Neofascismo e inmigración

El neofascismo (como el fascismo y el nazismo originales hace cien años), necesita la estigmatización de un grupo social que se convierte así en el culpable de los problemas de la virtuosa comunidad patria. Ese grupo es extraño al pueblo originario: extranjero literal o figuradamente. Es "el otro", una amenaza a los valores de la nación, a su seguridad y su economía.

En el actual ascenso del neofascismo en todo el planeta, los inmigrantes ocupan ese protagonismo narrativo y estos días lo estamos viendo con viveza en la América de Trump. Aunque Biden en 2024 llegó a deportar más migrantes (en torno a 270.000) que Trump en cualquiera de su cuatro años, la diferencia es que este último hace un uso de sus decisiones espectacular, agresivo y provocador. En el reciente libro Outraged (Indignados), Kurt Gray afirma que el único fundamento moral que rige nuestras decisiones sobre ética es el temor al daño. "Si quieres saber lo que alguien ve como malo, lo mejor es que descubras lo que ve como dañino". El inmigrante de la retórica neofascista hace daño: ocupa nuestros trabajos, roba y viola, altera nuestras costumbres (incluso se come los gatos de los vecinos).

Poco importa que los datos desmientan sistemáticamente tales afirmaciones. Los migrantes trabajan en lo que los nacionales desprecian. Son la mitad de los empleados en la agricultura estadounidense. En España uno de cada tres. Aquí, además, como allí, son casi la totalidad del servicio doméstico, de paquetería y de ayuda a personas dependientes, que los nacionales no quieren desempeñar. Los migrantes que llegan a nuestros países, lejos de ser delincuentes, son más bien lo mejor de sus países de origen: más jóvenes, más trabajadores, más emprendedores. Se exige carácter para coger las maletas y dejar tu país arriesgando tu vida y tu libertad. Y aportan siempre más a las arcas estatales de lo que toman de ellas. Buena parte del crecimiento español, se calcula que la mitad, se justifica por el aporte de la inmigración a la economía nacional. 

Pero nada de esto importa cuando el objetivo es generar miedo al daño en la población. Las estadísticas, los datos y la razón palidecen cuando se logra que la población identifique migración y delincuencia. El uso sistemático de palabras como "inmigrante ilegal", "mena" o "deportación masiva" y, sobre todo, la difusión de imágenes de migrantes atados con cadenas y esposas subiendo a un avión militar, quizá rumbo a Guantánamo (qué grosera asimilación con el terrorismo), o el énfasis único en los casos en los que, efectivamente, el delincuente es un migrante, logra suscitar en buena parte de la población el temor que es imprescindible para el auge del fascismo.

Los migrantes que llegan a nuestros países, lejos de ser delincuentes, son más bien lo mejor de sus países de origen. Se exige carácter para coger las maletas y dejar tu país arriesgando tu vida y tu libertad

El fascismo –y el neofascismo también– prende solo en una comunidad que se siente amenazada y humillada. Ese tono chulesco y envalentonado de Trump, de Milei o de Abascal, esa pretendida valentía como de legionario, en realidad no es otra cosa que un miedo suyo casi patológico a la diversidad, que encuentra en buena parte de la población un fértil caldo de cultivo.

Por eso a muchos nos produce tanta satisfacción –por trivial que pueda parecer– encontrarnos programas como La Revuelta y otros de línea editorial similar que cuentan cada día, a través de historias personales, infinitamente más eficaces que las estadísticas, el relato alternativo de la migración, optimista e integrador, amable y tranquilizador. El que subyacía en los momentos más luminosos de la historia de los pueblos, en contraste con el que parece extenderse ahora, origen de los momentos más oscuros de la Historia.

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