El sueño de la digitalización de las aulas tras el covid se esfuma: las pantallas tienen que convivir con los libros

Se hizo a la fuerza y como una suerte de experimento improvisado. El 14 de marzo de 2020, cuando el Gobierno decretó el estado de alarma, las puertas de los colegios ya llevaban días con el cierre echado en prácticamente toda España. Inevitablemente, las casas se transformaron en aulas y los compañeros y profesores en una pequeña imagen en movimiento en una pantalla. Fue esta la herramienta que lo canalizó todo. Y la tecnología se convirtió entonces no sólo en compañera de pupitre, sino en un deseo para el sistema educativo. Tanto, que la digitalización de la escuela se incluyó como uno de los componentes fundamentales del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Textualmente, el objetivo pasaba por la búsqueda de la "modernización" del sistema "para avanzar a un modelo personalizado, inclusivo y flexible, que se adapte a las necesidades de cada alumno". Sobre la mesa, 1.738,1 millones de euros.
No fue un plan que sólo se implantó en España. Otros países de nuestro entorno se movieron por caminos similares, aunque también es cierto que otros tantos han decidido parar o, incluso, deshacer lo andado. Ha sido el caso de dos pioneros: Suecia y Finlandia. El primero lo hizo tras observar con inquietud los malos resultados obtenidos en el Estudio Internacional para el Progreso de la Comprensión Lectora 2021. Según anunció la responsable del área, Lotta Edholm, el informe evidenciaba la necesidad de, como mínimo, revisar un plan de digitalización que podía suponer, dijo, la conversión de toda una generación en "analfabetos funcionales". En Finlandia fue la ciudad de Riihimaki la que dijo basta. En su caso, de manera más tajante: dejando a un lado por completo las pantallas y volviendo al uso exclusivo del papel y el boli. No hicieron falta entonces evaluaciones negativas.
En España, según los últimos datos del Ministerio de Educación, se han invertido desde 2021 más de 1.660 millones de euros para digitalizar el sistema. En concreto, se han entregado ya 332.000 dispositivos portátiles a las comunidades autónomas, se han instalado sistemas interactivos en 127.629 aulas y se ha acreditado la competencia digital de 604.440 docentes, mmás del 80% del total. "La incorporación de las nuevas tecnologías a las aulas es una oportunidad", destacó el secretario de Estado de Educación, Abelardo de la Rosa, cuando presentó estos números. Sin embargo, y al igual que ha ocurrido en Suecia y en Finlandia, ya ha habido voces que no opinan lo mismo y que han tomado, también, medidas al respecto.
La última ha sido la Comunidad de Madrid, que decidió este miércoles convertirse en la primera autonomía que elimina el "uso individual de dispositivos digitales" en los colegios. En concreto, el Gobierno regional ha prohibido que los alumnos de Infantil y Primaria trabajen con ordenadores o tablets y que los profesores programen deberes en los que tengan que hacer uso de estas herramientas fuera del horario escolar. Se permitirá, eso sí, el uso compartido. Y siempre con finalidad pedagógica. Y con limitaciones.
Murcia restringió por su parte el uso de estos dispositivos hasta el segundo ciclo de Primaria y la Generalitat de Cataluña constituyó en febrero una comisión de expertos con el propósito de elaborar unas directrices que, a priori, irán por el mismo camino.
En Galicia han sido los propios centros los que han movido las fichas. Allí fueron pioneros implantando el sistema E-Dixgal en el curso 2013-2014, un sistema del que ya han salido más de una ventena de centros y que las asociaciones de padres y madres del alumnado han criticado en numerosas ocasiones. En un informe que presentaron de hecho en octubre del año pasado, las Anpas gallegas comprobaron que el 70% de las familias rechazan el programa que, decían, "no mejora el aprendizaje del alumnado" ni tampoco "su nivel de competencia digital". Tampoco sirve para que el estudiante gane "autonomía en la realización de tareas" ni tampoco que "suponga una mejor comprensión de las materias" o una mayor motivación. Era poco más, resumían, que "un simple PDF en una pantalla".
