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Los derechos de las mujeres, en juego

La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, pronuncia un discurso durante la presentación de la exposición organizada por el Ejecutivo bajo el título "Antonio López en Sol", en la sede del Gobierno madrileño.

Lidia Guinart

A menudo el árbol no nos deja ver el bosque y el ruido nos impide escuchar la música de fondo. En política, como en la vida misma, ocurre. La campaña que ya termina en Madrid ha sido muy ruidosa, demasiado. Y muy tosca. Y en exceso polarizada. Mientras, la vida de las personas transcurre entre problemas que necesitan solución o, cuando menos, empeño político en alcanzar esa meta. Porque los problemas son reales, las falacias, no, como su propio nombre indica.

Ocuparse de los problemas reales de la gente es el objetivo primigenio y más honorable de la política, esa faceta de la actividad humana tan respetable y, sin embargo, cada vez más denostada precisamente porque se aparta demasiado de su cometido. Es algo que se agudiza en plena pandemia, en mitad de una crisis sanitaria que acusa a su vez una crisis social y económica que no por coyuntural necesita de menos intensidad en la gestión política. Estamos desde hace más de un año en el ojo de un huracán pandémico que asola el mundo entero. No estamos solos en esto, pero no es lo mismo vivir en el primer mundo, con sus privilegios, que en países donde las vacunas o no llegan o lo hacen en cuentagotas. No es lo mismo vivir en un país democrático miembro de la Unión Europea que en uno donde la opacidad de la dictadura añade inquietud a una situación ya de por sí desconcertante e incierta. No es lo mismo vivir en una comunidad donde la inversión en Sanidad o en Igualdad han sido apuestas estratégicas que hacerlo en una donde desde hace más de una década se ha estado recortando. Sé de lo que hablo, vivo en Catalunya. Y allí, como en Madrid, las prioridades han sido y siguen siendo otras muy distintas.

El eslabón más débil de una sociedad es el que más sufre en períodos de crisis y es, a su vez, el saco de los golpes de la derecha en campaña electoral. En esta ocasión, les ha tocado a los inmigrantes, a los menores no acompañados. Las mujeres en general y el feminismo en particular hemos sufrido de la misma manera ataques furibundos. Los problemas de las personas son complejos y necesitan de un abordaje serio, no de recetas banales y fútiles que no conducen a nada, más que a la confusión del electorado más despistado, políticamente hablando. Pero sabido es que el aporte de soluciones simples es a la ultraderecha –y lamentablemente cada vez más a la derecha de este país– lo que a un mago la barita: ilusión pura para desviar la mirada de lo que verdaderamente importa y para lo que no tienen propuestas o, aún peor, las tienen pero no las quieren mostrar.

Los conejos salen con facilidad de la chistera en campaña. Pero las cifras cantan y por eso algunos se dedican, aun en sede parlamentaria y por supuesto en debates y mítines, a negar su veracidad y a retorcerlas hasta hacerlas irreconocibles. Algunas nos empeñamos en esgrimir datos para comprobar y verificar que en estas elecciones nos jugamos mucho, y de manera especial las mujeres.

En cuestión de políticas de igualdad y para combatir la violencia hacia las mujeres, en Madrid la situación es alarmante. El presupuesto ha disminuido a la mitad en la última década y además desperdician los recursos transferidos por el Gobierno de Pedro Sánchez. Es la tercera comunidad que más dinero del Pacto de Estado contra la Violencia de Género ha recibido, desde su aprobación en 2017, un total de 32 millones. Pero no lo ha invertido en mejorar la vida de las mujeres que sufren el infierno del maltrato, en protegerlas ni en prevenir la violencia. Se han perdido unos millones que tendrían que haber servido para incrementar y mejorar los recursos de asistencia en una comunidad donde las mujeres víctimas de violencia tienen que esperar hasta un año para recibir atención psicológica. O para desplegar las Unidades Forenses de Valoración Integral, prácticamente inexistentes en Madrid y que informan a los jueces sobre el riesgo de las víctimas, tras realizar evaluaciones multidisciplinares. O para tejer una red de centros de atención a la violencia sexual. Ese desperdicio incalificable lo han denunciado incluso algunos ex responsables de gobierno madrileño. Madrid es una comunidad, la única, sin ley de igualdad autonómica. Una comunidad donde solo un 4% del alumnado ha recibido talleres de educación en igualdad, que siembran la semilla de la prevención de la violencia machista.

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No es solo que no sepan gestionar esos fondos, es que no quieren, es pura estrategia en un gobierno popular que va de la mano de los que azuzan el odio al diferente y niegan la violencia de género. En estos comicios las mujeres madrileñas se la juegan en las urnas. No vale quedarse en casa, el riesgo es demasiado grande.

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Lídia Guinart Moreno es portavoz del Grupo Socialista en la Comisión de Seguimiento y Evaluación del Pacto de Estado contra la Violencia de Género del Congreso. Secretaria de Políticas Feministas de la Federación del Barcelonès Nord del PSC.Lídia Guinart Moreno

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