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Ideas Propias

¿Picasso maltratador? De forma y contenido

Ideas Propias Clara Ramas

Estos días, la artista, escritora y activista María Llopis se presentaba junto con sus alumnos del curso Arte y Feminismo en el museo Picasso de Barcelona portando camisetas donde podían leerse lemas como: “Picasso maltratador”, Picasso Barba Azul”, “Picasso la sombra de Dora Maar” o “Picasso es Antonio David Flores”. Llopis explica: “Queremos reivindicar el papel de las artistas que han pasado a la historia del arte como ‘mujeres de’ Picasso. La mayoría de ellas eran artistas cuyas carreras se vieron truncadas al conocer al pintor. Picasso interpretó el papel de Barba Azul fagocitando la potencia creativa de cada una de ellas”.

El gesto ha despertado reacciones encontradas. Instagram ha cerrado la cuenta de Llopis, pero en redes sociales también se celebraba la acción, como recoge un hilo retuiteado por la propia Llopis: “Las historiadoras sabemos de qué calaña eran algunos artistas (sinceramente, la mayoría), debemos hacer algo por no separar arte y artista y sobre todo por bajar de pedestales a señores que hicieron algo y vincular el personaje con la persona. Picasso era un maltratador”. “Picasso no debería aparecer en los libros de historia del arte”, concluye. Llopis matiza: “Yo no pienso que el Museo Picasso debiera cerrar ni que haya que quemar sus obras. Soy una gran defensora de separar la obra del artista… sí, pero con todos los datos. […] también era un maltratador y eso hay que decirlo.”, afirma.

Parece poco discutible que Pablo Picasso maltrató terriblemente a numerosas mujeres. No es, ni mucho menos, una excepción entre los artistas: Virginie Despentes nos recuerda una carta de ruptura de Artaud a una mujer a la que decía amar: “Necesito una mujer que sea únicamente mía y que pueda encontrar en casa en todo momento. […]. Por la noche, no puedo volver a una habitación solo, sin que ningún servicio de la vida me sea accesible. Necesito un interior, y lo necesito urgentemente, y una mujer que se ocupe sin cesar de mí hasta en los detalles más ínfimos. Una artista como tú tiene su propia vida y no puede hacer eso. Todo lo que digo es de un egoísmo feroz, pero así es. Ni siquiera es necesario que esa mujer sea muy guapa, tampoco quiero que tenga una inteligencia excesiva, ni que reflexione demasiado. Basta con que esté atada a mí”. Parece que Picasso incluso en cierto modo nutrió su arte de estas experiencias, retratando a las mujeres como sufrientes o deformadas según se iba deteriorando la relación: “Para mí, Dora Maar era una mujer que lloraba. Durante años la pinté en formas torturadas, no por sadismo ni porque me diera placer. Solo podía seguir la visión que se me imponía. Esa era la profunda realidad de Dora", y aseguró que “las mujeres son máquinas de sufrir”.

Que Picasso, Artaud u otros artistas fueron maltratadores en su vida privada, o que impidieron que floreciera el talento de las mujeres que les rodeaban, no puede ponerse en duda, y debe ser divulgado como hecho histórico que es. Lo que es digno de reflexión es cómo afecta ese hecho, si es que afecta, a la valoración de su arte, especialmente cuando ello aparece, de algún modo, reflejado en él; y esta era la tesis dura en la acción de Llopis, y lo que con toda seriedad debemos preguntarnos. ¿Cabe impugnar así la obra misma?

El debate no es nuevo. En 1911, Robert Musil escribía un artículo titulado Lo indecente y lo enfermo en el arte. Musil se pregunta qué ocurre cuando el arte representa lo inmoral o lo aborrecible o se ve motivado por ello. “El arte puede perfectamente elegir lo indecente y enfermo como punto de partida, pero a partir de ahí lo representado —no la representación, sino lo indecente y enfermo representado— ya no es ni indecente ni enfermo.” El maltrato que ejerció Picasso es indecente y enfermo. Su representación, si es arte, como tal representación no puede serlo, aunque lo sea su objeto. Lo contrario sería negar que el arte es algo. Importa valorar si en Picasso o en esas mujeres artistas había una forma artística de representación de la realidad, y si esa forma era reveladora de lo real o no lo era; y ese es un debate distinto al de cuál era el contenido o las circunstancias en que surgió esa forma. Porque, incluso si la ocasión para tal representación fuera una necesidad de un daño en la vida real, la necesidad de representar artísticamente no idéntica a la necesidad de dañar; necesidad, dice Musil, que puede satisfacerse “en la vida real” sin tantos rodeos. Esa diferencia de algún modo debe ser salvaguardada. Representar no es hacer: aunque la cosa fuera indecente, encontrar su esencia y sus relaciones con el resto de cosas y expresarlas no lo es. El arte “quiere saber”, dice Musil: representa lo aborrecible, nos permite conocer sus relaciones con lo normal, y, para empezar, permite que lo aborrecible aparezca como tal.

Una carta al general Mola

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Ciertamente, caminamos en un cierto filo, y hay riesgos que no deben hurtarse: no toda representación es arte, y no puede permitirse ni por un instante, advierte Musil, que alguien pegue “el cambiazo encorbatado” y haga pasar los meros productos del “pícaro o el exaltado”, sus miserias y neurosis personales, por arte. La mera cháchara de un perverso no es arte: esto hay que decirlo sin ambages, y ciertamente demasiadas veces se nos hace tragar productos u opiniones mediocres que pasan por autoridades artísticas o intelectuales solo porque quienes los producen son sujetos socialmente privilegiados. Pero todo esto, dice Musil, son dificultades, no contraargumentos. El juicio moral sobre el objeto representado o sobre las motivaciones del artista debe ser tajante, pero ello no puede resolver el debate sobre la forma artística de representación y su valor. De lo contrario, lo que se perdería es la posibilidad misma de la representación artística.

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Clara Ramas es doctora Europea en Filosofía (UCM) y profesora de Filosofía en la Universidad de Zaragoza. Ha sido investigadora en Albert-Ludwigs-Universität Freiburg y HTW Berlin y profesora invitada en universidades europeas y latinoamericanas. Fue Diputada en la XI Legislatura en la Asamblea de Madrid. Ha colaborado con La 2 y diversos medios escritos. Ha publicado 'Fetiche y mistificación capitalistas. La crítica de la economía política de Marx', con prólogo de Michael Heinrich (2018).

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