Por su parte, el Ministerio de Juventud e Infancia publicó en diciembre un informe de expertos que proponía extinguir el uso de los dispositivos individuales en Infantil y priorizar la "enseñanza analógica" en Primaria.
El error en el enfoque: de la pantalla por ocio a la pantalla educativa
A finales de 2023, varias familias se unieron, paradójicamente, a través de la aplicación de mensajería Telegram para exigir una limitación del uso de los móviles en las aulas. En apenas diez días se crearon 110 grupos en toda España que optaban por retrasar hasta los 16 años la llegada de estos dispositivos a las vidas de sus hijos e hijas. Los argumentos que esgrimieron entonces se centraban en que querían evitar la dependencia. Y las consecuencias negativas del uso de las pantallas. Aludían para ello a estudios científicos como uno elaborado por la Universidad Carlos III de Madrid que alertó en 2021 de que la mitad de los estudiantes de la ESO no distinguía una fake news de información veraz porque, explicaba la investigación, la mayoría se informa por redes sociales con influencers como referentes. En concreto, de los encuestados para ese informe, el 64,4% dijo consultar las noticias a través de Instagram y el 10,4% a través de TikTok.
También tenían datos sobre los efectos negativos de los dispositivos digitales dentro del aula. Un documento publicados por el Centro Nacional de Desarrollo Curricular en Sistemas no Propietarios (CEDEC) aseguró que el uso de la tecnología dentro de los colegios e institutos provoca distracción, dependencia, tendencia al plagio, dificultad para desarrollar habilidades de pensamiento crítico, pérdida de tiempo y, también, dificultad para discernir la información que es confiable y veraz de la que no lo es.
Ahora bien, ante estos datos cabe hacerse una pregunta fundamental: ¿A qué nos referimos cuando hablamos de pantallas o de tecnologías dentro del aula? No es lo mismo, señalan todos los expertos consultados, aquellas que se usan con un fin pedagógico a aquellas que se utilizan de forma personal por el alumnado. "Una cosa es cómo se introducen las tecnologías en el aula, pero otra es qué efectos genera su uso en la vida cotidiana. Esto es lo que inquieta a las familias", explica el catedrático de Psicología del Aprendizaje en la UAM, Juan Ignacio Pozo.
El debate ha permeado ambos terrenos, pero el sueño de la digitalización apuntaba al primero. Y es ese sobre el que hay que trabajar, porque será también el que acabe impregnando también, de manera inevitable, el segundo. Es en ese en el que ha actuado Madrid, en el que han surgido las críticas en Galicia y el que era objetivo del Plan de Recuperación.
La tecnología y la pobreza
Algunos de los expertos consultados apuntan a que la necesidad de digitalizar el sistema en este sentido tiene, también, un objetivo en la búsqueda de igualdad del alumnado. Lo cree así por ejemplo María del Mar Sánchez, profesora de la Universidad de Murcia y miembro del grupo de investigación de tecnología educativa. "Durante el covid nos dimos cuenta de que existe una brecha digital", señala. No sólo en lo relativo a tener o no dispositivos, sino en lo relativo a saber usarlos. El secretario de enseñanza pública no universitaria de CCOO, Héctor Adsuar, opina igual. Y por eso sí defiende que se usen herramientas como ordenadores o tablets dentro del aula, pero siempre propiedad del centro. "Se ha comprobado que la digitalización escolar es una cosa muy elitista, porque no todas las familias tienen capital ni económico ni cultural para incluirla en la vida de sus hijos", sostiene también el profesor de la Universidad de Málaga Manuel Fernández Navas.
