Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Las mascarillas, el macarrilla, los caraduras y los enmascarados
Hay quien dice que la crispación política que vivimos, y que nos indigna y aburre a partes iguales, empezó hace veinte años, el 11 de marzo de 2004, tras el atentado yihadista que le costó la vida en Madrid a ciento noventa y dos personas, víctimas de las bombas que habían sido colocadas en varios trenes de cercanías con la intención de provocar una masacre y vengar así la intervención armada contra Irak que con tanto entusiasmo y tan poco sentido del ridículo había apoyado el entonces presidente José María Aznar durante su viaje a las islas Azores, donde posó con el presidente de los Estados Unidos, George Bush, y el primer ministro de Gran Bretaña, Toni Blair, con los pies sobre la mesa y sonrisa de triunfador, como si fuese el líder de la tercera potencia militar de occidente. Por supuesto que su fanfarronería —y qué pereza da tener que explicar estas cosas—, no justifica ni atenúa la brutalidad criminal de la respuesta terrorista, pero es cierto que con su actitud no hizo más que poner España en la diana de los asesinos, por no mencionar que con su ligereza se sumaba alegremente a una operación basada en datos falsos como la existencia de armas de destrucción masiva en el país invadido. No existían, nunca existieron, el frasquito que exhibió ante el mundo el general y Secretario de Estado Colin Powell estaba lleno de cinismo y no había nada más en él. Al final, otra de sus creaciones, Sadam Husein, lo mismo que Osama Bin Laden, se les había ido de las manos.
A las puertas de unas elecciones generales a las que él no se presentaba, tal vez porque creyó que manejaría el partido desde la sombra o que pronto reclamarían su vuelta al poder montado en un caballo blanco, Aznar sabía que el precio de su necedad era la pérdida del Gobierno y trató de echar tierra sobre sus responsabilidades lanzando la calumnia de que la autora del atentado había sido ETA. Él y sus ministros repitieron esa falacia transformada en consigna, llamaron a las redacciones de los principales medios para insistirles en que eso era lo que tenían que publicar y la titular de Exteriores les envió una carta a los embajadores, cónsules y otras figuras principales del cuerpo diplomático ordenándoles que repitieran esa versión de los hechos en cada ocasión que se les presentara. A la opinión pública se le trasladó el mensaje admonitorio de que cualquier persona que desviara la atención hacia cualquier cosa que no fuera la banda armada a la que Aznar había llamado Movimiento Vasco de Liberación sería un cómplice de esos canallas, un enemigo de su patria. Ese día descubrimos que para el Partido Popular sí que había unos terroristas peores que otros: los que te hacían perder unas elecciones. Todavía dos años más tarde, el actual líder de la formación, Núñez Feijóo, daba alas al infundio: “Los españoles quieren saber la verdad: si ETA tuvo algo que ver con el 11M. Hay puntos negros en el sumario y en los informes policiales.”
¿Feijóo cómo no dimitió cuando varios miembros de su Xunta fueron imputados y dos de ellos detenidos por diferentes delitos económicos? Consejos vendo, que para mí no tengo, dice el refrán
Es cierto que el modelo se repite con frecuencia, día sí y día no, y que el debate, por llamarlo de alguna forma, se resume en eso: quien no esté con nosotros y nos diga amén, es malo para España. Y por supuesto, ni un milímetro de duda a la hora de justificar a los nuestros y poner a los pies de los caballos al rival. No hay más que ver el asunto de las mascarillas, con el que la derecha quiere hacer sangre y pide una catarata de dimisiones pero sólo cuando los que trapichearon con material sanitario en la peor etapa de la pandemia tienen alguna relación con el PSOE. Del hermano de Ayuso, ni palabra. De las muertes en las residencias de Madrid tras firmar aquella su protocolo de la vergüenza, ni mú. La presidenta del Congreso, Francisco Armengol, “no debe estar un minuto más en su puesto por comprar FFP2 defectuosas”, pero del primo del alcalde Almeida que facilitó el pelotazo de tapabocas también inservibles, ni pío. ¿Se acuerdan de Medina Abascal y Luceño Cerón, que le vendieron al ayuntamiento de la capital quinientas mil unidades de mala calidad por dos millones y medio de euros? ¿Se acuerdan de que el responsable de Eficiencia Pública del PP pagó once millones de euros por un género que valía dos millones ochocientos mil?
En realidad, todo el argumentario del PP es un tiro en la pierna: si de lo que pasaba con el siniestro Koldo García es imposible que no estuviese al tanto el presidente Sánchez, ¿nos creemos que ni de la Gürtel ni de las otras ciento y pico tramas de corrupción en las que estuvo liada la formación de la calle de Génova no tenían ni idea Rajoy ni ninguno de los suyos? ¿Y Feijóo cómo no dimitió cuando varios miembros de su Xunta fueron imputados y dos de ellos detenidos por diferentes delitos económicos? Consejos vendo, que para mí no tengo, dice el refrán.
Quién sabe, a lo mejor es que permitir que gente como Aznar haga de gurú, oráculo y director espiritual tiene estas consecuencias.
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