El empobrecimiento de la juventud
Así atrapó la precariedad a 3 millones de jóvenes: una investigación destapa la avería crónica del ascensor social
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"¡Vamos, que tú puedes!", se oye a todas horas. Es el discurso que anima al "emprendedor" a rebelarse individualmente contra su destino precario.
Pero, ¿seguro que puedes?
La pregunta la lanzan seis investigadores en economía, sociología y educación en el ensayo colectivo sobre la precariedad Vidas low cost. Ser joven entre dos crisis (Catarata, 2021). Ampliado, el interrogante quedaría así: ¿Seguro que está en manos del precario salir de su situación? ¿O más bien se trata de un discurso que culpa al trabajador y oculta el carácter estructural del fenómeno? La respuesta obtenida es negativa a la primera pregunta –siempre hay excepciones, por supuesto– y afirmativa a la segunda. Como colofón del análisis, el sociólogo Xavier Martínez-Celorrio aporta un examen crítico del ascensor social, que resulta estar averiado desde antes de la Gran Recesión y con sus males agravados después. Sumando las generaciones X y millennial, con datos de 2006 y 2012, se desclasaron 3,1 millones de jóvenes. El diagnóstico es tajante: "El sueño meritocrático anglosajón se ha desmoronado y ha sido reemplazado por el darwinismo social de la parentocracia".
El bombardeo cultural
El sistema educativo como vía de ascenso social, el laboral como garantía de vida digna y el de pensiones como seguro de jubilación tranquila están en entredicho. Ante eso, el mensaje despolitizador contra el que alerta Vidas low cost es: "Si tú quieres, tú puedes". "Quizás tengas 30 años y estés agotado. Es probable que, además, te sientas culpable por encontrarte así", escribe la periodista Sara Montero en un prólogo que es además síntesis del ensayo colectivo, donde hace un elocuente recorrido por los elementos de un marco ideológico-cultural que "cupabiliza" al joven sin futuro: talent shows en los que un desconocido cumple de golpe su sueño gracias a su arrojo; coaches que ofrecen "trucos para cambiar tu vida"; influencers que te enseñan cómo olvidar los problemas con mindfulness; "superheroínas que se atrevieron a emprender y ahora son mamás y empresarias que sacan tiempo para autocuidarse"... "Los bombardeos con mensajes individualistas son constantes", señala Montero, que destaca cómo la promoción de la "cultura del emprendimiento" acaba por copar toda la vida del joven precario, obligado a una permanente actualización de Linkedin y a un cuidado exquisito de su "marca personal" en Instagram, Facebook, Twitter... "Tú eres working class, pero en tus relaciones empiezas a operar como una empresa", señala.
La telaraña afecta al lenguaje. Hay un aluvión de términos difusos que difuminan el deterioro laboral, sobre todo de los jóvenes. Lo recoge un glosario de CCOO de 2018: ¿Un ejemplo? "Economía colaborativa" en vez de uberización. Los jóvenes hacen "job sharing", que suena mejor que "compartir sueldo". No es que con treinta y tantos tengas un sueldo de adolescente, es que eres un "treinteenager". Las parejas jóvenes con un solo sueldo que viven en un piso con otros han elegido una vida "sinkie" –"single income, no kids"–. En verano, se aspira a unas "trabacaciones". Si no puedes más, haz "complain restraint" –no te quejes– y pide a tu jefe que te permita una "power nap" –siesta reparadora– o quizás unos minutos en esas cabinas de Amazon para que los trabajadores más estresados "carguen pilas". Además, no hay que preocuparse tanto por el sueldo, ya que existe un "salario emocional" en forma de "buen ambiente", "trato humano", "sensibilidad", "desarrollo personal"... Montero denuncia la perversión del lenguaje de las ofertas de trabajo en Internet: "Joven quiere decir muchas veces mal pagado; dinámico, que esperan que trabajes mucho; emprendedor quiere decir autónomo con responsabilidad".
La brecha entre la realidad y la idealización del mercado laboral en la que uno es "su propio jefe" se mide con este dato: el 21,7% de los autónomos lo son involuntariamente, casi 5 puntos más que la media europea, según un informe de abril del Observatorio de Caixabank. Vidas low cost señala cómo datos como estos sucumben bajo un discurso que despolitiza la precariedad y romantiza la inestabilidad. Óscar Pierre, fundador de Glovo, ha vislumbrado ese mundo sin relaciones laborales fijas: "En el futuro la gente tendrá múltiples vías de ingresos". El teletrabajo encarrilla aún más esta filosofía, según la cual hay que salir del aburrimiento de las "biografías estandarizadas" y pasar a las biografías del "do it yourself", señala Montero. Y añade: el paradigma de la "inestabilidad" ha sustituido a la reivindicación del derecho al trabajo, en un proceso que irrita a los millennials pero que para los centennials es ya "lo natural".
