación económica. Pero sobre esta cuestión del populismo no lo tengo del todo claro, porque son predicciones. Pero es indudable que el populismo desprecia tres cosas que esta crisis revaloriza: el valor del saber experto, porque el populista desprecia la ciencia; los sectores públicos potentes frente a la idea de liderazgos personales; y la idea de comunidad global, de que compartimos amenazas, y frente a eso el America first suena ridículo o intempestivo.

P. Hay algo que mucha gente se pregunta, que es si vamos a salir mejores de esta crisis o no. ¿Hasta qué puntos hemos sido capaces históricamente de aprender de estas crisis?

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P. Aprender es una cosa tan poco determinada, tan libre, tan dependiente de las capacidades personales que no se puede predecir. Yo no puedo predecir lo que voy a aprender, porque si lo pudiera predecir ya lo sabría. Es una paradoja bonita. Es más, creo que los que menos van a aprender en esta crisis son quienes han visto en ella una ratificación de ideas que ya tenían. Hay mucho de esta crisis sobre lo que no tenemos ni idea, y lo digo yo, que he escrito un libro sobre esto, aunque sea para mostras la perplejidad y la incertidumbre. Es imposible hacer pronósticos exactos cuando está por medio la libertad y la inteligencia humana. Pero sí es verdad que es poco probable que realicemos el aprendizaje con la rapidez con la que lo exigen las actuales circunstancias. Pensemos en el cambio climático, una crisis mucho más actual que esta —ya hemos dicho que tiene una parte bien antigua—, no nos está llevando a modificar nuestros hábitos de consumo o a forzar acuerdos globales al nivel que sería necesario. Quizás estemos aprendiendo, pero nuestro ritmo es exasperantemente lento.

P. Precisamente, en el libro critica las predicciones maximalistas, ya sean las que anuncian el regreso del autoritarismo, un giro hacia el comunismo o que, simplemente, nada va a cambiar. Algunas las hacen pensadores de renombre. ¿Por qué desconfía de ellas?

R. Hace ya bastante tiempo que las sociedades contemporáneas han abandonado las explicaciones lineales, y han entrado más bien en horizontes en los que el futuro está más indeterminado que antes. Claro que hay que hacer toda una tarea de reflexión, de debate e identificación de tendencias, pero cuando el resultado de ese trabajo es aludir a una única línea de manera determinista, bien sea revolucionario, reaccionario o conformista, me parece que hacemos una cierta trampa. La historia de la humanidad, y más en el contexto actual, siempre ha sido una historia abierta.

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