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Errejón y la culpa de las mujeres

El líder de Más País y diputada de Sumar, Iñigo Errejón, durante una rueda de prensa posterior a la Junta de Portavoces.

Desde que Íñigo Errejón anunció su dimisión con un comunicado lleno de eufemismos sobre los testimonios anónimos de violencia sexual que empezaban a salpicarle, los altavoces reaccionarios han convertido este caso en una guerra contra el feminismo para culpabilizar, una vez más, a las mujeres.

Mujeres que no han tocado ningún culo y que no han violentado a nadie. Mujeres que lo único que tienen en común es haber compartido espacio político con Errejón, dedicar su vida al periodismo o haber sido víctimas del machismo más tóxico. Mujeres que por su cercanía profesional son las que más están sufriendo, hubiesen oído o no rumores sobre él.

Sus compañeras de partido, en la diana

A las compañeras y políticas del entorno de Errejón se las está acusando, sin pruebas, de haberlo encubierto o protegido. Sin embargo, en los últimos años al frente de Más Madrid o Más País su núcleo duro estuvo formado por hombres (jefes de Gabinete, de prensa, asesores…) a los que nadie señala y cuyos nombres se conocen.

La primera en haber sido sacrificada ha sido Loreto Arenillas. Le han obligado a entregar su acta de diputada de Más Madrid sin opción a defenderse tras haber sido acusada en redes sociales de encubrir presuntamente a Errejón en una situación de acoso sexual en un festival en Castellón. Ni investigación, ni expediente ni alegación. “Me siento un chivo expiatorio. Nunca pensé que podría perder la presunción de inocencia en mi propio partido”, admitía en un comunicado.

A las que, como Tania Sánchez, compañera de Errejón desde el nacimiento de Podemos, han hablado con honestidad sobre el caso, también se las ha criticado duramente. El sábado, la exdiputada admitía en La Sexta que cuando el suceso de Castellón empezó a circular en Twitter “no le quisieron dar importancia”. Al momento, empezaban a surgir noticias y tuits tergiversando sus palabras y dando a entender que se refería a los otros episodios que se están conociendo ahora.

La propia Rita Maestre, portavoz de Más Madrid en el Ayuntamiento de la capital y expareja de Errejón, contestaba así a los que especulan con el grado de conocimiento de las acciones de Errejón en sus espacios de convivencia personal y política. “Es imposible que no pensemos cómo pudimos cegarnos ante ese nivel de manipulación”. Y añadía lo conmocionada que estaba al descubrir que “un ‘buen novio’ era a la vez un misógino que volvía a casa con normalidad después de agredir a una mujer de veinte años en un hotel”.

Está claro que los protocolos dentro de los partidos han fallado y que es urgente una investigación para evitar que algo así vuelva a suceder, pero no se puede acusar públicamente sin evidencias ni convertir este caso en una caza de brujas mediática, que está siendo aprovechada por los agitadores reaccionarios para atacar a las mujeres progresistas.

Las periodistas señaladas 

El ruido en torno la violencia sexual supuestamente ejercida por Errejón ha provocado que muchos conceptos se estén mezclando peligrosamente. Como, por ejemplo, qué convierte algo en publicable. El hecho de que existiesen rumores sobre comportamientos reprobables en su vida privada no quiere decir que se pudiese contar en un medio de comunicación sin existir denuncias o testimonios contrastados.

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Por eso, es tan injusta la campaña de desprestigio en redes que se ha montado a periodistas como Ana Pardo de Vera, Esther Palomera o Ana Bernal Triviño por admitir que las actitudes machistas de Errejón se comentaban en distintos círculos de la política y el periodismo madrileños desde hace unos años.

Se las acusa de callarse y de ser malas feministas cuando lo único que han hecho es respetar los estándares periodísticos. Como decía el jefe editorial del Instituto Reuters de Oxford, Eduardo Suárez, esta semana, “el periodismo de investigación es lo contrario a publicar pantallazos de denuncias anónimas. La investigación sobre Weinstein es el caso más evidente”.

Si no ponemos prudencia y sensatez en este caso, corremos el riesgo de dilapidar las garantías que deberían respetarse en cualquier democracia. Porque no podemos permitir que las redes sociales sean a la vez periodistas, jueces y guardianes de la moral. Y mucho menos que las mujeres sean las únicas culpables y señaladas ante supuestas faltas cometidas por hombres.

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