Quien me conoce sabe de mi debilidad por la Navidad: las luces, los belenes, pasear por la ciudad entre mercadillos, las reuniones familiares... Soy la pesada que, allá por octubre, ya está pidiendo algún reportaje en el info relacionado con esto. Y sí, pongo el árbol en casa y decoro todo muy pronto, a finales de noviembre; el pistoletazo de salida ha sido siempre el cumpleaños de mi padre, el 24 de noviembre, un mes justo antes de Nochebuena. La disfruto muchísimo, la disfrutaba de pequeña y la he disfrutado mucho cuando he sido madre. Es verdad que cuando empiezan a faltar los tuyos, las Navidades tienen un sabor más amargo. Y este año, al luto por los que faltan habrá que añadir la incertidumbre de qué va a pasar. Pero me resisto a renunciar a todo lo que supone la Navidad.
Desde hace unos días, en redes circula una campaña para pedir el apagón generalizado del alumbrado navideño. Reclaman que el gasto que van a hacer los ayuntamientos en decorar este año las calles, lo dediquen a ayudas a los sectores más castigados por la pandemia: restaurantes, bares, comercios pequeños, tiendas... La iniciativa, además de que creo que llega tarde (no sé en su ciudad, pero en la mía está todo ya colocado, a falta de darle al botón de encendido), genera mucha polémica. Primero porque hay familias, negocios, que viven de esas luces. Empresarios que ya han perdido mucho dinero estos meses, sin fiestas de pueblo, sin ferias, y que temen seguir perdiéndolo con el panorama que tenemos por delante, (seguramente el carnaval, otro de los eventos en los que ellos hacen caja, está ahora mismo en el aire). Su negocio se tambalea y la Navidad es el único oasis ahora mismo en un desierto que dura meses.
El debate está ahí y no solo por quién pierde más o por quién gana. También por el significado que supone ver esas luces. Además del sentimentalismo, alumbrar una calle incita a pasear por ella, a dejarse llevar por las bolas y estrellas. En muchas ciudades ha habido durante años polémica si el Ayuntamiento decidía decorar una peatonal del centro y no otro punto lleno de comercios. Algunos incluso durante años, han decidido costear de su bolsillo esas bombillas para lograr el reclamo que necesitan en su calle para atraer clientes. Sabían que si colocaban cuatro estrellas, dos árboles de Navidad y alguna bombilla por aquí o por allá, lograban que en los paseos de muchas familias y algunos nostálgicos, esas luces hicieran la magia y lograran aumentar las ventas. Así que sí, alumbrar las ciudades durante esos días también tiene una repercusión económica: las tiendas venden más porque la gente sale más. Pero ahora mismo, la ecuación no funciona. Si lo que nos están pidiendo precisamente es que evitemos al máximo salir de casa, a no ser que sea imprescindible, para qué vamos a tener la ciudad llena de luz, pidiendo a gritos gente que llene esas calles, si precisamente lo que queremos es evitar las aglomeraciones.
El equilibrio, como en todo con este maldito virus, es muy difícil. Apagar las ciudades también en Navidad será un motivo más para todos los que llevan semanas arrastrando lo que se llama la fatiga pandémica. Llevamos demasiado tiempo cambiando todas las rutinas, dejando de hacer muchas cosas, privándonos de ver a los nuestros, sin poder salir de nuestra comunidad, con muchos comercios, bares y restaurantes cerrados y las luces, esas luces, para algunos, son motivo de esperanza. Nos lo decían el otro día, "me da alegría". Los más pequeños, por ejemplo, necesitan ver que al menos eso se mantiene. Aunque este año sea diferente y aunque a estas alturas todavía no sepamos ni cómo lo vamos a celebrar.
Quien me conoce sabe de mi debilidad por la Navidad: las luces, los belenes, pasear por la ciudad entre mercadillos, las reuniones familiares... Soy la pesada que, allá por octubre, ya está pidiendo algún reportaje en el info relacionado con esto. Y sí, pongo el árbol en casa y decoro todo muy pronto, a finales de noviembre; el pistoletazo de salida ha sido siempre el cumpleaños de mi padre, el 24 de noviembre, un mes justo antes de Nochebuena. La disfruto muchísimo, la disfrutaba de pequeña y la he disfrutado mucho cuando he sido madre. Es verdad que cuando empiezan a faltar los tuyos, las Navidades tienen un sabor más amargo. Y este año, al luto por los que faltan habrá que añadir la incertidumbre de qué va a pasar. Pero me resisto a renunciar a todo lo que supone la Navidad.