Gaza: la limpieza étnica del empresario Donald Trump

Las leyes basadas en la reciprocidad, el respeto mutuo, la justicia y la paz han regulado las relaciones internacionales durante siglos. Normas y costumbres internacionales han beneficiado los intereses de los Estados. Unos 700 instrumentos multilaterales se hallan registrados en las Naciones Unidas y los acuerdos internacionales benefician a los ciudadanos cuyos gobiernos los han suscrito. 

La adopción tras la Segunda Guerra Mundial de tratados internacionales sobre derechos humanos supuso la consolidación normativa para proteger a hombres y mujeres de la tortura y otras formas de trato inhumano y degradante. Facilitó la persecución de criminales de guerra, terroristas, traficantes de índole diversa. La  creación del Tribunal Penal Internacional (TPI) basado en el Estatuto de Roma de 1998 es un hito fundamental en este tema. Cuatro crímenes centrales son objeto del mismo: genocidio, crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra y crimen de agresión. La Comisión de Derecho Internacional, creada en 1947 por la Asamblea General de Naciones Unidas, ha codificado y promocionado el Derecho Internacional y las normas fundamentales del Derecho Internacional Humanitario, calificándolas de universalmente aplicables y jerárquicamente superiores a cualquier otra de Derecho Internacional. Y ha promovido tratados e instrumentos clave, como el TPI, sobre el que ya emitió una primera propuesta en 1949. Lamentablemente, esta bien diseñada estructura ha sido a menudo quebrantada por numerosos gobiernos, en especial los más poderosos. Nunca, sin embargo, el quebranto ha sido tan considerable como el que está llevando a cabo Donald Trump.

Clasificaría las acciones políticas que Donald Trump está llevando a cabo desde su muy reciente toma de posesión en dos categorías. Una constituye una confrontación directa con el Derecho y las instituciones internacionales. La otra supone una manifiesta intención de llevar a cabo una limpieza étnica en Gaza, intención extensible, en íntima asociación con su principal aliado, Israel, al resto de Palestina. Salvo que alguien le pare los pies. ¿Quién?.

Al inicio del siglo XX, los Estados Unidos mantuvieron una actitud positiva hacia el Derecho y las instituciones internacionales. El presidente Woodrow Wilson lo demostró ejerciendo como uno de los principales artífices de la Sociedad de Naciones tras la Primera Guerra Mundial. Actitud positiva continuada tras la Segunda, al apoyar la creación de la ONU. Pero más tarde las buenas intenciones comenzarían a desvanecerse. La Constitución norteamericana prescribe que “con el consejo y consentimiento del Senado, el presidente tendrá poder para celebrar tratados, siempre que las dos terceras partes de los senadores presentes le den su anuencia” (art. 2, sección 2). Empero, el proceso está en declive. Durante su primera presidencia, Trump presentó sólo cinco tratados al Senado. Este declive democrático (ausencia de debate parlamentario en la cámara) ha sido sustituido por un elevado número de lo que se denominan acuerdos ejecutivos. Tendencia asentada antes de la llegada de Trump al poder. Desde finales de los años 30 del pasado siglo, el 90% de los acuerdos internacionales concluidos por Washington han sido acuerdos ejecutivos, no  tratados sujetos a consideración parlamentaria. Muchos de ellos se refieren a asuntos de suma importancia: acuerdos de seguridad, alianzas, tropas en el extranjero, programas de armamentos, acuerdos de libre comercio, entre otros. 

Existe dentro y fuera de los EEUU el temor de que un presidente temerario, de probadas descabelladas actitudes, dotado de las facultades constitucionales que he descrito, pueda actuar en… inconsecuencia produciendo calamitosas situaciones dentro del país o retirando a éste de tratados o de instituciones que le han beneficiado, así como a la sociedad internacional. Lamentablemente, el país de Donald Trump se encuentra en estos momentos agrediendo sistemáticamente al Derecho Internacional y los principios esenciales de las relaciones internacionales. Y lo que es peor, como sostiene la profesora de Princeton, Rebecca Ingber, ya antes de la primera presidencia del magnate, “la estigmatización del Derecho y las instituciones internacionales había infiltrado todos los niveles importantes del sistema político y jurídico del país. Estaba presente en la retórica jurídica y política, en la estructura de la burocracia federal y en las instituciones académicas”. 

