¿Para qué sirven?
Ayudar. Dejarlo todo y dedicar tu tiempo, tu vida, tu carrera profesional, tu esfuerzo a ayudar a los demás. Sin importarte el riesgo, sin importarte las condiciones en las que tengas que vivir y desenvolverte, dormir quizás en los sitios más incómodos o directamente no dormir, pasar frío, trasladarte de una zona a otra sin previo aviso, cancelando todos tus planes personales. No tener quizás una ducha en la que asearte… Prescindir de todas las comunidades que tu mundo y tu vida tienen, para ayudar a los demás.
La vida del cooperante es esto. Y aunque pueda parecer una lista interminable de inconvenientes, ellos admiten que ayudar a los demás lo compensa todo. Sonríen cuando hablan de lo que hacen, como lo hacía esa cooperante australiana en un vídeo que colgó unos días antes de morir en Gaza, por las bombas israelíes.
Sonríen porque saben que lo que hacen ellos se les devuelve con creces cuando miran a los ojos a esas personas a las que les están dando una oportunidad. Personas que, sin su ayuda, no tendrían nada que comer. O porque sin ellos no habría forma de curar las heridas en el caso de los cooperantes sanitarios. Su ayuda es vital en muchas situaciones extremas: terremotos, inundaciones, guerras… Lo habían hecho tantas veces que lo habían convertido casi en una rutina. Preparar las cocinas portátiles, las raciones de comida y salir a ese lugar remoto que ocupa las portadas de los medios y que es noticia, especialmente, por la situación de vulnerabilidad que vive la población por ese desastre natural o por esa guerra.
Ni siquiera con este error de cálculo de las bombas israelíes parece que la comunidad internacional vaya a conseguir parar este sinsentido
Habían estado en Puerto Rico. En Haití. En Madagascar. En Ucrania… Su último destino había sido Gaza. Una zona a la que apenas llega ayuda. Una zona en la que sus habitantes ya no tienen nada para comer, ni para vivir. Las bombas de Israel no han respetado nada. Ni siquiera los hospitales. La situación es de hambruna. Y eso es lo que parece que buscaban las bombas que mataron a los cooperantes de World Central Kitchen de José Andrés: que los gazatíes sigan muriendo de hambre. Hay imágenes de niños desnutridos que se han convertido en insoportables.
La vida de esos 7 cooperantes internacionales se suma a la de los 196 cooperantes que han muerto en esta guerra y a la de los más de 30 mil civiles palestinos que han muerto desde octubre. Pero ni siquiera con este error de cálculo de las bombas israelíes parece que la comunidad internacional vaya a conseguir parar este sinsentido. El propio Netanyahu ha dicho que lo siente, que fue un lamentable error.
A estas alturas de siglo, a estas alturas de la historia, resulta absurdo seguir esperando que organizaciones como Naciones Unidas paren este tipo de barbaries, estos holocaustos del S. XXI que vivimos en directo cada día, casi casi retransmitidos en directo. Si no son capaces de parar esto, ¿para qué sirven?
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