Las oportunidades de las generaciones jóvenes

Es cierto que la juventud "lo tiene todo": más paro, más pobreza y un boom de problemas mentales

Varios estudiantes se manifiestan en una concentración en defensa de la salud mental de los estudiantes, a 27 de octubre de 2022, en Madrid (España).

"Quizás tengas 30 años y estés agotado. Es probable que, además, te sientas culpable por encontrarte así".

Quien así escribe es la –joven– periodista Sara Montero en el prólogo de Vidas low cost. Ser joven entre dos crisis (Catarata, 2021), un ensayo colectivo que apabulla con su colección de datos sobre la avería del ascensor social, el retroceso de la movilidad intergeneracional y las dificultades para encontrar condiciones dignas en el mercado laboral. Se trata de un libro que, leído por un joven en su sentido amplio, digamos entre 16 y 35 años, debe de dejar un poso de zozobra y preocupación por el futuro. Cuando no de reafirmación en el hartazgo. Y algo de todo ello había en el caso de Montero, de poco más de 30 cuando se publicó el libro, que decidió prologarlo ofreciendo pinceladas de su experiencia como miembro de una generación sometida a un bombardeo ideológico-cultural que se podría condensar en un doble mensaje. De un lado, el motivador: "Sí, vale, las cosas van mal. Pero si quieres, tú puedes". Del otro, su envés reprobatorio: "Si no puedes, es que no quieres, no lo intentas lo suficiente".

De ahí sale esa idea suya con la que arranca este texto: puede que siendo aún joven ya hayas perdido las fuerzas y es posible que además creas que es culpa tuya. Al fin y al cabo, siguiendo a Montero, es lo que cabe concluir de lo que se oye a todas horas. La periodista desgrana cómo en la televisión se suceden "superheroínas que se atrevieron a emprender y ahora son mamás y empresarias que sacan tiempo para autocuidarse"; talent shows en los que un donnadie cumple de golpe un sueño espectacular y reafirma que todo es posible; coaches e influencers que brindan "trucos" para tornar el fracaso en éxito sólo con evitar ese par de errores en los que no dejas de caer; tutoriales para mantener en perfecto estado de revista tu "marca personal" en las redes... "Es un mensaje que nos llega todo el rato", explica ahora Montero a infoLibre. "Si no consigues lo que quieres, si no logras evitar el fracaso, es porque no lo das todo. Si hay problemas para acceder a la vivienda, no es por un fallo del mercado, sino porque te lo gastas en cañas. ¿Qué tienes que hacer para conseguirlo? Esforzarte más para merecer el éxito. Y eso se traduce en aceptar lo que otro no aceptaría, en convertir toda tu vida en trabajo".

Hay, afirma Montero, toneladas de ideología individualista tras ese omnipresente "tú puedes", que invita a una carrera que uno sólo abandonará si no tiene suficiente "cultura del esfuerzo". Y aquí llegamos a un sintagma, "cultura del esfuerzo", que ha asomado esta semana en el debate público, lanzado a la arena por Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid (PP), quizás la voz ideológicamente más influyente de la derecha española. Los jóvenes, proclamó en un acto de su partido, "lo tienen todo" en "un país de oportunidades", pero les falta "cultura del esfuerzo".

Es un mensaje que rima con otros. Citemos dos recientes, los dos polémicos y en máxima audiencia, los dos representativos de un discurso de profundo calado social. 1) El economista Gonzalo Bernardos responde así en La Sexta a una joven que gasta "casi la mitad" de su sueldo en "una habitación" en Madrid: "No puedes aspirar a todo [...]. En Móstoles se vive muy bien. Lo que no podemos hacer es que la hija viva al lado de la mamá". 2) Arturo Pérez-Reverte en Antena 3: "Estamos criando generaciones de jóvenes que no están preparados para cuando venga el iceberg del Titanic". Están "hiperprotegidos", pensando que "el mundo se soluciona haciendo así", dice mientras emula el gesto de pulsar el móvil. Pablo Motos asiente embelesado cuando el escritor habla de esos "chicos confortablemente instalados en un mundo irreal".

Pero no está nada claro que vivan en un "confortable mundo irreal". Es regla en los miembros de estos grupos de edad que toda la vida adulta, o incluso toda la vida consciente, la hayan pasado en crisis. Aunque todo puede variar dependiendo del corte de edad que se escoja –no es lo mismo 35 que 16, claro está–, el dibujo global que ofrecen las estadísticas es el de sucesivos cortes generacionales que sufren en porcentajes superiores al resto la privación y/o la incertidumbre. Al mismo tiempo, sus miembros oyen sin descanso cómo se pone en entredicho la capacidad de la educación pública para garantizar ascenso social, de la sanidad pública para asegurar atención adecuada, del trabajo para garantizar vida digna y de las pensiones para garantizar jubilación tranquila. Afrontan –o eso parece hoy– las perspectivas más oscuras en todos los terrenos clave: empleo, servicios públicos, pensiones, relaciones internacionales, clima...

infoLibre busca respuestas en cinco voces –de los campos de la sociología, la salud mental, el periodismo y el sindicalismo– a esta pregunta: ¿Como es posible que el sambenito de las generaciones caprichosas, mimadas e indolentes recaiga sobre las generaciones que objetivamente son más castigadas, postergadas e inestables que el resto? Los puntos de vista recabados son diversos, pero es posible identificar una conclusión dominante: el estereotipo –de fuerte tirón popular– constituye una herramienta perfecta para despolitizar los problemas estructurales de la juventud mediante la inoculación del sentimiento de culpa individual. Y una segunda conclusión: esta culpabilización añade una presión extra a unas generaciones que ya están dando muestras de un alarmante malestar psicológico.