Un ascensor social averiado
El problema de este discurso, añade Montero, es que impulsa a una carrera meritocrática que "no tiene meta" mientras oculta las causas estructurales de la precariedad, que a su vez explican que el ascensor social no funcione. El sociólogo Xavier Martínez-Celorrio, especialista en equidad, se encarga de explicar esta avería, que no es ni siquiera un fenómeno nuevo, aunque sí agravado por la Gran Recesión.
Con datos de 2006, ya se observaba que la evolución del ascenso social era negativa. El 43,9% de los jóvenes nacidos entre 1962 y 1966, al cumplir 30 años, habían subido socialmente con respecto a sus padres –la llamada "movilidad intergeneracional ascendente"– y el 21,4% habían bajado. En cambio, de los nacidos entre 1972 y 1981, el porcentaje de los que habían subido con 30 cayó hasta el 40,7% (3,2 puntos menos). Los que bajaron fueron el 22,1% (0,7 puntos más). En total, el descenso social en la llamada generación X afectó ya antes de la Gran Recesión a 1,4 millones de jóvenes.
Problemas "estructurales" más "uberización"
Pero, ¿no habíamos quedado en que la crisis de 2007 había fastidiado un ascensor social? A tenor de los datos recabados por los investigadores de Vidas low cost, la realidad es más compleja. Por un lado, es cierto que se ha producido un deterioro objetivo de las condiciones de los jóvenes en la última década. Ahí están los datos. Los jóvenes hasta 34 años ganan ahora entre 2.400 y 2.850 euros menos al año que en 2011. Un trabajador menor de 30 tiene que dedicar al pago del alquiler más del 85% de su salario, frente a algo más del 50% que destinaba en 2011. Pero, yendo al fondo del asunto, el origen del problema es anterior a la caída de Lehmann Brothers y tiene causas estructurales, como el infradesarrollo de los sectores más cualificados; un modelo "familista" de cobertura social, en el que la familia asume parte del papel del Estado; fragilidad sindical; escasez de inspección laboral... De todo ello hacen repaso los investigadores que componen Vidas low cost. Hay también cifras que lo avalan. España tiene más del 12% del PIB y el empleo colgados del turismo. El incremento de inspecciones en el campo en 2020 ha desvelado fraude en uno de cada tres casos. La afiliación sindical quedó en un 13,6% en 2018, tras una caída de más de 6 puntos en 25 años. España está por debajo del conjunto de la UE-27 en gasto en sanidad, discapacidad, tercera edad, familia, infancia, vivienda e inclusión.
Estos son los elementos "estructurales" que explican, a su vez, los de paro, temporalidad y emancipación que acompañan a las crónicas sobre la juventud sin futuro... Lo que hacen los investigadores en ciencia social Jaime Aja, José Hernández y Eduardo Sánchez es recalcar, en línea con Martínez-Celorrio, que el ascensor social no se ha estropeado ahora, pero que sus males sí se han agravado. Si el paro elevado empujando los salarios hacia abajo es un rasgo estructural del mercado laboral, ahora hay que sumarle la desregulación de las reformas laborales, la creciente fragmentación de la producción y la uberización, que sustituye las relaciones laborales por comerciales, un fenómeno que abarca ya a más de medio millón de trabajadores. En paralelo, la vivienda ha ido experimentado un proceso de mercantilización tras otro.
Títulos Vs redes familiares
Aja, Hernández y Sánchez desembocan su análisis en la dimensión ideológica y cultural como clave del éxito de la precariedad. Ahí citan la incorporación de la "neolengua" empresarial a las políticas laborales, que han pasado de aspirar al "pleno empleo" a la "activación" del trabajador. Además, no hay excusas para el fracaso, porque siempre queda "formarse" y "reciclarse". El joven que no lo hace sufre la penalización de la etiqueta "nini". Pero lo cierto es que el sí estudia corre el riesgo de convertirse en "estudiante indefinido".
"La acumulación de capital formativo deja de tener la efectividad de los tiempos pasados como herramienta de ascensor social", explican Elsa Santamaría e Izaskun Artegui, investigadoras en educación y sociología laboral. Los títulos –universitarios o no– pierden valor si no se ejercen, lo que suscita una un competencia por experiencias laborales sin cobrar como primer paso de un camino en el que serán clave las "redes familiares", según Aja, Hernández y Sánchez. Martínez-Celorrio, que cifra hasta en un 25% la devaluación de la titulación de la generación X con respecto a la de sus padres, lo sintetiza así: "En España el primer factor que explica el destino social y profesional de los hijos no es el nivel educativo sino el origen social de los padres".
