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Sémper completa el tránsito de ejemplo de moderación a portavoz del PP más crispado

El portavoz del PP, Borja Sémper, conversa con un grupo de periodistas en la sala de prensa del partido.

Feijóo lo recuperó para su nueva etapa al frente del Partido Popular con la intención de reforzar el proyecto de moderación que decía encabezar. Pero un año y cuatro meses después, el político que Génova presentaba como la encarnación de la política constructiva y del talante ha completado su metamorfosis. Ahora, en su papel de portavoz del partido, y en línea con una estrategia que trata de dar cada día una vuelta de tuerca a la crispación política, tanto señala sin pruebas a la esposa del presidente del Gobierno como acusa de estar a favor del terrorismo de Hamás a cualquier que se oponga al genocidio palestino.

¿Qué ha pasado para que una cambio tan profundo se haya hecho visible en tan poco tiempo? Quienes le conocen dicen que donde de verdad se siente cómodo es el debate constructivo y no en el territorio de las hipérboles. Pero que antes no tenía futuro dentro del partido y ahora sí. Y se aplica a fondo a la tarea de retratar una situación insostenible que, sin embargo, sigue sosteniéndose, consciente de que en la calle Génova hay una dura competencia por protagonizar la frase más sarcástica y elevar el tono en medio del griterío.

Breve portazo a la política

Borja Sémper (Irún, Gipuzkoa, 1976), es suficientemente joven como haber nacido después de la muerte del dictador, pero lo bastante mayor como para haber vivido en sus propias carnes las amenazas de ETA. Hizo carrera política en el País Vasco de la mano del sector más conciliador del partido, del que ya casi no queda rastro, cuando la banda terrorista todavía mataba. Y, en su versión más centrista, puso en evidencia a Pablo Casado cuando, en enero de 2020, dio un sonoro portazo a la política. Todavía hoy resuena su denuncia del clima de confrontación que se había apoderado de la política española. Y la brevedad de aquel gesto.

Famoso por sus performances —en Euskadi presentó propuestas ambientales emergiendo a nado de playa donostiarra de La Concha y reclamó nuevas instalaciones deportivas tirando penaltis ante un muñeco vestido con traje y corbata—, algunas fuentes sostienen que pasó vergüenza cuando el partido le hizo dar una rueda de prensa descalzo y en una falsa playa poblada de sombrillas para escenificar el lema “Verano Azul” con el que el PP se presentó a las elecciones del 23J.

La paradoja es que ahora, cuando la polarización y la crispación alcanzan cotas nunca vistas, muy por encima de lo que pasaba cuando decidió dejarlo, él mismo forma parte de la estrategia de agitación que antes denostaba. 

En enero de 2022, tras dos años empleado por una consultora privada, volvió la calle Génova tentado por Feijóo y convencido de que, esta vez sí, el PP volvería al Gobierno. Una buena oportunidad de convertirse en ministro. Eso es, al menos, lo que según algunos explica que ahora dé por bueno lo que antes criticaba.

El recuerdo del Sémper anterior es tan reciente que le delata. “Si continúa esta política de decir la cosa más fuerte; si el populismo reaccionario nos arrastra a los demás, yo no pinto nada en política. No me sentiré útil. En el barro siempre gana el populista”, decía en una entrevista un año antes de dejar la política. “Me incomoda mucho un clima de confrontación permanente en la política. Tengo la amarga sensación de que la política transita por un camino poco edificante. Convendría prestigiarla y que vuelva el respeto”, insistía.

“Siempre he creído que se pueden tener ideas firmes y respetar al adversario. Es la forma más eficaz de defender las ideas propias”, proclamó cuando dijo que lo dejaba. “Los sentimientos son vitales en la vida, pero por encima está la razón”, decía mientras lamentaba la eclosión del “nacionalpopulismo” que, por aquellas fechas, identificaba con Vox y el independentismo.

Quien hoy se encarga, desde la sala de prensa del PP, de trasladar el argumentario del PP y jalea las exageraciones dialécticas de sus compañeros de dirección se quejaba hace bien poco de que “tienen protagonismo los que quieren polarizar, eliminar la pluralidad y hacer de la identidad y los sentimientos una bandera; así no se puede hacer buena política”.

En particular en lo que tiene que ver con Bildu y con ETA. A Cayetana Álvarez de Toledo, que había acusado al PP vasco de “tibieza” y de “contemporizar” frente al nacionalismo con posiciones que “ya han fracasado”, le hizo frente sin miramientos pocos meses antes de aquel abandono de la política que hoy sabemos que solamente fue provisional: “Mientras algunas caminaban sobre mullidas moquetas, otros nos jugábamos la vida”.

Aquel Sémper se revestía de la autoridad de haber sigo perseguido por el terrorismo para descalificar a quienes trataban de mantener la tesis —hoy oficial en el PP— de que ETA sigue viva: “Es extremadamente delicado, cuando no imposible, meter a ETA en una ecuación de comparación”, decía.

“Bildu no es ETA”

En 2013, apenas dos años después de que la banda dejase de matar y con la organización terrorista todavía viva —no se disolvió hasta 2018—, Sémper hizo una de esas declaraciones que han cimentado su leyenda de hombre centrado, pero que hoy más le retratan en las antípodas de lo que fue: “Bildu no es ETA”, aseguró en una entrevista en la que pedía a la izquierda abertzale que dejase claro que ninguno de los asesinatos de la organización terrorista tuvo justificación. 

Y lo explicaba. Bildu “es una coalición donde el mayor peso político lo tiene la izquierda abertzale. Que todo sea ETA no es cierto”. Y añadía: “El futuro de la sociedad vasca, guste o no en determinados sitios, se tiene que construir también con Bildu. Un político tiene que ser capaz de trascender de sus tripas para proyectar un futuro mejor de lo que ha sido el pasado. Es la realidad. El futuro hay que construirlo. Yo estoy dispuesto a hacer un esfuerzo y pasa por entender que en ese futuro estará Bildu”. “Por fin vamos a tener la oportunidad de discutir de política con Bildu. Eso es lo que yo quiero”.

En el Sémper de 2024 ya no hay rastro de aquel tono conciliador. La dirección del PP de la que forma parte y a la que sirve de portavoz defiende sin reservas que Bildu es ETA y que hay que aplicarles un cordón sanitario. Sin matices.

 Ahora hace suyos cada día los mensajes extremos del PP, cada vez más radical, cada vez más parecido a Vox. Ya no le incomodan los improperios de Miguel Tellado, que ha hecho de Casado un ejemplo de moderación. Ni el discurso xenófobo que identifica a los migrantes con delincuentes con el que su jefe de filas intenta conquistar nuevos votantes.

El portavoz del PP defiende ahora, sin ningún problema aparente, los pactos con Vox en comunidades y ayuntamientos. Las políticas que cuestionan la violencia machista. Las iniciativas que tratan de borrar la memoria democrática. 

Si hace falta, él mismo se pone a la cabeza de ese discurso radical. Lo hizo hace unos días para cargar contra la movilización en toda España de estudiantes universitarios en contra del genocidio palestino. “Si estas manifestaciones, y yo tengo esa sensación, están destinadas para ir contra Israel y a favor de Hamás, yo no estoy en absoluto de acuerdo”, aseguró.

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