Rebelión cientifica en tiempos de guerra

Alejandro Sacristán | Ignacio Marinas | Fernando Prieto

Historia de un fracaso

En todo el mundo, en abril, miles de científicos relacionados con el cambio climático salieron a la calle pidiendo ser escuchados. No es para menos, el primer estudio del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC) es de 1990 y desde entonces y hasta abril de 2022 se han sucedido hasta seis grandes informes, además del Protocolo de Kioto de 1997, el Acuerdo de París, la aprobación de los 17 ODS en 2015, la de la Agenda Urbana de Habitat en 2016. Y en noviembre de 2021 tuvimos la Conferencia de las Partes de Naciones Unidas (COP) de Glasgow que fue la 26!!.                                                                                                                                      

Sin embargo, y a pesar de todas estas cumbres con sus correspondientes y completos diagnósticos y recomendaciones realizados por los mejores científicos en cada disciplina del clima, no se les ha hecho casi ningún caso. En 1990, el principal indicador de cambio climático, la concentración de CO2 en la atmosfera era de 350 ppm, lo que se considera un valor seguro y ahora son más de 419, lo cual ya es un valor muy preocupante como podemos observar en sus principales consecuencias: fenómenos meteorológicos extremos, subida de temperaturas, del nivel del mar, acidificación de los océanos, inundaciones, etc.. y este valor sube y sube inexorablemente todos los años y ha marcado récord este año de 2022. Los científicos han concluido hace ya décadas que este aumento de la concentración de CO2 se debía al hombre y era debido sobre todo a las emisiones de la quema de combustibles. A pesar de la gran cantidad de evidencias que muestra que la extracción de petróleo y gas es responsable de la mayor parte del calentamiento global destructivo, la industria de los combustibles fósiles está luchando ferozmente para mantener vivo su modelo de negocio. Las emisiones de CO2 a la atmosfera según Global Carbon Budget en 1990 eran de 22,7 GtCO₂ y hoy son más de 36.4 GtCO₂ , solo 0.8% menores que los valores pre pandemia que fueron de 36.7 GtCO₂ en 2019.

Durante estas décadas, los informes IPCC han sido cada vez más alarmantes y han ido cerrando cada vez más la ventana de oportunidad para lograr un cambio real en las tendencias de calentamiento global. El último informe encontró que si no se toman medidas climáticas rápidas que determinen que antes de 2025 se dé el “pico” de las emisiones se producirán efectos climáticos catastróficos. Este fracaso socavará la posibilidad de un futuro habitable y dañará desproporcionadamente a las comunidades más pobres, más vulnerables y menos responsables de la crisis climática como el Sur Global. El próximo informe será dentro de 5 años y para entonces es probable que ya se habrá cerrado probablemente esta ventana de oportunidad y puede que ya sea demasiado tarde. Por todo ello, es más que evidente que los avisos científicos "no han sido escuchados" pero si creemos, que por lo menos, la humanidad si ha entendido que está ante su "mayor reto".

Los científicos se rebelan

Por ello es muy comprensible su rebelión, si bien lo que no se entiende es que esta rebeldía no se haya producido mucho antes y además que no incluya a la inmensa gran mayoría de los científicos en cualquiera de sus disciplinas. Es muy probable que la gran presión de los lobbies energéticos, tanto petroleros como eléctricos, pero también el sector del automóvil, infraestructuras viarias, alimentación, etcétera… unido a la falta de regulación y frivolidad continuada de los políticos durante décadas, priorizando lo inmediato y lo más fácil en vez de políticas valientes y fuertes de descarbonización y de explicación a la sociedad de lo que está pasando han hecho que se hiciera un caso omiso a la ciencia y ha determinado la grave situación actual de emergencia climática donde nos encontramos. La Rebelión Científica de miles de investigadores en todo el mundo reprocha la inacción política frente a la crisis climática con el lema: "Alerta Roja. Escuchad a la Ciencia" y “La inacción política es criminal. Ya solo nos queda rebelarnos".