Un discurso "injusto"

El sociólogo Mariano Urraco, especializado en juventud, cree que el discurso de la "generación de cristal" dada al capricho y a la queja es "injusto". En primer lugar, por su imprecisión: suele lanzarse contra "los jóvenes", ignorando su diversidad generacional y socioeconómica. En segundo lugar, porque es cuestionable que se quejen mucho. Incluso tomando como ejemplo el arquetipo del joven quejoso –pongamos un veinte o treintañero precario que empieza a transformar su impaciencia en cabreo–, la experiencia investigadora de Urraco indica que suele ser tan dado al pataleo en las redes sociales como "dócil ante a las imposiciones del sistema y el mercado". En tercer lugar, es "injusto" porque la situación de los jóvenes es "objetivamente" complicada.

Urraco, profesor de la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA) y autor de numerosos trabajos sobre sociología de la juventud [ver aquí y aquí], cree que las generaciones mayores a menudo confunden el acceso a una mayor oferta de ocio, sobre todo digital, con una vida mejor y más cómoda. Y añade que existe cierta incapacidad para entender "el fondo" del problema de esas generaciones jóvenes a las que se reprocha políticamente que no tuvieron que luchar por la democracia y culturalmente que no tuvieron que vivir con sólo dos canales de televisión. Ese "fondo" del problema, datos en mano, se sintetiza en una afirmación: ser joven es un factor de riesgo de desempleo y de pobreza, por mucho que el joven parado y pobre gaste smartphone.

La última Encuesta de Población Activa (EPA) conocida hace unos días muestra que la tasa de paro juvenil, es decir, de menores de 25 años que buscan trabajo y no lo logran, está en el 31% tras subir casi 2,5 puntos desde la anterior, mientras para el conjunto de la población ha pasado del 12,48% al 12,67%. El dato era peor para los jóvenes y su empeoramiento es más grave.

Las tablas del INE por franja de edad arrojan una conclusión: la pobreza es un mal que se va curando con el tiempo. Veamos. Tasa de riesgo de pobreza en menores de 16 años: 28,7%; de 16 a 29: 24,6%; de 30 a 44: 21,1%; de 45 a 64: 19,7%; de 65 en adelante: 17,5%. La Red Europea de Lucha contra la Pobreza, en su informe de este mismo mes, señala que los jóvenes de entre 16 y 29 años son el grupo con peor evolución comparada desde 2008. Cáritas apunta en la misma dirección. A principios de años alertó de tasas de exclusión disparadas, con los mayores porcentajes de todas las franjas.

¿Y los ingresos? Entre 2011 y 2020 el salario medio entre quienes tienen menos de 30 años pasó de 1.025 a 973 euros netos, según un informe del Consejo de la Juventud de España. El golpe de la Gran Recesión sigue caliente. Pero no todo empezó en 2008. La Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea), al analizar la evolución de los ingresos por edad a lo largo de todo el periodo democrático, observó que en 2019 la mediana del salario mensual real –descontando la inflación– de los jóvenes entre 18 y 35 años era menor que en 1980, con caídas que van desde el 26% para aquellos con edades entre 30 y 34 años hasta el 50% para los de 18 a 20 años. Como es lógico, es difícil irse de casa. La tasa de emancipación de 16 a 29 años en 2021 se situó en el 16,75%, el peor dato desde hace más de 20 años, según el Observatorio de Provivienda.

Evitar la responsabilidad política

Dos características de los jóvenes ayudan a entender el trato que les da la política. La primera es que son menos. Cada una de las franjas de cinco años por debajo de 35 tienen menos de 3 millones de individuos. Cada franja de 35 a 65 tiene más de 3 millones. Así que hay mayor incentivo para prometer políticas a los que tienen entre 50 y 54 años (3,73 millones) que a los que tienen entre 20 y 24 (2,42 millones). La segunda característica es que votan menos. Según el último barómetro del CIS, los dos grupos con mayor inclinación a la abstención son los de 18-24 y 25-34.