El ascensor empeora tras la Gran Recesión
Volvamos a los estudios de Martínez-Celorrio sobre movilidad social. Si de los nacidos entre 1972 y 1976, el porcentaje de los que habían subido con respecto a sus padres ya había caído al 40,7%, ¿qué pasó después de la crisis con los millennials? Pues ha seguido cayendo y con más fuerza, según datos de 2012 ceñidos a Cataluña pero extrapolables a toda España, según el investigador. La tasa de ascenso social se desplomó hasta el 31,8% para los nacidos entre 1978 y 1987, unos 8 puntos menos que la misma muestra en 2005 en Cataluña y en España en 2006. La tasa de descenso, en cambio, se disparó hasta el 38,9%, 14 puntos más que siete años antes en Cataluña y 16,8 puntos más que en 2006 en España. Lo dicho: la Gran Recesión empeoró una avería que ya estaba ahí y suscitó el boom del discurso del "tú puedes".
Haciendo una extrapolación a España, 1,72 millones de millennials se habrían desclasado hasta 2012, lo que se acerca a ese dato de los jóvenes de 25 a 29 años que respondían en 2016 que vivirían peor que sus padres. No es descartable que tengan razón, según el análisis de Martínez-Celorrio, que lamenta que la encuesta de Clases sociales y estructura social del CIS no se haya actualizado desde 2006. No obstante, también contamos con el informe Juventud en España 2020, del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, que cifra la movilidad ascendente en 2019 en un 31,8% para los hombres y un 32,95% para las mujeres, números que cuadran con el análisis de Martínez-Celorrio. En cambio, según el informe oficial, la movilidad descendente se queda en 22% para ellos y 18,4% para ellas, es decir, en los niveles previos a la Gran Recesión.
"El ascensor social de los millennials está atrapado en una contramovilidad viscosa y descendente más prolongada en el tiempo y sin igual en ninguna otra generación juvenil anterior", señala Martínez-Celorrio, para quien "se ha roto la equidad entre generaciones". Ante ello, los "miedos y ansiedades" en las "clases medias" conducen, según el sociólogo, a un "cierre social" para proteger "estatus" a través de tres procesos: "mayor gasto privado educativo, mayor presión para capturar fondos públicos que financien su libre elección y mayor segregación escolar". "El sueño meritocrático anglosajón se ha desmoronado y ha sido reemplazado por el darwinismo social de la parentocracia y el poder de mercado de los padres", anota.
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Tenemos un "serio problema de suelo pegajoso" que, si persiste, cristalizará en "un proletariado de servicios y bajo nivel" que es carne fresca para la extrema derecha, analiza. Ante esta encrucijada, el investigador ve disparatado insistir en recetas desreguladoras. En conversación con infoLibre, aboga por una utilización de los fondos europeos para modernizar el sistema productivo y fomentar ocupaciones mejor remuneradas, subir el salario mínimo y seguir aumentando la inspección laboral y la equidad educativa. "No podemos salir de la pandemia haciendo lo mismo que antes", resume el investigador, que también defiende un cambio en la "cultura empresarial" que deje atrás la competitividad basada en la precariedad y bajos salarios.
El dirigente de CCOO Javier Pueyo, especializado en nuevas formas de trabajo y coordinador de Vidas low cost, lanza una reflexión al hilo de la "noticia" de la supuesta falta de camareros para la temporada estival, que ha llegado amplificada por multitud de comentarios sin que se hayan puesto encima de la mesa los datos que la sostienen. "Entra dentro de la culpabilización del trabajador que se produce a todas horas. Se habla mucho de la 'sobrecualificación' de los trabajadores, alegando que están formados pero no para lo que es necesario, mientras no se habla de un tejido productivo incapaz de absorber el conocimiento y las capacidades de la juventud trabajadora", señala. Y añade: "La precariedad durante muchos años fue un peaje, una fase temporal entre la formación y el empleo. Ahora no. Ahora todo es incertidumbre. Y no afecta sólo a los jóvenes, sino a todos los trabajadores en mayor o menor medida". Pueyo pone el énfasis en la necesidad de cambiar el marco laboral y evitar la "huida de la laboralidad" del modelo de falsos autónomos. Y rescata las palabras de Joe Biden: "Pay them more".
Ahí fue el presidente de EEUU el que dijo al empresario la frase con la que arranca este artículo: "¡Vamos, que tú puedes!".