Mejor en Ferraz que en Moncloa

Santiago Abascal, ilustre líder de la ultraderecha española, plantó la semilla. Presidente ilegítimo, el peor gobierno de los últimos 80 años (incluido el franquismo, por supuesto)... Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid y lideresa a la espera del PP, aderezó el plato principal hablando de cómo “nos han colado una dictadura por la puerta de atrás” y salpimentándolo todo con sus amables insultos transmutados en cestas de fruta que sostiene junto a un sonriente Núñez Feijóo completamente abducido. Poco después Abascal volvió a la carga y, envalentonado durante su visita a Milei, dijo que algún día “los españoles querrían colgar de los pies a Pedro Sánchez”. 

Primero viene lo declarativo, luego comienzan a llegar poco a poco los hechos. Primero llegan en forma de muñeco. Que por mucha figura del rey quemada, figura de Puigdemont apaleada, o figura de Ayuso paseada que haya habido, es absolutamente novedoso ver una figura de un presidente del Gobierno ahorcada y apaleada delante de la propia sede de su partido político en fechas tan señaladas. Tan novedoso como ridículo el final de este movimiento que puso en marcha Abascal con un tuit donde se leía “Vamos a Ferraz” y que fue degenerando rápidamente pasando de “la Constitución destruye la nación" a los “Sánchez y el Borbón la misma mierda son”. Sin embargo nadie podía prever que el ocaso de tan ridículo movimiento iba a llegar en Nochevieja, con las uvas de por medio.

Por mucha figura del rey quemada, figura de Puigdemont apaleada, o figura de Ayuso paseada que haya habido, es absolutamente novedoso ver una figura de un presidente del Gobierno ahorcada y apaleada delante de la sede de su partido en fechas tan señaladas

De los últimos de Filipinas a los últimos de Ferraz. Tan solo quedaron 300 exaltados con la poca vergüenza ajena como para ser capaces de pasar un día feliz como el fin de año delante de la sede del partido político que más desprecian en lugar de con sus familiares y amigos. Y frente a esa dura realidad de frenopático que ni ellos mismos seguramente sabrían explicar, se vieron ante la imperativa necesidad de silenciar su vergüenza gritando todavía más fuerte y emprendiendo una carrera hacia el precipicio del ridículo más grotesco. Entonces sacaron su monstruoso muñeco del presidente, lo ataron a una farola y descargaron su ridícula rabia contra el cartón de la efigie presidencial. Parecía un producto defectuoso de un programa desechado de Art Attack con el que, sin embargo, unos cientos de personajes poco avispados desataron su furia patriótica. Apuesto que muchos de ellos acabaron esa noche sintiéndose valientes luchadores contra la imaginaria dictadura que Ayuso les había prometido que existía y contra la que combatían gallardamente pegándose con un monigote de papel en un 31 de diciembre. Ser ultraderechista no es sencillo.

Frente a este dantesco espectáculo decadente caben dos posibilidades. La primera es la denuncia por lo judicial que tal vez puede ser una tentación errada pero entendible (puesto que ha sido la ultraderecha la que cada vez que ha tenido ocasión ha mandado a los tribunales a cualquiera que haya hecho ni una cuarta parte de lo visto en Ferraz). Y la segunda, la más importante y necesaria, es la de repetirnos orgullosos que esa gente, por mucho que nos repugne, están mejor pegándole a un muñeco de cartón en pleno 31 de diciembre mientras la España real pasaba de ellos y los miraba con repelús, que dentro del gobierno de España. Es decir, mejor en Ferraz que en Moncloa. Que sigan muchos más años así.

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