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De repente, Kamala

Hasta hace una semana teníamos a un venerable viejecito incapaz tratando de parar a un neofascista en su inevitable ascenso al puesto de trabajo con más poder del mundo. Hoy respiramos aliviados. Muchos, con un auténtico subidón, porque Kamala Harris puede ganar las elecciones a Donald Trump, y es probable que lo haga. Otros, porque al menos se constata que la decadente democracia americana (no más decadente que el resto), es capaz de reaccionar ante los peligros que la amenazan.

Ninguno de los grandes acontecimientos de la historia estaban en las previsiones generales. Este tampoco. Y así, en un sorprendente giro de guion, Estados Unidos ha encontrado a la mejor candidata posible para plantar cara al payaso de la cara naranja.

Frente a un “felón convicto” (en la llamativa descripción americana), incurso en decenas de casos que va sorteando gracias a los magistrados del Tribunal Supremo que nombró él mismo, encontramos a una abogada de impecable formación que llegó a ser fiscal general en California, antes de ser senadora y vicepresidenta. De un lado, una fiscal; del otro, un delincuente, para empezar.

Frente a un rico de nacimiento que, como descubrió en una larga investigación el diario The New York Times, recibía desde que vio la luz ingresos millonarios de su padre, y que hizo fortuna (menos de la proclamada, pero fortuna al fin y al cabo) en el sector inmobiliario y que se hizo aún más famoso echando a la gente en un programa de televisión, aparece una mujer que es hija de un profesor de Economía de Stanford que emigró desde Jamaica. Y de una investigadora de cáncer india. De un lado, una hija del “sueño americano” más inspirador; de otro, un hijo de papá, prototipo de la ley de hierro de la oligarquía.

Frente a un machista que se jactaba de coger a las mujeres por sus partes pudendas y que pagaba a una actriz porno mientras su mujer gestaba, que afirmó (cuidado, que fue en 2020) que Estados unidos no va a tener a una presidenta socialista, “especialmente a una mujer presidenta socialista”, que propone un retroceso a la prehistoria limitando el derecho de las mujeres a decidir si quieren o no ser madres, tenemos a una mujer feminista con una agenda clara en materia de interrupción voluntaria del embarazo, crisis climática y derechos sociales básicos que el republicano denosta. No iniciará una revolución bolchevique, desde luego, pero dará continuidad a la política económica de Biden, que ha cosechado éxitos notables en los cuatro últimos años, revirtiendo los regalos fiscales de Trump a los más ricos.

Estados Unidos ha encontrado a la mejor candidata posible para plantar cara al payaso de la cara naranja

En política exterior, lo mismo: no convertirá a Estados Unidos en el guardián universal de los derechos humanos, pero al menos no se inhibirá ni favorecerá a los rusos en sus aspiraciones imperiales. En fin, de un lado, a quien puede ser la primera mujer presidenta, una mestiza (ella misma se ha definido como negra) feminista, moderada y previsible; del otro, el conocido señoro hortera, machista y ensimismado.

Y frente a un candidato de 78 años, ahora tenemos, qué paradoja, a una candidata con 59. Es cierto que Harris generó dudas serias y pésimos titulares de prensa sobre su capacidad de gestión en los primeros años en el Gobierno. Pero los vicepresidentes en Estados Unidos suelen tener un papel gris y secundario frente al papel omnímodo del presidente. El aparato electoral demócrata es impecable y hará las cosas como sabe. Kamala Harris hará una buena campaña: ya ha empezado con un vibrante discurso que nos ha recordado, también en las formas, en la gramática y la sintaxis, al añorado Barack Obama. Veremos, ya se ve, a una mujer honrada, sensible y progresista, ganando cada día distancia frente al esperpento político que representa el despreciable magnate. La victoria hace ocho años de Trump constata la mediocridad del votante medio americano y todo puede pasar. Con Harris, sin embargo, hoy Estados Unidos y el mundo progresista respiran algo más tranquilos.

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