Migración
"Me siento uno más": historias de integración de migrantes y refugiados en España
"Ahora puedo decir que estoy integrado en todos los sentidos. Me siento uno más". Habla Jean, un joven camerunés de 36 años que llegó a España hace nueve. Lo dice con orgullo, pero no obvia las dificultades que ha tenido el camino hasta poder hacer esa afirmación. Este es tan sólo uno de los ejemplos, pero todos y cada uno de los migrantes y refugiados que ha conseguido atravesar la frontera española tiene su historia.
La llegada de los 630 migrantes y refugiados rescatados por el Aquarius ha situado el debate migratorio en el centro de la actualidad. No sólo en la española, también en la europea. El debate está sobre la mesa más que nunca, y más teniendo en cuenta que a partir del jueves hay una cumbre europea para tratar este asunto. La división del tablero de la Unión es evidente, y a ello han contribuido las políticas xenófobas del ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, y el discurso del efecto llamada que se ha extendido por algunos otros países de la UE como Hungría, República Checa o Polonia.
La cuestión se centra, fundamentalmente, en una pregunta: ¿Cómo gestionar las llegadas de migrantes y refugiados? Según explican las ONG, la llegada del verano no hará sino impulsar los intentos de entrada en Europa de estas personas a través de, sobre todo, la ruta del Mediterráneo central, ya catalogada como la más mortal de todo el mundo. El cierre de fronteras, según explicaron a infoLibre, sólo provocará un mayor riesgo para sus vidas.
Pero hay algunos, como los que viajaban a bordo del buque operado conjuntamente por SOS Mediterranée y Médicos Sin Fronteras, que sí consiguen pisar suelo europeo. En ese momento surge otra pregunta: ¿estas personas son capaces de alcanzar la integración plena? Cada historia que ha llegado a España con cada migrante y cada refugiado es única, pero todas coinciden en la dificultad del periplo que han soportado hasta traspasar nuestra frontera. Y, una vez dentro, empieza otro proceso igual de complicado: el de pasar a formar parte de población española como uno más.
Jean, el joven camerunés que trabaja para una ONG
- "¿Por qué decidiste venir a España?"
-"Por razones económicas y experiencias personales"
No detalla nada más, pero recuerda cómo lo hizo. "Entré al país por Melilla. A nado", explica. Una vez allí, fue detenido por la Guardia Civil, que le retuvo durante dos horas. Su siguiente parada, el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla, el primer recurso residencial para todos los migrantes y refugiados que llegan a España y requisito casi imprescindible para alcanzar la península. Y ese fue su caso. "Estuve allí cuatro meses y luego me trasladaron a Madrid para deportarme. Me metieron en el CIE –Centro de Internamiento de Extranjeros– durante 37 días", relata. Cuando salió, ya hablaba el español suficiente "como para mantener una conversación".
Pero todavía no había pasado por el proceso de acogida e integración. El procedimiento lo marca el Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social, pero lo gestionan las ONG, principalmente la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (Cear), Accem y Cruz Roja, aunque desde el incremento de solicitudes de asilo se han sumado otras organizaciones. Una de ellas es Movimiento por la Paz, a la que acudió Jean en primer lugar. "Llegó hasta aquí dentro del programa de protección internacional", explica Vicente Baeza, miembro de la ONG.
"Pasé con ellos un año y medio", recuerda. Es más de lo normal, pero él, cuenta, "tuvo la suerte, si se puede llamar así", de poder permanecer en el centro más tiempo por estar recibiendo un tratamiento de larga duración para una enfermedad del hígado. "Después fui a Cear y estuve con ellos siete meses", añade. "En ese momento ya había pedido la documentación para pedir el arraigo pero se me acabó el tiempo", cuenta.
Se refiere al tiempo que, según establece el ministerio, dura el programa de acogida e integración para los migrantes y refugiados que llegan a España. Tarda, por lo general, 18 meses, aunque para los casos más vulnerables este tiempo puede extenderse hasta los dos años. Una vez pasa ese tiempo se considera que todas estas personas ya están integradas y preparadas para vivir de forma autónoma en nuestro país. Lo hacen paulatinamente, a través de tres fases muy concretas orientadas a conseguir este objetivo, según explican fuentes de Accem.
Y así lo hizo Jean. Cuando tuvo que salir del programa, trabajó de interno cuidando a un anciano y, al finalizar su contrato, consiguió una habitación en un piso compartido y empezó a encadenar trabajos temporales en restaurantes de comida rápida. "Lo conseguí porque hice un curso de cocina con Cruz Roja", aclara. Esa es una de las funciones primordiales del programa, orientar laboralmente a estas personas para ayudarlas a insertarse en el mercado laboral lo antes posible. "Es indispensable para su autonomía", explica Accem.