La guerra

En esta endiablada coyuntura, de urgencia por una parte y falta de acciones concretas por los decisores que son los únicos que pueden solucionar la emergencia climática -es decir negacionistas-, y con dinámicas independientes, pero profundamente interrelacionadas, se ha iniciado hace ya más de tres meses la guerra de Ucrania. Es todavía muy pronto para poder ver las gravísimas consecuencias que se pueden derivar de esa guerra y su posible espiral, si al final se escala incluso con armas nucleares o si queda únicamente en una guerra de ámbito regional. Ahora, a principios de junio la situación es muy sombría: se envían armas masivas sofisticadas como ha autorizado EEUU y Alemania promete más armas. Recordemos además que en Ucrania hay 15 reactores nucleares además de la triste central de Chernóbil, y que se encuentran en pleno campo de batalla y con un descontrol de las armas bastante serio.                                                                                                                                           

Es probable que las próximas semanas sean decisivas en este aspecto. Pero lo que ya está claro es que esta guerra amenaza con llevarse el precario equilibrio mundial y el multilateralismo por delante. Aparte de la muerte de docenas de miles de personas, los desplazamientos de ya siete millones de personas, y la tragedia humana de la guerra se pueden derivar al menos tres grandes consecuencias, al menos, para el conjunto de la humanidad en el futuro a corto y medio plazo y que la relaciona directamente con la crisis climática.      

En primer lugar, para el propio cumplimiento de acuerdos internacionales como el cambio climático, compromisos, verificación de resultados, etc. El objetivo de la descarbonización global solo se puede alcanzar si los países trabajan juntos. Rusia, es el cuarto mayor país en cuanto a emisiones del mundo, y sus compromisos con la descarbonización son vitales para cumplir con los presupuestos de carbono remanentes. Mientras se envían armas desde la UE o EEUU y se intensifica a la guerra parece que no es un buen escenario para hablar de descarbonización. El compromiso relacionado con el funcionamiento de Naciones Unidas, de mutua confianza entre naciones, para el cumplimiento de tratados internacionales puede saltar por los aires todavía más y es evidente que cuanto más intenso se vuelve el conflicto, más difícil se vuelve la cooperación.

La segunda gran consecuencia es sobre la energía, los mercados energéticos y el aumento del precio que ya ha tenido efectos inmediatos que ya se han sentido en toda Europa sobre el mercado energético al interrumpir las importaciones de petróleo y gas, que ya está afectando al aumento de los precios de los combustibles fósiles de todo el planeta, incrementando la pobreza energética, el precio del transporte etc. Y ya sabemos quiénes serán los más afectados.

No se pueden enviar armas, y a la vez, quejarse de los precios de la energía o de la escasez de alimentos, enviar misiles y a la vez querer evitar los gravísimos efectos en el cambio climático. Es necesario entender que es el tiempo de la diplomacia.

El tercer gran efecto es sobre la alimentación tanto por la paralización de la producción en cerealistas, la logística de la producción, y las exportaciones de uno de los graneros el mundo respecto a las exportaciones de trigo, maíz, girasol y otros cereales, este aumento del precio de la energía también produce aumento del precio de los insumos para la agricultura como por ejemplo en el caso de los fertilizantes sintéticos. The Economist ya ha hablado de que se avecina una gran crisis alimentaria global. Estos dos efectos ya están teniendo repercusiones en todo el mundo, desde África, a Latinoamérica, y al previsible aumento del hambre del mundo a través de los mercados.

Pero, a pesar de la extrema gravedad de estos efectos, sin duda, los principales efectos pueden serlo sobre el cambio climático. El último informe del IPCC concluyó que el “pico” de las emisiones se debía de dar antes del 2025 y todo hace pensar que esto ya va a ser imposible. Black Rock ha estimado que las emisiones del mundo pueden incrementarse hasta un 14% en el año 2022 las emisiones por la guerra, está determinando además la vuelta al carbón incluso en Europa. Están aumentado, otra vez, las ayudas a los combustibles fósiles y a la extracción de petróleo y gas. EEUU anunció un aumento del acceso a las reservas lo que provocará más emisiones. China está iniciando 3 nuevas centrales en 2022.  