El sociólogo Mariano Urraco cree que el discurso de la "cultura del esfuerzo" se invoca para eludir responsabilidades políticas ante unas generaciones que están más desatendidas que otras. Así lo explica: los mensajes "si quieres, puedes", "sálvese quien pueda", "búscate tu nicho" o "sólo puede quedar uno", todos ellos conectados con mitos neoliberales como "el triunfador hecho a sí mismo", desplazan los problemas a la esfera "individual", descargando de responsabilidad a lo público. "No me sorprende que una dirigente política diga que los jóvenes no se esfuerzan, porque eso la desresponsabiliza", señala Urrraco, que afirma que a la postre se trata de un discurso "funcional al statu quo" porque llega incluso a disuadir de la manifestación: "Al que protesta se lo llama llorón y blandito. Así que los jóvenes desarrollan estrategias mentales y discursivas para negar la propia frustración, porque frustrarse equivale a fracasar y fracasar es tabú". El que puede por apoyo familiar, desarrolla Urraco, sigue una incierta estrategia de "acumulación de titulaciones" para "distraer la frustración", aunque el problema de fondo permanece.

Adrià Junyent, que a sus 28 años es secretario de Juventud de CCOO, también emplea la palabra "distracción". El cuestionamiento del "esfuerzo" de los jóvenes y la promoción del "individualismo más rancio" son estrategias para "distraer y ocultar problemas" como la "falta estructural de oportunidades" y que "el ascensor social se ha roto", señala Junyent, que recalca que quienes usan el tópico del joven indolente ignoran el descenso de eso que se dio en llamar "ninis", jóvenes que ni estudian ni trabajan, cuya tasa entre 2014 y 20121 cayó del 20,7% al 14,1%, según datos del Ministerio de Educación.

Al igual que Junyent y Urraco, el profesor de Sociología de la Universidad de Barcelona Xavier Martínez Celorrio cree que la retórica individualista tiene un fin político. "Se trata –dice– de borrar del análisis la influencia de las desigualdades sociales". Martínez Celorrio está especializado en el campo educativo, precisamente en el que puso énfasis Ayuso en su alusión a esa falta de "cultura del esfuerzo" causada –dijo– por sucesivas leyes educativas para "regalar los aprobados" e "igualar a la baja". A juicio de Martínez Celorrio, autor de una amplia producción académica sobre educación e igualdad, el discurso según el cual las nuevas generaciones están ablandadas por un sistema educativo que ha bajado el listón "carece de cualquier base empírica".

Las palabras de Ayuso se insertan en un discurso de fuerte tirón popular que apela a la nostalgia de la etapa escolar de los adultos para enaltecer la repetición de curso, soslayando que se trata de una medida demostradamente cara e injusta de la que España, en términos comparados, abusa sin más resultado que agravar desigualdades. "Es una retórica neocón ya vieja, que viene de Margaret Thatcher y sus black papers, con los que pretendía desacreditar la educación para la igualdad. Siempre es la misma lógica: culpar al individuo. Lo decía Thatcher: 'La sociedad no existe. Hay individuos, hombres y mujeres, y hay familias'".

Malestar psicológico

A los problemas materiales se suman los mentales. El cóctel de decepción por las metas incumplidas e incertidumbre ante un mundo tan volátil, agitado por la pandemia y ahora por la guerra, ha detonado ya un claro deterioro psíquico no sólo entre adultos jóvenes, sino también entre adolescentes y menores, cuyos trastornos mentales se han triplicado, según Save the Children. Un 24% de los jóvenes de 16 a 29 años dicen tener problemas de salud mental con cierta o mucha frecuencia, lo que supone un marcado incremento con respecto a 2021 (8,6%) y 2019 (6,2%, según un reciente estudio del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción.

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Precisamente en calidad de subdirectora de este centro, Ana Sanmartín dispone de un excepcional mirador: los barómetros anuales Salud y bienestar. Y lo que ve le causa inquietud. La percepción en la juventud de tener un buen estado propio de salud ha pasado entre 2019 y 2021 del 77,5% al 54,6%, un caída que Sanmartín vincula con el malestar psicológico. La "ideación suicida" de "alta frecuencia" ha pasado en dos años del 5,8% al 8,9%.

Sanmartín cree que los datos tienen dos causas. En primer lugar, hay más trastornos por la pandemia y otras razones objetivas de sufrimiento, sobre todo por dificultades laborales. "Son generaciones a las que les damos una nefasta incorporación al trabajo. Muchos viven en crisis desde que tienen uso de razón", afirma. Además, "ahora se verbaliza más" el problema. Aquí coincide con la periodista Sara Montero, que de hecho observa cómo se ha roto lo que era un tabú y ahora las redes se llenan de llamamientos a admitir en público los problemas mentales y de invitaciones a ir al psicólogo.

A Montero, para quien esta apertura de compuertas es una buena noticia, le preocupa eso sí que ese aluvión de mensajes –que a ojos de la población no joven vendría a ser una muestra de debilidad de las "generaciones de cristal"– no vaya suficienemente acompañado del cuestionamiento de los problemas estructurales. Dicho de otro modo, Montero cree que se empieza a exteriorizar el síntoma, pero no tanto el problema. Y cuando habla de "problema" se refiere, por ejemplo, a un mercado inmobiliario prohibitivo para millones de jóvenes sin respaldo familiar. Y que seguramente seguirá siendo prohibitivo por mucho que se esfuercen.

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