¿Estamos en una burbuja de Inteligencia Artificial?

He conversado con ChatGPT sobre ella misma. Le he preguntado "si está la Inteligencia Artificial en una burbuja”. Debo reconocer su humildad, que –sospecho– está condicionada por la ausencia de alma en sus algoritmos. ChatGPT no se ha engolado ni me ha insultado por dudar de su verdadera dimensión. Como es de prever en una máquina que se alimenta de lo que dicen los humanos, oportunamente filtrado, se ha limitado inicialmente a darme tres argumentos a favor y tres en contra de la idea de que la IA se está sobreestimando. ChatGPT contemporiza mucho y no quiere pelea: si le preguntas si Dios existe te dará razones para creer y razones para no creer…

Pues bien: a favor de que hay una burbuja, afirma mi interlocutora que hay unas inversiones desproporcionadas en su desarrollo, que se esperan de ella resultados que “a corto plazo” no se alcanzarán, y que hay mucho bombo publicitario sin sustancia que lo justifique. En contra, que ya proporciona avances reales y sostenibles –menciona los ámbitos de la salud, la automoción y las finanzas–, que lo está haciendo de manera generalizada, y que la innovación acaba de comenzar y está en desarrollo.

Todas las innovaciones tecnológicas que han resultado revolucionarias para la vida cotidiana, sin excepción, han ido acompañadas de utopías y temores. Las guerras no tendrían sentido en un mundo provisto de aparatos de radio y televisores que ofrecerían música y entretenimiento en cada hogar. Los seres humanos surcaríamos el cielo provistos de nuestras propias alas portátiles. Internet permitiría una democracia deliberativa en la que votaríamos libremente hasta la posición de los semáforos y que facilitaría la concordia universal.

De lado del tecnopesimismo, se afirmó que viajar en tren contravenía la voluntad de Dios y uno se arriesgaba a que el cuerpo quedara literalmente descompuesto por la velocidad diabólica del artefacto. El “maquinismo”, nos advertía Chaplin en Tiempos Modernos y también en El gran dictador, nos volvería desalmados como las propias máquinas. El temor a que la tecnología sea capaz de generar seres monstruosos capaces de rebelarse contra la humanidad tampoco es nuevo. La idea está en la mitología griega y llega hasta Frankenstein y Terminator.

No parece que la IA vaya a promover ni la vida eterna ni la destrucción de la humanidad. Aprendiendo del pasado, observaremos un ajuste de las expectativas: muchos jugadores en el casino de la economía perderán sus apuestas y quedarán unos cuantos que ganarán mucho dinero antes del inminente ajuste y otros poquísimos que explotarán comercialmente la innovación con márgenes más ajustados a la demanda real. A los seres humanos la IA nos ayudará a escribir correos electrónicos, a ordenar los documentos, a generar vídeos que nuestros congéneres reconocerán por falsos. Sabremos entender, como hacemos ya mismo, que muchas de las imágenes que vemos no son reales sino producidas artificialmente. Los maestros ya saben detectar qué trabajos han sido generados por la IA y se les dotará de herramientas –y de normas de conducta– para identificarlos aún mejor. La IA tendrá su propio Turnitin para todo: para las escuelas, las universidades, para el cine y para la literatura. Las cartas de amor redactadas por la máquina serán oportunamente despreciadas.

El temor a que la tecnología sea capaz de generar seres monstruosos capaces de rebelarse contra la humanidad tampoco es nuevo

Los farmacéuticos harán mejores medicamentos, los ingenieros trabajarán mejor sus planos y sus circuitos, los empresarios tomarán decisiones más rápido. Los publicitarios podrán hacer sus artificiosos anuncios con menos tiempo y presupuesto. Pero el arte seguirá siendo arte porque lo harán los artistas. Por portentosa que sea su estructura interna o la belleza de su imponente presencia, no consideramos a un avión ni a una red de Metro como una obra de arte. Pertenecen ambos al ámbito de la tecnología. Incluso aunque ChatGpt o quienes lo sustituyan fueran capaces de componer bellísimos poemas, novelas o músicas, que lo harán, desdeñaremos su valor. La obra de arte seguirá unida al artista que la genera: a la creatividad humana, incluso aunque ésta se apoye en la máquina. Que los pintores de ahora no generen sus propias pinturas con pigmentos animales o vegetales como antaño, y los compren en tiendas especializadas no resta calidad a su trabajo. Detrás de la admiración por el arte no está solo el reconocimiento de la obra, sino de la excepcionalidad de quien la crea.

Por lo demás, quizá no estaría tan mal que la IA cobrara conciencia y sometiera a la humanidad a sus designios, porque nuestra especie, que bien podríamos denominar homo stultus, se está empeñando desde hace aproximadamente un siglo en destruir su propio hábitat. Y lo está logrando. Pero esa es otra cuestión.  

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