Los aranceles en Gaza

Carmelo Marcén Albero

Queda demostrado que la vida cotidiana exige continuos peajes. Los hay económicos, materiales, físicos o emocionales, por citar solamente los más visibles. Son a la vez tasa, valoración, norma o ley; eso dice la RAE. En el caso de la población de Gaza, también el territorio sobre el que se asienta, no se le considera valor. Se nos ha hecho tan normal la violencia desatada que corremos el peligro del olvido, que viene como norma impuesta –poco o nada dicen los grandes medios de comunicación– o asumida –nos queda lejos y no nos supone quebranto económico–. Una ley no escrita dice que el odio es una señal permanente en Oriente Medio, cruce de culturas y de apetencias de quienes por allí transitan, o de las potencias que nos trazan los itinerarios vitales. Las leyes humanitarias, si las hay, se desvanecieron a lo largo de la historia, casi nunca como ahora.

La población de Gaza está pagando un bloqueo humanitario que no lleva detrás porcentaje; es total. Es una mercancía que se transporta de un sitio a otro

La población de Gaza está pagando un bloqueo humanitario que no lleva detrás porcentaje; es total. Es una mercancía que se transporta de un sitio a otro. Es de suponer que perder la vida no podría considerarse un arancel mundial. ¿O sí?, a la vista de las guerras y masacres que emborronan el mapa del mundo. Además, los gazatíes parece que son un estorbo, que nadie sabe/quiere gestionar con ética ni justicia democráticas. El ejército israelí, con los apoyos del mayor cultivador de aranceles en este momento, juega con ellos. No sabemos el tipo de peaje que les pondría el señor Trump a los productos que no elaboran. La incertidumbre fue durante mucho tiempo una amenaza de vida; ahora su vida es un impuesto permanente, pero no cotiza en las principales bolsas del mundo, donde el dinero –nada humanitario– juega al escondite. 

Los derechos humanos de Gaza no admitirían escondrijos ni peajes. A pesar de eso, la política mundial hace tiempo que perdió su perplejidad; ahora ignora el problema. Los parlamentos de los países democráticos se entretienen en otros menesteres de su gente. Parece que una de las mayores tragedias colectivas (también en los conflictos bélicos de Congo, Sudán, Yemen, Myanmar, Ucrania, etc.) escapa a los arbitrios económicos que ha impuesto el gigante americano, que según se dice no considera porcentajes humanitarios. La narrativa ética no llega a la ciudadanía, excepto a quienes atienden lo que dicen UNRWA, UNICEF u otras ONG. En este momento, incomodaría el pensamiento. Ensimismados, olvidados de que el mayor arancel que alguien puede –y no debería– pagar es su vida y el futuro de sus hijos.

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Carmelo Marcén Albero es doctor en Geografía por la Universidad de Zaragoza y especialista en educación ambiental y metodología educativa.

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