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Nakba: la limpieza étnica en Palestina

Teresa Aranguren

Nakba significa catástrofe y es la palabra con la que los árabes se refieren a lo ocurrido en Palestina en 1948: el año de la Nakba, el año de la catástrofe, así lo vivió la población palestina, una catástrofe que arrolló sus vidas, les arrebató sus casas, sus campos, los paisajes de la infancia, los condenó al exilio, los convirtió en refugiados. Sin embargo el término Nakba no es el adecuado para describir lo que ocurrió en Palestina en aquellos meses previos y posteriores a la creación del estado de Israel porque lo que ocurrió entonces no fue un tsunami ni un terremoto sino una operación de limpieza étnica. No fue una catástrofe sino un crimen.

Contrariamente a la idea asentada en gran parte de la opinión pública occidental, la salida masiva de la población palestina de su tierra no fue la consecuencia más o menos inesperada, más o menos espontánea, más o menos buscada, de la guerra que estalló tras la proclamación del estado de Israel el 15 de mayo de 1948. La salida de la población palestina de su tierra no fue simplemente una huida en el caos de la guerra, fue una expulsión planificada y sistemática. Y comenzó bastante antes, en diciembre de 1947, apenas una semana después de que la Asamblea General de la ONU aprobase la resolución de partición de Palestina, es decir la división del territorio en dos estados: un estado árabe y otro judío.

En ese momento, según datos de la Administración Británica, tras décadas de colonización del movimiento sionista, la población judía en Palestina llegaba al 30% y ni siquiera en el territorio asignado al Estado judío eran aún mayoría; en cuanto a la propiedad de la tierra, tan solo el 6% estaba en manos de las colonias sionistas, el resto, más de un 90% del territorio, era propiedad árabe. Los países árabes rechazaron el plan de partición alegando que violaba los derechos fundamentales del pueblo de Palestina y los principios de la Carta de Naciones Unidas, el movimiento sionista lo acogió con júbilo y a partir de ese momento sus dirigentes tuvieron como objetivo prioritario limpiar de población árabe, musulmanes y cristianos, el espacio de su futuro estado. Los métodos fueron una combinación de matanzas indiscriminadas como las de Deir Yassim, Kastel, Dawaymeh, Tantura y otras cuyo objetivo era sembrar el terror y provocar la huida de la población rural, y operaciones militares que culminaban con la expulsión de todos los habitantes palestinos de una zona y de ciudades como Jaffa, Haifa, Lidda, Ramleh o Safad.

En marzo de 1948 los altos mandos del movimiento sionista aprobaron el Plan Dalet que definía la estrategia militar para “vaciar” de población árabe el territorio. Entre las recomendaciones del plan figura el siguiente párrafo tal como lo recoge el historiador israelí Ilan Pappé en su libro La limpieza étnica de Palestina (*):

“Estas operaciones pueden llevarse a cabo de la siguiente manera: ya sea destruyendo las aldeas (prendiéndolas fuego, volándolas y poniendo minas entre los escombros) o bien organizando operaciones de peinado y control según estas directrices: se rodea las aldeas, se realiza una búsqueda dentro de ellas, en caso de resistencia, los efectivos armados deben ser liquidados y la población expulsada fuera de las fronteras del Estado”.

En torno a 750.000 personas fueron expulsadas de su tierra en aquellos meses, sus propiedades, las de los ricos y las de los pobres, humildes labranzas y lujosas mansiones, tierras, huertos, campos de cultivo, talleres, fábricas, bibliotecas y objetos artísticos, pasaron a manos del recién creado estado de Israel.

Más de 400 localidades palestinas fueron destruidas, tras expulsar a la población se demolían los edificios y se allanaba el terreno con excavadoras para impedir que los vecinos tratasen de volver a sus casas. Y para borrar todo vestigio de su existencia. Los nombres de esas aldeas ya no figuran en los mapas. Pero sí en la memoria de quienes las habitaron. Y de sus descendientes.

En diciembre de 1948 Naciones Unidas aprobó la resolución 194 que establece el derecho al retorno de los refugiados palestinos y a ser indemnizados por los bienes perdidos. La resolución se basó en el informe presentado por el mediador de la ONU, el conde Folke Bernadotte; el informe denunciaba numerosos actos de pillaje y destrucción de propiedades árabes y recomendaba exigir a Israel que permitiese el regreso de los refugiados y que estos fuesen compensados por las propiedades destruidas:

“Numerosos informes de fuentes fiables hablan de robos, pillaje , saqueos a gran escala y casos de destrucción de aldeas sin aparente necesidad militar. La responsabilidad del gobierno provisional israelí de devolver la propiedad privada a sus dueños árabes y de indemnizar a esos dueños por la propiedad destruida desenfrenadamente es clara…”

El 17 de septiembre de 1948, al día siguiente de haber completado y firmado su informe, el Conde Bernadotte fue asesinado en una calle de Jerusalén, junto al observador de Naciones Unidas André Serot, por dos pistoleros del grupo armado sionista Irgun. A los refugiados palestinos nunca se les permitió volver.

Setenta y dos años después, en un mundo paralizado por una pandemia que pone al descubierto lo vulnerables que somos, cabria preguntarse ¿Qué sentido tiene hablar de lo ocurrido hace tanto tiempo? ¿Por qué recordar lo que ya parece irreparable?. Tiene sentido porque la verdad importa y hay que romper el velo de silencio y olvido con el que se trató de ocultar lo ocurrido hace 72 años en Palestina. Y sobre todo porque los atroces hechos de entonces se perpetúan en la atrocidad cotidiana de la ocupación: el bloqueo de Gaza, el robo de la tierra para crecimiento de las colonias, el muro y los controles militares en Cisjordania, la paulatina e implacable limpieza étnica en Jerusalén oriental.

En palabras del escritor y académico palestino Bichara Jader “La Nakba del 48 se ha convertido en Nakba permanente”.

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* Ilan Pappé, La limpieza étnica de Palestina, Crítica, Barcelona, 2008

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Teresa Aranguren es periodista y escritora. Autora, entre otros libros, de 'Palestina, el hilo de la memoria'.

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