¡Insostenible!
Lacalle, Bernabé y las extrañas parejas
La vida te da sorpresas. Como por ejemplo comprobar que un tipo que podríamos considerar ultraliberal, el economista Daniel Lacalle, termine diciendo exactamente lo mismo que el periodista marxista Daniel Bernabé sobre un tema crucial como pocos. Lo único que tenían aparentemente en común era el nombre de pila, pensábamos ingenuamente, pero, como veremos, nos equivocábamos. Las extrañas parejas no se dan solo en el cine.
Antes de nada, contextualicemos: hace unos pocos días se emitió un debate televisivo entre el susodicho Lacalle y el ecólogo y biólogo Fernando Valladares. Para quien no conozca al segundo, estamos hablando de un auténtico maestro en su campo, premiado recientemente con el prestigioso premio Jaume I en defensa del Medio Ambiente, por su tenaz y fructífera labor de divulgación sobre un asunto en el que nos jugamos mucho, por no decir casi todo: el cambio global.
El economista es una persona conocida por haber defendido ideas de antaño, tales como negar el cambio climático antropogénico y considerar el fracking como la gran revolución energética de nuestra era. Ahora ya al menos no niega lo primero —porque no puede—, y ha mutado hacia las posiciones más de moda entre el mundo entrepeneur, que en su momento ya definimos como el “negocionismo”. En cuanto al fracking, a pesar de la masacre económica que ha supuesto (las empresas más representativas del sector, como Cheasepeake o Chaparral, ya quebradas, y un pasivo acumulado en quiebras desde 2016 que supera los 300.000 millones de dólares), sigue alabándolo como la gran revolución que no es, porque aún mantiene posiciones de inversión en el sector y espera no perder más dinero. Como ven, no le mueve, como a Valladares, la búsqueda de la verdad, sino la búsqueda del beneficio económico, principalmente el propio. Y volviendo al cambio climático, cuando ya no se puede negar un problema, solo queda tratar de forrarte o perder lo menos posible con él. El beneficio a corto plazo hasta la muerte. Y para ello un mantra, totalmente religioso, repetido hasta la obsesión: innovación, tecnología y mercado. Bendita sea la santísima trinidad que nos ha traído justo hasta donde nos encontramos, y que por arte de magia nos debería sacar de este embolado.
Cualquiera que tenga algún dato contrastado al respecto de la enormidad del reto climático y energético puede comprobar que Valladares —que empezó menos fuerte y mordaz el debate y fue subiendo el nivel de compromiso a medida que iba comprobando las falacias argumentativas de su contrincante— noqueó a su rival por KO sin discusión. Quizá se haya visto de una manera evidente cuál es el punto más débil de aquellos que se denominan “economistas” aunque no suelan ser más que charlatanes: el de la ciencia, la de verdad. La economía actual no solo no es una ciencia, es que es lo contrario. Es una creencia. Una cuestión de fe. ¿Se puede creer acaso en algo más etéreo que en “la mano invisible del mercado”, ese mecanismo que –nos dicen– soluciona todos los problemas aunque nadie sepa cómo? ¿O en algo más fantasioso e ingenuo que la fe en el crecimiento infinito en un planeta finito? ¿Quizá la fe en que la tecnología siempre aparecerá en el momento justo para hacernos “avanzar”? ¿Qué “progreso” –entendido como mejora de las condiciones de vida de la mayoría– es equivalente a “crecimiento”? Tal vez el mayor peligro –por menos evidente– sea la creencia en que ese sentido pervertido que iguala “progreso” a “crecimiento”, ese “avance”, no sea hacia el precipicio. Pero así es y la ciencia es clara al respecto. Ante los datos inapelables que iba poniendo el biólogo sobre la mesa sobre biodiversidad, cambio climático, crisis de recursos y energía y posibles apagones, contestaba el populismo y la sinvergonzonería más altiva del economista. Más que un cara a cara, el debate fue un cara a caradura que Lacalle fue perdiendo a medida que se daba cuenta de que él solo tenía cuentos que contar y Valladares tenía muchas ideas y datos bien entrelazados. Y ya se sabe: “dato mata relato”.
