Salud
Los testimonios directos de mujeres relevantes, la mejor campaña contra el cáncer
Pese al vértigo que produce articular todas sus sílabas, hay quien ha dejado de hablar de larga enfermedad para pronunciar la palabra cáncer. A veces, conjugando la primera persona. En cuestión de meses, mujeres relevantes como Ana Rosa Quintana, Julia Otero y Almudena Grandes han dado el paso. No son valientes, ni heroínas, ni tienen que batallar contra la enfermedad. Son, sencillamente, una de las cerca de 280.000 personas diagnosticadas con cáncer cada año en España. El simple acto de verbalizarlo tiene una gran carga simbólica: cientos de miles de personas escuchan, algunas desde los hospitales, otras desde las salas de espera. Y el mensaje contribuye a romper con el tabú.
"No es una enfermedad médica, es una enfermedad social: hay estigma, reduce los ingresos, te hace más vulnerable. No todos son iguales en el cáncer, aunque el cáncer es igual para todos. No todos tienen posibilidad de detectarlo de forma precoz y hay muchos tipos sin la investigación necesaria. El cáncer genera inequidades". Habla Esther Díez, directora de comunicación de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC).
Ese estigma hace que el 35% de las mujeres con cáncer de mama, según los datos de la asociación, hayan perdido su trabajo. Demasiadas ausencias, demasiadas bajas médicas, demasiada carga adicional. La inequidad anida también en los cientos de kilómetros que, en ocasiones, tiene que recorrer un paciente para recibir su sesión de radioterapia. O en que los residentes en Euskadi tengan más facilidades para ser diagnosticados con cáncer de colon que los habitantes de Canarias, debido a los distintos ritmos de los cribados en cada comunidad.
Pronunciar la palabra cáncer
La periodista Ana Rosa Quintana anunció este martes, ante las cámaras, que los médicos le han detectado un "carcinoma en una mama", localizado y sin metástasis. La presentadora comienza ahora un "tratamiento intenso" que la mantendrá alejada de plató. También estuvo meses apartada la comunicadora Julia Otero. A finales de octubre, la periodista gallega anunció que dejaba atrás el cáncer de colon diagnosticado en febrero, el causante de que abandonara temporalmente su programa en Onda Cero. "La palabra cáncer da miedo, pero estoy aprendiendo a pronunciarla en primera persona", dijo entonces. "La de veces que me habréis escuchado por la radio decir que a las cosas hay que llamarlas por su nombre", agregó.
Teresa Alonso Gordoa, secretaria científica de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) y oncóloga médico del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid, defiende "evitar eufemismos al hablar de una enfermedad de la que serán diagnosticadas, según cifras de SEOM para este año, 276.239 personas". Muchas de ellas, coincide, marcadas por el estigma. "Los tratamientos oncológicos con frecuencia inducen cambios físicos y psicológicos en los pacientes que los hacen visibles en su entorno familiar, personal, social y laboral", incide la doctora. El cáncer tiende a dejar cicatrices.
Lo cierto es que la enfermedad se ha abierto paso en la cotidianidad de casi todos, al mismo tiempo que ha ido ganando presencia en el debate público, especialmente ligado a la necesidad de más recursos materiales para su investigación, diagnóstico y tratamiento. "Tenemos una magnífica sanidad pública y los mejores profesionales, otra cosa son los recursos", recalca Díez. Pero existen matices en función de cada tipo de cáncer. "La visibilidad del cáncer de mama, por ejemplo, es muy superior a la de otros tumores", señala la oncóloga. Díez le da un significado: a partir de la década de los setenta, mujeres de todo el mundo empiezan a hablar públicamente de la enfermedad. Un discurso que va ligado a la demanda de pruebas diagnósticas, como las mamografías. El impulso social motivó los avances en el plano científico. "A partir de ahí se empezó a concienciar y eso ha conseguido que ahora el cáncer de mama sea el más estudiado, el más investigado y el que tiene más índice de supervivencia".
