Caníbales
Los puntos sobre el ‘whatsapp’
Mi primera bronca por whatsapp, hace ya muchos años, fue por ofender a una niña a la que adoro.
– Eres una borde –me escribió–. Poner el último punto en whatsapp es señal de bordería.
– No, es señal de haber acabado una frase.
– ¿Lo ves? Eres una borde.
Desde entonces, todos los días me enfanga algún whatsapp, y eso que –con mucho esfuerzo y una tremenda torpeza– he consolidado aprendizajes básicos:
– no poner el punto final si hablo con nativos digitales
– utilizar el interrogante de apertura si hablo con editores
– silenciar los grupos
– contestar rápido a mi madre para que no se angustie
– no esperar respuestas a las preguntas esenciales (y no hacerlas)
– evitar la descarga automática de vídeos y fotos…
Y callarme: en cuanto me gritan por whatsapp, lo dejo y me silencio.
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Un día, seguro, que no es tan difícil, alguien inventará el modo phone del SmartphonephoneSmartphone, una mejora anacrónica del “modo avión” para los que queremos aislarnos de las redes, los mails y los mensajes, pero no de las necesidades de nuestra gente, nuestros hijos, nuestros padres. Queremos ser localizados por quienes nos importan y renunciar, de vez en cuando, a que nos salpique la irrelevancia.
Mientras tanto, el whatsapp lo carga el diablowhatsapp.
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Y eso que la aplicación ha salvado, salva y salvará muchas separaciones, muchas ausencias, muchos veranos.
Basta con ir a la estación a mediados de julio. Toca cambio de custodias y en el párking de urgencias un niño llora inconsolable. Quiere quedarse con su padre y también quiere irse con su madre. El niño está dividido porque tiene dos casas, dos vidas, dos vacaciones y apenas siete años para construir un puente entre ambas orillas y edificarse.
Bajo la atenta mirada de la abuela, su exsuegra, el padre traga saliva, controla y cuida:
– Lo vas a pasar de maravilla, sabes que te encanta el plan, hace días que no ves a tu madre y además están tus primos…
El niño asiente y llora.
– Al llegar, me mandas un whatsapp de audio, ¿vale? Que te oiga esa voz de felicidad que se te pone en la playa…
El niño llora y asiente.
– Y cada día una foto: quiero verte crecer y ponerte moreno…
La abuela mira el reloj y se lleva al niño.
El padre los ve alejarse y, cuando desaparecen, se gira, me ve y me reconoce: acabo de hacer exactamente lo mismo; sólo que yo disimulo agarrada a la cachorrita. La perra es anarquista y cariñosa, y aprovecha ese cruce de miradas para saltar encima de un policía municipal. El padre y yo hablamos de lo nuestro:
– En unos años tendrá su propio móvil…
– Y no me lo cogerá.
– Pero no tendrás que escribir al de tu ex.
– Eso ya no es problema: el whatsapp nos ha salvado la vida y la custodiawhatsapp. Por whatsapp no discutimos.
El municipal se sobresalta y deja de acariciar a la perra.
– ¿En serio? Tengo que separarme, porque mi mujer y yo no hacemos más que discutir por whatsapp.
El verano es una farsa
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Lo miramos espantados.
– Vale, vale. No me separo, pero sacad ya los coches de aquí, cojones, que esto es para un minuto y en los cambios de custodia siempre conseguís ablandarnos…
Abandonamos la estación cuando nadie buscaba pokémons y aún se besaban las parejas en los parques; cuando a Albert Rivera todavía le quedaba alguna promesa de regeneración por incumplir. Hace una semana, hace un siglo. Dentro de quince días, toda una vida, volveremos.