Pero vayamos introduciendo el nudo de la cuestión: tanto Lacalle en el debate, como Bernabé en su reciente artículo en infoLibre pretendían dibujar un enemigo común, lo que ellos denominan como “el catastrofismo”. Para Lacalle, representante de ese “catastrofismo” podría ser hasta el bueno de Valladares. Para Bernabé –que le dedicó hasta el título de su artículo–, cualquiera que vea algo más que rasgos coyunturales en la crisis energética y de suministros. Además de, digamos, el diagnóstico de brocha gorda y gotelé, Bernabé comete una serie de errores de bulto que no podemos dejar de resaltar:
Bernabé menciona un foro que, en 2004, contaba con “miles de personas registradas que pensaban que el fin del petróleo era inmediato”. Foro que se convirtió en un nido de survivalistas y fanáticos que todo lo interpretaban en función de ese único hecho. Dado que 17 años después aún funcionan las gasolineras, concluye que no tenían razón. Y como ahora se vuelve a hablar del mismo tema, concluye que han vuelto los “predicadores” y “gilipollas”.
Es un poco lamentable que Bernabé no hiciera el esfuerzo de entender un poco mejor qué era lo que se explicaba en ese foro, que con toda seguridad se trata de CrisisEnergetica.org. Es una lástima que no se tomara el tiempo de estudiar los artículos de análisis en vez de leerse los comentarios de los lectores, y es que entonces como hoy la red estaba llena de cuñados y opinadores; ¿imaginan qué se podría decir de Bernabé juzgando por los comentarios de sus seguidores?
De lo que se hablaba entonces, como hoy, era de la llegada del pico del petróleo y de otras materias primas energéticas. El pico representa la máxima extracción, y por tanto no es “cuando se acaba el petróleo” (como Bernabé parece entender), sino cuando su producción toca el máximo y a partir de ese momento empieza a disminuir. Disminución que se extiende a lo largo de los años y las décadas, y cuyo efecto es gradual: se comienza con una grave crisis económica de la que nunca nos recuperamos del todo, y que luego va encareciendo poco a poco las diversas materias primas (pues todo depende de la energía), depauperando países y destruyendo la clase media, reduciendo salarios, etc., hasta que, en un determinado punto de ruptura, de golpe comienza a escasear y encarecerse todo, de manera masiva. ¿No les suena de algo esto?
Si Bernabé se molestase en mirar los datos, vería que entre finales de 2005 y principios de 2006 la producción de petróleo crudo convencional tocó máximo; y está en ligero declive, ahora acelerándose, desde entonces. Este hecho lo reconoce todo el mundo, hasta la Agencia Internacional de la Energía (AIE) –organismo controlado por la OCDE y conocida por intentar siempre edulcorar los datos para no crear alarmismo–. Desde entonces, se han introducido diversos sustitutos o “petróleos no convencionales”, otros hidrocarburos líquidos que debían sustituir al petróleo crudo convencional; pero –de nuevo mirando los datos– todos ellos han fracasado. Los biocombustibles, los petróleos extrapesados de Canadá y Venezuela y el fracking de los EE.UU. han sido incapaces de revertir la situación. De 2011 a 2014, con los precios de petróleo (en media anual) más altos de la historia, las petroleras perdían dinero a un ritmo de 110.000 millones de dólares al año. Ahí comprendieron que la partida estaba perdida y las petroleras tiraron la toalla: de 2014 a 2021 se ha reducido más de un 60% la inversión en búsqueda y exploración de nuevos yacimientos (en el caso de Repsol, un 90%). Queda muy poco petróleo barato por encontrar, tal y como avisaron los geólogos Collin Campbell y Jean Laherrère en un artículo seminal de 1998 publicado en Scientific American. Como consecuencia de esa desinversión, la producción total de petróleo (contando lo convencional y lo no convencional) tocó máximo en 2018. Peor aún, hasta la propia AIE admite que, en el peor escenario de desinversión futura, la producción de petróleo podría caer un 50% en 2025 respecto al valor máximo de 2018. Este mismo año 2021 lo cerraremos con una caída que superará el 5%, pero 2022 será probablemente peor, y 2023, y 2024…
Pero la cosa no acaba aún: como el petróleo de buena calidad tocó máximo en 2005, algunas de las cosas que nos ofrecía han empezado a escasear antes porque los petróleos no convencionales no valen para lo mismo. Y una de esas cosas es el diésel, que tocó máximo en 2015 y ahora mismo se produce un 15% menos que en aquel entonces. Afectando a todas las redes de transporte, tanto terrestre como marítimo.