También hay datos que acreditan esta opinión. Uno es el que elaboró la Red Europea de Lucha contra la Pobreza (EAPN, por sus siglas en inglés), que reveló que el porcentaje de jóvenes en pobreza que alcanzan "habilidades digitales avanzadas" se sitúa en el 64,4%, 18 puntos porcentuales por debajo de la cifra que registran aquellas que están en una situación socioeconómica más favorable (82,4%). Con respecto a las habilidades bajas, el porcentaje se sitúa en el 17,3% entre los jóvenes en pobreza y en el 5,3% entre quienes no están en esa situación.
Otro es un documento publicado en 2020 por el Alto Comisionado de la Pobreza Infantil concluyó, a raíz de los datos del Informe PISA 2018, que son los pequeños vulnerables los que invierten más tiempo frente a la pantalla, pero de peor calidad. Concretamente, el 52% de niños, niñas y adolescentes en hogares más desaventajados hacen un "uso intensivo de internet", dedicándole entre cuatro y seis horas diarias entre semana, pero la mitad no se conectan nunca, o casi nunca, para hacer los deberes.
La digitalización incorrecta: la necesidad de acreditar de verdad
Por eso los expertos consultados aplauden que la tecnología sí forme parte del aula, sobre todo como herramienta pedagógica. Pero eso sí: para que tenga sentido hay que hacerlo bien. Y hasta ahora eso no ha ocurrido. Sánchez comparte de hecho diagnóstico con las Anpas gallegas. "Han llamado digilitar a meter un libro de texto dentro de un portátil y por eso creemos que la tecnología en el aula es algo malo", lamenta la experta.
Todas las fuentes consultadas tienen claro que si esto ha ocurrido ha sido porque no se ha formado, al menos no lo suficiente, a los profesores. "La Unión Europea ha dado dinero para acreditar la competencia digital de los profesores, lo que pasa es que con saber usar las herramientas ya se da por hecho", explica la profesora de la Universidad de Murcia. Eso no significa por tanto, lamenta, que todos los docentes sepan cómo integrar la tecnología en las aulas.
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"Ha habido una fascinación en torno a formar en la utilización de diferentes programas y herramientas, pero es que lo realmente importante es el contenido que se instala en esas herramientas. La tecnología por sí misma no es lo avanzado. No hay estudios que acrediten que sólo por usarla los alumnos y alumnas aprendan más y mejor", defiende por su parte Nany Pizarro, responsable de transformación digital de CCOO y miembro de ese comité de expertos del Ministerio de Juventud e Infancia. Sánchez pone un ejemplo concreto: una pizarra digital por sí sola no es un avance, pero sí si eso sirve para explicar gráficamente cómo funcionan las notas musicales.
Pozo plasmó todos estos datos en un estudio en el que confirmó que toda la investigación que se había publicado a lo largo de los años confirmaba la tecnología era útil cuando servía como complemento, no como sustitución. "En la literatura se diferencia entre cuando se usan las herramientas digitales para el alumno y para el docente. Cuando se da el primer caso se mejora el aprendizaje, pero cuando se da el segundo puede que incluso sea perjudicial", explica desde el otro lado del teléfono. Pone otro ejemplo: es más útil hacer que los jóvenes busquen información sobre un determinado tema que exponerles un temario a través de una presentación de diapositivas.
Ninguna de las fuentes consultadas aboga por ello por la eliminación, sino por la reconversión. Maribel Loranca, de UGT, señala que no digitalizar las aulas es "poner puertas al campo" e impedir que el alumnado aprenda "competencias básicas" que tendrá que usar, sí o sí, en su vida adulta. "¿Cómo trabajamos todos? Con ordenadores, móviles, tablets, etc.", señala Sánchez Vera. Enseñar por tanto con las nuevas tecnologías no es sólo un medio, sino también, a su vez, un fin. Y por eso todos los expertos consultados llaman a trabajar por ello. Y por la convivencia entre el clásico libro y el nuevo ordenador portátil.