Por otra parte, la inversión en mitigación y adaptación climática queda en un segundo plano, usurpada por la necesidad percibida de un mayor gasto militar. España por ejemplo anuncia que piensa duplicar su gasto militar, lo que supondrá un enorme esfuerzo presupuestario. España invirtió en Defensa 12.208 millones de euros el año pasado, el 1,03% de su PIB, según los últimos datos de la OTAN, publicados el 31 de marzo. Para llegar al 2% deberá rozar los 24.000 millones de euros constantes al final de esta década.

Y, además, los militares consumen mucha energía: según el Instituto Watson para Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad de Brown, las emisiones de gases de efecto invernadero del Pentágono en 2017 superaron las de países industrializados completos, como Suecia, Dinamarca y Portugal. El presupuesto destinado a la guerra va a implicar muchas menores inversiones para la transición energética. Es decir, esta guerra, igual que el resto de las guerras, además del inmenso fracaso que supone para la humanidad puede llevar al traste la pequeña ventana de oportunidad que tenía la humanidad para encarar el cambio climático y cercenar los todavía tímidos esfuerzos que está realizando el mundo contra el cambio climático. Los países replantean sus prioridades y la lucha contra el calentamiento deja de ser prioritaria. 

El clima, la guerra, los científicos y la sociedad: una ventana de oportunidad

Por todas estas razones, en una situación tan compleja y sometida a estos riesgos tan graves parece necesario que la comunidad científica se rebele y alerte de una forma todavía más radical a la sociedad para buscar soluciones diplomáticas y paralizar la guerra cuanto antes. Cada día que sigue la guerra es un día en el que estamos más cerca de escenarios insostenible e incompatibles con la vida humana. con el objetivo de 1,5 grados centígrados, la atmósfera puede absorber, calculada desde principios de 2020, no más de 400 gigatoneladas (Gt) de CO 2 si queremos mantenernos por debajo del Umbral de 1,5°C. Emisiones anuales de CO 2– por la quema de combustibles fósiles, los procesos industriales y el cambio de uso de la tierra – se estiman en 42,2 Gt por año. Con las emisiones a un nivel constante, se espera que el presupuesto se agote en menos de seis años a partir de 2022 y la guerra está acelerando estas emisiones.

Es más crucial que nunca que la sociedad decida sobre los conflictos e intereses relacionados con la emergencia climática y la guerra y las implicaciones que tienen estas dos catástrofes juntas. los científicos ya han explicado las evidencias climáticas objetivas. Ahora la sociedad entera debe de abogar rápidamente por el fin de esta guerra y por la muy rápida reconducción de los temas de cambio climático

Después de la guerra

Cuando acabe la guerra será necesario empezar a tender puentes otra vez, volver a marcos multilaterales, a buscar soluciones para el otro gran problema. Pero para llegar a esta posguerra cuanto antes hay que entender que no se puede sorber y soplar a la vez. No se pueden enviar armas, y a la vez, quejarse de los precios de la energía o de la escasez de alimentos, enviar misiles y a la vez querer evitar los gravísimos efectos en el cambio climático. Es necesario entender que es el tiempo de la diplomacia, de los mediadores, de la neutralidad, de las palabras. Que entren con urgencia los diplomáticos profesionales y salgan los jaleadores de la guerra del escenario. Cuanto antes acabe esta locura mejor. “La demora en enfrentar el cambio climático”, dijo el secretario general de la ONU sobre los hallazgos, “significa la muerte”.

Alejandro Sacristán es periodista y miembro directivo del Club Nuevo Mundo. Ignacio Marinas es ingeniero y miembro del Observatorio Sostenibilidad. Fernando Prieto es miembro del Observatorio Sostenibilidad.

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