El proyecto de limpieza étnica en Gaza anunciada por el empresario Trump se apoya en ese caldo de cultivo de desprecio y agresión al Derecho e instituciones internacionales. Dicho sea de paso, Gaza no es un Estado de la Unión americana. No lo es Canadá, si bien la esquizofrenia trumpiana aspira a que lo sea. Lo es California, aunque no sería extraño que en un futuro no lejano el magnate propusiera allí una limpieza de los numerosos izquierdistas que lo habitan. El delirante proyecto de convertir Gaza, expulsando previamente a los dos millones (menos 47.000 asesinados por Israel) palestinos que sobreviven, en un paraíso turístico de playa, sol y aguas mediterráneas, es un insulto a la Humanidad. Sabido es que la limpieza étnica es la expulsión forzosa o exterminio sistemático de un grupo étnico, racial o religioso de una zona determinada, con la intención de hacer una región étnicamente homogénea. Probablemente Trump y Netanyahu persiguen convertir a Gaza en temporal solárium para blancos occidentales y judíos de diversas tonalidades, hasta su no muy lejana incorporación al Gran Israel. Cisjordania a no muy lejana espera. 

Lamentablemente, el país de Donald Trump se encuentra en estos momentos agrediendo sistemáticamente al Derecho Internacional y los principios esenciales de las relaciones internacionales

A la vista está que ni el primer ministro de Israel ni el presidente de EEUU son fervientes partidarios de la legalidad internacional. Pretenden disponer caprichosamente de territorios y habitantes no sujetos a su soberanía (Gaza, Cisjordania). Caso omiso al artículo 49 del cuarto Convenio de Ginebra que prohíbe las deportaciones forzosas de población o al artículo 7 del Estatuto de Roma que califica la deportación o el traslado forzoso de población de crimen de lesa humanidad. 

El plan del actual presidente norteamericano es una calculada afrenta al Derecho Internacional y a los principios de la justicia internacional. Cuando redacto estas líneas acaba de conocerse la orden ejecutiva de Trump que impone sanciones al Tribunal Penal Internacional a causa de las acciones legales que el mismo ha puesto en marcha contra Netanyahu y otros dirigentes israelíes. Merece la pena transcribir la reacción oficial de Amnistía Internacional: “Esta decisión envía el mensaje de que Israel está por encima del Derecho y de los principios universales de la justicia internacional. Sugiere que el presidente Trump asume los crímenes del gobierno de Israel y  acepta la impunidad. La orden ejecutiva supone un paso brutal que persigue minar y destruir lo que la comunidad internacional dolorosamente ha construido durante décadas, si no siglos: normas globales aplicables a todos que buscan proporcionar justicia a todos.  Estados Unidos se dispone a castigar a una institución que garantiza que los individuos perpetradores de atrocidades no puedan escapar de la justicia. Nadie responsable de delitos sancionados por el Derecho Internacional debe ser protegido o ayudado en su intento de eludir la rendición de cuentas y mucho menos con la ayuda del gobierno norteamericano, ligado por las alianzas políticas del presidente Trump. En un momento histórico en que somos testigos del genocidio contra los palestinos en Gaza, la agresión de Rusia a Ucrania y la amenaza desde múltiples frentes contra el imperio global de la ley, instituciones como el Tribunal Penal necesitan más que nunca avanzar en la protección de los derechos humanos, prevenir futuras atrocidades y asegurar justicia para las víctimas. El TPI desempeña un papel vital en la investigación de delitos contra el Derecho Internacional perpetrados a menudo por los individuos más poderosos en situaciones en que, sin la implicación del Tribunal, los perpetradores gozarían de perpetua impunidad. Las sanciones impuestas al Tribunal son también una afrenta a los 125 Estados miembros que, colectivamente, han resuelto que el Tribunal tiene que ser capaz de llevar a cabo una justicia efectiva, lo que significa que debe poder ejercer funciones judiciales independientes, tales como dictar órdenes de detención, por ejemplo, contra Benjamin Netanyahu o Vladimir Putin”. 