No es una teoría de la conspiración, son fríos y desapasionados datos de un asunto complejo en el que llevan trabajando durante todos estos años científicos expertos en el ámbito de la política energética, cosa que Lacalle sabe pero calla (no olvidemos sus posiciones inversionistas, a ver si aguantan hasta la fecha de cierre…) y que Bernabé ignora porque no se molesta en entrar en Elsevier o cualquier editorial científica y leer un poco. Quienes hablan de ello no son “predicadores” ni “gilipollas”, sino investigadores expertos en recursos naturales, y la comparación que hace Bernabé con la teoría de la conspiración “de la derecha aznarista” durante el 11M a quien le deja en mal lugar es solo a él; como mínimo Lacalle tiene la prudencia de callar humillado e intentar desviar la atención cuando salen estos temas. Tan desorientado está Bernabé en estas materias que llega al ridículo de afirmar que “producimos mucha más energía de la que podemos gastar”, probablemente confundiendo la capacidad instalada eléctrica con la energía eléctrica producida, e ignorando que la electricidad es solo el 20% de toda la energía final consumida a nivel mundial.
Y además, el ridículo es mayor porque el autor se ha hecho un nombre por un libelo que ve una suerte de trampa en la diversidad. En esa diversidad que es la clave en un sistema sano, ya sea un cuerpo y su microbiota o la naturaleza misma, Bernabé ve manos ocultas e intereses perversos. Como si hubiese una conspiración –de esas que tanta sorna le despiertan, cuando no son la suya propia– mediante la cual “el neoliberalismo” fomentara las luchas identitarias, el feminismo, el ecologismo, o por la libertad sexual simplemente para descafeinar la “verdadera lucha”, y esto no ocurriese porque la diversidad en la lucha también sea natural, deseable, y en el fondo la haga más fuerte, completa y resistente a según qué dogmatismos.
Pero volvamos al tema en cuestión, la santa alianza la santa alianzacontra el discurso decrecentista que está ganando fuerza en la sociedad. Discurso decrecentista que asume que se están traspasando límites que nunca debieron ser ignorados, y que se siguen ignorando sistemáticamente porque no hacerlo atentaría contra ambas posturas, la de Bernabé y la de Lacalle, porque en el fondo ambas beben de un mismo manantial con dos fuentes, la fe en el productivismo y la ignorancia. Sin tener en cuenta ni las tasas de retorno energético decrecientes ni los límites materiales o los impuestos por las propias leyes de la termodinámica no se puede acertar en este complejo tema. Lo cual en alguien que se define como materialista es el colmo de la paradoja –de Jevons–. (Comprender esta paradoja les haría mucho bien a ambos).
A Bernabé y a Lacalle también se les atisba un error común en el género humano y que todos cometemos en mayor o menor medida: no nos gusta desdecirnos. Por dinero, por prestigio o por una mezcla de ambas cuestiones o de alguna de sus derivadas. A pesar de ello, Lacalle en el debate balbuceaba algunos de sus argumentos porque no tiene ya tanta fe como antes. Hasta a los mejores obispos les ocurre. Bernabé, sin embargo, usa un lenguaje ciertamente ofensivo y agresivo. Quizá porque ni él mismo se cree del todo que su opinión sobre la crisis energética sea legítima y esa agresividad que transmite sea proporcional a la inseguridad que siente al meterse en según qué charcos.
El sol que nos alumbra
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A ambos habría que decirles que no hay nada más catastrófico que negar un problema evidente y enorme. La falta de pedagogía sobre la crisis energética y ambiental es tremenda. Eso puede explicar algunas afirmaciones que no se sostienen, pero no las justifica. Quizá, si mirasen a su alrededor para ver quién está en su campo, si se viesen el uno al otro –un ultraliberal y un marxista– se darían cuenta de que algo debe estar muy equivocado en su posición cuando en frente tienen a la ciencia y a la sociedad, y al lado tienen a quien solían tener en frente.
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Juan Bordera es periodista, guionista y activista de XR y Antonio Turiel es Dr. en Física, científico en el CSIC y experto en energía.