Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Su producto está matando gente
La foto de los cinco millonarios jurando decir la verdad con la mano derecha levantada ante el Senado de Estados Unidos es un poema, como lo son las caras largas, larguísimas, de los asistentes. En la sala están presentes no solo legisladores, sino también madres y algún padre, algunos portando fotografías de sus hijos muertos por suicidio o víctimas de acoso sexual o de humillaciones. No hay una sola sonrisa y sí algunas lágrimas.
Los máximos responsables de Meta (Zuckerberg), X (Yaccarino), Snap (Spiegel), TikTok (Shoe Chew) y Discord (Citron) vuelven a intervenir por enésima vez para defenderse a duras penas de la acusación de estar dañando con sus prácticas a los menores americanos y del mundo entero. El portavoz republicano Josh Hawley le espeta a Zuckerberg el titular del día: “Su producto está matando gente”.
En un momento determinado de la reunión, que duró tres horas y media, Zuckerberg se da la vuelta y se dirige a las madres: “Siento lo que están pasando. Nadie debería tener que pasar por el sufrimiento que están soportando sus familias”. Los padres guardan silencio absoluto.
Hace ya tres años que Frances Haugen, una ex empleada de Meta (Facebook e Instagram), reveló informes internos y secretos de la compañía que constataban que sus máximos directivos conocían los efectos nocivos que las plataformas estaban produciendo en los menores. Las conclusiones, desarrolladas ampliamente por el Wall Street Journal, fueron abrumadoras. El intercambio de imágenes que se produce en Instagram es nítidamente negativo para un porcentaje importante de las chicas adolescentes, con repercusiones en su autoestima y su salud mental. A través de supuestos mecanismos introducidos en 2018 para reforzar los vínculos de los usuarios (los “me gusta”, por ejemplo), Facebook e Instagram en realidad estaban polarizando a sus usuarios y generando mayores tensiones. Y las empresas lo sabían y lo ocultaban y no lo evitaban. La compañías de Zuckerberg hacían lo posible para atraer a niños pequeños a Instagram para incrementar el negocio presente y futuro… sabiendo que las máquinas estaban produciendo efectos nocivos en la salud mental de los niños. Y así sucesivamente.
Desde entonces, la alarma social y la indignación de los mayores no ha hecho sino crecer, también a cuenta de las investigaciones sobre las prácticas cuestionables en el ámbito político, como los millones obtenidos por los candidatos en campañas electorales o las incursiones de los intereses rusos y chinos en las plataformas.
Poner puertas al campo ha de ser una de las soluciones, y la Unión Europea está dando algunos pasos tímidos en la materia, con sendas directivas sobre el mercado digital y sobre sus servicios
Poner puertas al campo ha de ser una de las soluciones, y la Unión Europea está dando algunos pasos tímidos en la materia, con sendas directivas sobre el mercado digital y sobre sus servicios. Como dijo la propia Haugen hace unos meses, “dentro de diez años nos preguntaremos por qué no regulamos antes las redes sociales”. Pero más allá de las responsabilidades de las propias empresas, es obvio que hay actuaciones que corresponden a todos. Los teléfonos móviles deberían prohibirse en los colegios (recordemos que esos millonarios de Silicon Valley llevan a sus hijos a escuelas carísimas libres de aparatos electrónicos). Las familias deberían acostumbrar a sus pequeños a aparcar los cacharros excepto en los momentos adecuados. Nosotros mismos deberíamos dar ejemplo y apagar los móviles. En sus recientes conciertos en Madrid, Leiva pedía a su público que tuviera la bondad de no usar la cámara para disfrutar más del momento… ¡en una sola canción! El respetable obedeció.
A mí, usuario en rehabilitación y padre de un menor y de varios adultos, me gustaría que empuraran a los ejecutivos de esas compañías por sus fechorías, pero también que nos ayudáramos todos a evitar los efectos nefastos que tienen nuestros insustituibles móviles: distrayéndonos de lo relevante, deshumanizando las relaciones, enfadándonos entre nosotros, apartándonos de los libros. Pero ya digo: estoy en proceso y confieso que no está siendo fácil.
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