Ahora, Jean trabaja como técnico de acogida en Movimiento por la Paz, vive solo y tiene concedida la residencia. "Trabajo haciendo lo mismo que hicieron conmigo cuando llegué", explica. "Ahora parece que todo es fácil, pero fue muy duro", añade. Ahora, cuenta, ha derribado las "barreras psicológicas" y ha conseguido construirse una nueva vida. Llegó solo a nuestro país, por lo que el proceso ha sido doblemente complicado. "Cuando llegamos, tenemos que ayudar a la gente a que nos acoja porque eso es lo que necesitamos cuando llegamos aquí. La forma en la que venimos es muy complicada y llegar también es muy difícil", continúa.
Este fue el recorrido de Jean. Pero por él pasan al año miles de personas. Y muchas acaban en éxito. "Hace muchos años fui directora de un centro. Entró un chico muy joven, palestino, que era médico", recuerda López. Fue un camino duro, no conocía el idioma y le costó homologar su título. Hasta que lo consiguió, comenzó a colaborar con Protección Civil como voluntario porque quería "devolver a la sociedad de acogida lo que le habían dado". Ahora, después de haber finalizado las tres fases, se encuentra acabando el MIR y con piso propio. "Partía de cero, pero se esforzó y lo ha conseguido", celebra.
También es el caso de Irina (nombre falso), ucraniana que, por su origen ruso, sufrió discriminación. "Por eso tuvo que venir", cuenta Accem, la ONG que la acompañó en el proceso. Ella no llegó sola. "Vino con su hijo de ocho años y con su pareja en el año 2015, y entran en nuestro programa pero viviendo fuera de nuestros pisos de acogida", detallan las fuentes de la organización. Aprendió el idioma y realizó un curso de floristería que le permitió conseguir un puesto de trabajo al que, más tarde, se incorporó también su pareja.
Integración por fases
El caso de Jean no es único. Muchos migrantes y refugiados que consiguieron con éxito la vida que buscaban en España pasaron por el mismo proceso que él. Todo comienza con el cruce de la frontera. "Cuando estas personas llegan, solicitan asilo y manifiestan que no tienen a dónde ir se les ofrece un recurso de primera acogida en el que permanecen hasta que hay una plaza en lo que llamamos centros de larga estancia", explica Mónica López, directora de programas de Cear. Hay varias opciones: pisos o centros de acogida gestionados por ONG o centros tutelados por el Estado. "Son cuatro en toda España: el de Vallecas y el de Alcobendas, ambos en Madrid, el de Mislata y el de Sevilla", continúa. Ahí comienza el proceso.
Tras la entrevista previa en la que se les explica cómo funcionan los centros, comienza la acogida y la integración, dividida en tres fases marcadas por el Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social y llevadas a cabo con la gestión directa de las ONG. "La primera fase consiste en diagnosticar posibles problemas que habrá que trabajar, en conseguir el empadronamiento, la tarjeta sanitaria y en enseñar el idioma a las personas que llegan sin saber español", explica López. Es en ese momento cuando son personas menos autónomas y, por tanto, más vulnerables, como añade Accem, por lo que necesitan una atención más pormenorizada. "Esta fase dura entre seis y nueve meses, dependiendo del caso concreto y de los problemas que presente cada persona en particular", continúa López.
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Una vez pasado ese tiempo, y tal como explicó Jean, llega una de las fases más complicadas. Los migrantes y refugiados tienen que abandonar el centro o el piso y comienzan a buscar un alquiler. Eso sí, continúan contando con la ayuda de las organizaciones, tanto de asesoramiento como económica. "Las personas tienen cubiertas todas sus necesidades básicas a través de ayudas económicas de ONG. Les ofrecemos ropa y comida y continúan teniendo el apoyo de psicólogos y trabajadores sociales de las organizaciones", detalla López. Es en este momento donde el foco de la inserción se desvía hacia la inserción laboral. Cursos como el de cocina en el que participó Jean o el de floristería al que acudió Irina consiguen que los migrantes y refugiados consigan, de esta manera, acercarse al mercado laboral para alcanzar la independencia económica que les permita sustentarse. Esta fase dura entre 6 y 11 meses.
Y esta es la última fase. "En este momento, ya tienen una fuente de ingresos propia y tienen asegurado un techo", explica López. Por parte de las ONG, sólo quedan las ayudas económicas puntuales. "Si no tienen dinero para los libros del colegio o para una necesidad sanitaria, les ayudamos", añade.
"La integración es bidireccional. Una persona que llega se tiene que integrar pero la sociedad también tiene que integrarla", continúa López. "Si no lo hacemos así, hacemos guetos. Y la historia nos ha demostrado que ese no es el ideal", sentencia.