La propuesta de limpieza étnica sugerida por el hombre de negocios Donald Trump ha sido descrita por él mismo como una “transacción inmobiliaria” a efectuar en el territorio gazatí, previa expulsión de sus millones de habitantes. Washington se haría cargo de la Franja (como si de territorio norteamericano se tratara) para convertirla en “la Riviera de Oriente Próximo”. Es de señalar que en este caso las transacciones inmobiliarias son competencia de la familia, especialmente del yerno del magnate, Jared Kushner, casado con su hija Ivanka. Durante su primera presidencia el suegro designó al yerno asesor especial para política exterior (empresario el yerno, carente de experiencia alguna en el área asignada). En esos años Jared ya hizo pinitos con Netanyahu y ahora, recientemente, se ha explayado. Lo hizo en la universidad de Harvard el 15-2-2024, donde comentó las magníficas cualidades de la Franja para convertirse en territorio donde disfrutar de las aguas y playas mediterráneas. Sugerencia incorporada por su suegro a su peculiarmente pertrechado equipaje de política exterior. El proyecto Jared Kushner incluía un significativo detalle técnico: habría que trasladar a los gazatíes al desierto del Neguev. Además, el brillante conferenciante en Harvard (al parecer esta universidad ya no es lo que era) quiso hacer gala de sus conocimientos de relaciones internacionales con esta guinda: “El plan de los dos Estados es una súper mala idea. Premiaría un acto de terror” (The Guardian, 19-3-2024). 

Es notorio que la división interna de la Unión Europea está desde hace ya tiempo produciendo una erosión en los principios y valores que la significaron desde su nacimiento en el pasado siglo. Bien se ha notado en el asunto de la inmigración y está afectando ahora a la ausencia de una contundente respuesta a la “transacción inmobiliaria” del empresario Trump. Sí ha denunciado la agresión al TPI, indicando un portavoz que “la Comisión responde solo a actos concretos, como la orden ejecutiva de Trump contra el Tribunal Penal”. Como si todo lo manifestado por el magnate respecto al proyecto de limpieza étnica estuviera tan lejos de la concreción. La Comisión Europea debería tomar nota de lo manifestado por Lin Jian, portavoz oficial del gobierno de China, el 5-2-2025: “Nos oponemos al desplazamiento forzoso de los residentes de Gaza. Defendemos el principio de que los palestinos gobiernen Palestina. Esperamos que las partes lleven la cuestión a la vía correcta para un acuerdo político fundamentado en la solución de dos Estados que logre una paz duradera en Oriente Medio”. 

Países individuales de la UE, como Alemania, Francia o España han reaccionado sin ambages en línea similar a la china. Resultaría irónico que estos y otros posibles Estados tuvieran que coaligarse con Pekín para dar ejemplo de la dignidad que el caso merece ante las insensateces que he venido comentando. 

La historiadora de Oxford Margaret MacMillan, preguntada en Foreign Affairs (7-1-2025) sobre si estimaba que nuestro atribulado orden mundial sería capaz de sobrevivir al perturbador Donald Trump, respondió: “El orden de hoy parece más fuerte y resistente que el de los años 1930, pero, sin duda, normas que de siempre eran consideradas inviolables han sido ignoradas. Y me refiero a tiempo atrás, antes de que Trump accediera a la Casa Blanca. Las barreras normativas contra la agresión, el genocidio y el catastrófico daño medioambiental han ido declinando durante décadas. Y Trump apenas se preocupa por cualquier ley que pudiera frenarle siquiera mínimamente”. 

Ante este panorama… ¿pesimismo?, ¿optimismo de la voluntad? ¿Qué le parece, generoso lector, el consejo que Quijote da a Sancho: “Sábete Sancho que todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que habiendo durado mucho el mal, el bien ya está cerca, así que no debes congojarte por las desgracias…”.

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Emilio Menéndez del Valle es embajador de España.

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