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Y sin embargo se mueve

El transhumanismo ya está aquí

América Valenzuela

La frontera entre lo vivo y lo artificial se está difuminando. Lo hace a pasos de gigante, al mismo ritmo de vértigo que la tecnología. Ya no es sorprendente que a alguien le implanten un marcapasos que marque el ritmo de su corazón. Tampoco que un dispositivo colocado en el oído interno permita a los sordos oír. La fusión humano-máquina se percibe con naturalidad. El siguiente paso, acorde con el ansia de superación de los científicos, será crear dispositivos que sirvan no para corregir carencias sino para multiplicar virtudes físicas e intelectuales. La naturaleza dejará de marcar las reglas de la evolución y será la humanidad la que se transformará a sí misma. Se transhumanizará. ¿Estamos preparados?

Aún hay pocos transhumanos pero muchos adeptos a este movimiento. El transhumanismo va un paso más allá del humanismo, que usa la educación, la cultura y el pensamiento crítico para alcanzar la libertad y el progreso de la humanidad en su conjunto; el transhumanismo quiere añadir la tecnología para expandir nuestras capacidades y mejorarnos como seres individuales.

El transhumano más conocido es Neil Harbisson, un artista británico criado en Cataluña que se ha aliado con ingenieros para mejorar su cuerpo. Nació con una anomalía congénita que le impide ver los colores. Creció en un mundo en blanco y negro hasta que decidió cambiar su condición usando tecnología. Tiene un ojo cibernético implantado en la cabeza que le permite ver los colores a través de sonidos. Cada color se corresponde con una nota. Dice que el día que empezó a soñar en colores se dio cuenta de que esta tecnología se había integrado por completo en su organismo. Su cerebro la había aceptado como propia.

Harbissón está mejorado, como dicta el sueño transhumanista. Ve más y mejor que un humano natural. Más porque puede ver el infrarrojo y el ultravioleta cercano, algo que un ojo humano no puede hacer. Mejor porque lo hace como mayor precisión: tiene tres canales de entrada de información para percibir los colores. Con los ojos percibe la luminosidad que le permite saber si un cuerpo es claro u oscuro, y con la frecuencia del sonido, el tono y con el volumen del sonido, la saturación.

El catalán, no satisfecho, quiere extenderse más sentidos, en concreto el oído. Va a ampliar su rango de audición por encima y por debajo de lo habitual en un oído humano, que es entre 20 y 20.000 herzios.

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Por el momento, Harbisson es una excepción y la mayoría de los avances que integran tecnología en el cuerpo humano están destinados a la medicina. Uno de los más aplaudidos es el implante coclear, que transforma los sonidos en señales eléctricas que estimulan el nervio del oído y permiten oír a personas con un determinado tipo de sordera. Las reacciones cuando escuchan por primera vez en su vida son inolvidables.

En pleno desarrollo están los implantes que devuelven el movimiento a personas con parálisis. Literalmente mueven objetos con la mente. Un chip implantado en el cerebro lee las señales eléctricas de las neuronas cuando piensan en ejecutar un movimiento. Por ejemplo, “quiero mover el brazo”. El chip está conectado a un ordenador que amplifica la información, la interpreta y la traduce en comandos que envía a un brazo robótico o una prótesis para que se mueva. Lo consiguen tras mucho entrenamiento y gran trabajo de los programadores informáticos, que se dedican a encontrar la manera de traducir adecuadamente las señales del cerebro en órdenes comprensibles para la mano robótica.

En unas décadas es posible que sea común implantarse dispositivos para mejorar la memoria, la vista, el oído o la fuerza muscular. Hoy nos parece algo excéntrico e innecesario. También lo fueron los teléfonos móviles o los ordenadores personales en su momento y ahora no podemos vivir sin ellos. La sociedad inventa artículos, crea modas y genera necesidades. Asumiendo que este futuro nos atrapará, ¿cambiaríais vuestro cuerpo para mejorar vuestras capacidades?

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