Diagnóstico y tratamiento
Julia Otero y Ana Rosa Quintana hablan de dos cuestiones de peso: el diagnóstico y el tratamiento. Otero señaló que el cáncer se hizo palpable tras un control rutinario "de esos que todos tenemos que hacernos", mientras que Quintana recordó la importancia de asistir a revisiones periódicas. Igualmente, ambas mencionaron el proceso posterior: el tratamiento intenso que las apartaría de sus empleos y que atravesaría su día a día. También habló de revisión rutinaria y se refirió al largo camino la escritora Almudena Grandes. En una columna publicada en El País Semanal el pasado 10 de octubre, la escritora se dirigía a sus lectores y lectoras para explicar su ausencia de la Feria del Libro de Madrid. Grandes decía estar en pleno tratamiento por un cáncer diagnosticado un año atrás. "Todo empezó hace poco más de un año. Revisión rutinaria, tumor maligno, buen pronóstico y a pelear. En aquel momento no quise dar la noticia porque necesitaba estar tranquila, confabularme con mi cuerpo y conmigo misma, pero en un año pasan muchas cosas", escribe.
El cáncer, traza la escritora, "es una enfermedad como otra cualquiera, desde luego un aprendizaje, pero nunca una maldición, ni una vergüenza, ni un castigo". Y el proceso puede ser largo, puede ser complejo y puede conllevar altibajos. Grandes lo relata a la perfección: "Estoy en las mejores manos, segura, confiada, fuerte, y sin embargo, hace unas semanas tuve un tropiezo, tiré una valla, como les ocurre hasta a los atletas keniatas en las carreras de obstáculos de larga duración". Ana Rosa Quintana prevé un "camino complicado" y Julia Otero reconoce que los meses de tratamiento han debilitado su melena y han hecho mella en su cuerpo.
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Gordoa insiste en el peso del diagnóstico temprano: esa revisión, a veces rutinaria, ofrece "una mayor posibilidad de curación con tratamientos menos agresivos". Y de ahí el valor de "la difusión sobre la importancia de cumplir con los cribados o con las revisiones periódicas que puedan permitir un diagnóstico precoz".
El diagnóstico tardó dieciocho meses en llegar para Olatz Vázquez. La periodista comenzó a relatar su enfermedad en junio del año pasado, puso palabras a un diagnóstico tardío e imágenes al deterioro de un cuerpo que no logró superar la enfermedad. El cáncer gástrico que padecía le segó la vida el pasado mes de septiembre. La también fotógrafa tenía sólo 27 años. La honestidad de su relato, la convivencia entre la crudeza permanente de la enfermedad y la ocasional fuerza de sus entrañas, hicieron de su historia un ejemplo feroz del significado del cáncer. "Hay tantas maneras de afrontar el cáncer como personas que lo padecen", explica Díez. Y no hay ninguna manera, añade, más válida que otra. A veces el desánimo puede a las expectativas y a veces el optimismo se abre paso. "La cabeza no cura el cáncer. Hay personas de naturaleza más apagada y no por ello cargan con una sentencia de muerte", aclara la experta.
Coincide Gordoa. "No son contraproducentes los mensajes de aliento y positivos, pero, si sólo hablamos de lucha, valentía, con lenguaje bélico, nos dejamos una parte importante de la oncología". Parece evidente, pero no siempre está sobre la mesa: algunos pacientes logran curarse, pero otros no, recuerda la oncóloga. "Unos pacientes pueden alcanzar supervivencias prolongadas y otros muy cortas. Y no significa que uno haya sido valiente y otro no". El paciente con cáncer "necesita aliento, pero no irreal", sino apoyo ante problemas palpables como la "toxicidad, la dificultad de conciliación laboral o la atención psicológica". Es importante "no relacionar una actitud con un desenlace". Cientos de miles de personas asumen el peso del cáncer cada año, pero otras tantas conviven con su sombra, su recuerdo y sus secuelas. Contarlo es a veces la mejor campaña y el mayor clamor para reivindicar la única receta posible: investigación y recursos públicos.