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Los efectos de la pandemia y la guerra de Ucrania

¿Qué fue del apocalipsis europeo? La UE aguanta unida tres años de catástrofes y asedio extremista

Giorgia Meloni, primera ministra italiana, en diciembre en Bruselas.

El pronóstico catastrófico debería tener estatus de miembro de la UE. Sí, Europa siempre parece al borde de una crisis terminal. Y sin embargo, ahí sigue. Es más, hechos en mano, presenta un balance de reforzamiento de su unidad durante el último trienio pese a las conmociones de la pandemia y la guerra. O quizás precisamente a causa de su reacción ante el covid y ante Putin.

"Se vaticinaba el apocalipsis de la UE, pero no", resume Carlos Carnero, profesor del máster sobre la UE de la Universidad CEU San Pablo, miembro de la convención que elaboró la Constitución europea. Carnero es autor –junto a José Candela, profesor de Filosofía del Derecho y experto europeísta– del capítulo La política en Europa: elecciones, cambios y tendencias, incluido en el informe de La Unión frente a la tormenta, de las fundaciones Alternativas (España) y Friedrich Ebert (Alemania), que a través de ocho análisis especializados ofrece una visión periférica de los logros y déficits del club.

La pandemia y la guerra han precipitado medidas antes impensables en planificación sanitaria, inversión pública, adquisición de deuda y compra conjunta. Debates postergados durante décadas hoy están en la hoja de ruta de la Unión, donde se pronuncian más que nunca palabras como "soberanía" y "autonomía". Pero no referidas a las naciones, sino a la propia UE.

Las fuerzas de extrema derecha se han apuntado éxitos relevantes, pero en conjunto apenas condicionan la política de la UE. Es más, el desafío de Polonia y Hungría a la UE baja el tono ante la respuesta de Bruselas, que ha ido directa al bolsillo. Visegrado, un bloque que frenaba la integración europea, se agrieta. El euroescepticismo sigue lejos de dominar la escena.

La visión sobre la UE está en un momento comparativamente bueno. Las opiniones recabadas para el Eurobarómetro en el verano de 2022 acreditaron un incremento del optimismo sobre el futuro de la UE, compartido por un 65%, 3 puntos más que antes de la invasión de Ucrania. La imagen positiva de la UE subió 3 puntos en ese periodo hasta el 47%, su nivel más alto desde 2009. Sólo un 16% tiene opinión negativa. Esta línea se mantiene en el barómetro de otoño, que muestra que el 62% ve la UE como “algo bueno”, uno de los resultados más altos desde 2007. El 72% cree que su país se ha beneficiado de ser miembro de la UE. Antes de las últimas elecciones, celebradas en 2019, los que creían que era "algo bueno" estaban en el 60% y los que creían que su pertenencia era beneficiosa se quedaban en el 67%. Hay una subida el trienio de la convulsión.

Es difícil disociar estos resultados del Brexit, a raíz del cual ha crecido el apoyo a la permanencia en la UE en todos los países. Reino Unido es noticia en el mundo por la gravedad de su crisis económica, su inestabilidad política y su malestar social. En parte por las lecciones de la salida británica de la UE, en parte por la dependencia económica de Italia, la palabra "Italexit" está fuera de circulación, a pesar del triunfo electoral de Giorgia Meloni. La UE no es perfecta, pero ya está demostrado que salir puede ser mucho peor.

Primero la pandemia, después la invasión

Negros pronósticos se han cernido sobre la UE desde la Gran Recesión, más aún desde el Brexit aprobado en 2016. Tambaleante y dubitativa, la UE entró en la era covid en 2020 en medio de un alud de análisis sobre por qué un club con 27 legislaciones sería incapaz de encarar el desafío, lo cual dejaría vía libre a la extrema derecha para capitalizar el malestar y dinamitar la Unión. Similar enfoque se repitió tras la invasión hace casi un año de Ucrania. El balance ante esta catarata de desafíos desmiente las peores predicciones.

El papel de la UE fue clave en el éxito –al menos comparado– de la vacunación en sus países. Si a finales de 2020 se aprobó la primera vacuna, en julio de 2021 la UE ya tenía dosis para el 70% de su población adulta. En el terreno económico la UE enmendó su estrategia de salida de la anterior crisis con compras masivas de deuda pública del Banco Central Europeo –con un programa dotado de 1,85 billones de euros– y con la aprobación del fondo Next Generation, el mayor paquete de estímulo de su historia, con 750.000 millones. "Ha sido una respuesta sin parangón, que se ha sumado a una flexibilización de las normas de endeudamiento, lo que ha permitido primero evitar la caída de la economía y después recuperar su crecimiento", apunta Carnero.

En la guerra de Ucrania aún no puede cerrarse un balance. La valoración final quedará sujeta al resultado de la estrategia de apoyo militar de la UE a Ucrania. Lo que sí puede asegurarse ya es que la guerra ha incrementado la unidad de acción de la UE. La UE ha aprobado diez paquetes de sanciones, una línea de acción con alto coste para los países del club que ha tensionado sus costuras, pero sin romperlas. "Hungría –recalca Carnero sobre el país de la UE más próximo al Kremlin– ha gritado mucho, pero a la hora de la verdad no ha votado en contra". Carnero no cree que Viktor Orbán vaya a tener capacidad de bloqueo, aunque sí usará su posición para "negociar", por ejemplo en el terreno del acceso a fondos, que tiene en buena medida congelados.

Obligados a "lo impensable"

Los países de la UE, castigados por la inflación y el chantaje energético de Vladimir Putin, han encontrado vías eficaces para reducir su dependencia del gas ruso. Las reservas están al 72%, el doble que hace un año. El precio del gas en el mercado de referencia para la UE, el TTF, inició 2023 por debajo de antes de la invasión. Fallaron los pronósticos de una Europa helada y dividida.

En este punto ha echado una mano un invierno hasta ahora no especialmente frío, que ha recordado a algunos que la guerra ha lastrado los esfuerzos contra el cambio climático. ¿También en la UE? Sí, pero con matices y de forma transitoria. El consumo de carbón ha crecido, pero se ha reforzado la apuesta por las renovables a medio plazo: la UE aspira a que el 45% de su electricidad en 2030 sea verde, frente al 40% que acordó en 2021. Claudia Detsch, experta en política climática de la fundación Friedrich Ebert, subraya un hito relevante, la creación de la Plataforma de la Energía de la UE para coordinar y optimizar la compra conjunta de gas e hidrógeno. Si se hizo con las vacunas, se puede repetir.

Diego López Garrido, de la Fundación Alternativas, y Luise Rürup, de la Friedrich Ebert, concluyen que la guerra ha supuesto un impulso a la soberanía europea: "La UE ha dado un paso más en autonomía con su reacción a la crisis de la energía, alimentaria e inflacionista. No sólo ha lanzado propuestas hacia la soberanía energética, sino que lo ha hecho con un grado de unidad desconocida". Y añaden: "Esta acción va a terminar indefectiblemente en algo impensable hace solo algunos años: la atribución a la UE de competencias en las sistémicas políticas sobre las fuentes de energía y su consumo por empresas y hogares". Carnero señala que la pandemia ha extendido en la UE la idea de que las reformas no pueden posponerse eternamente. Así que ve hoy más cerca la culminación de políticas de unidad en salud y atención social, así como una "auténtica unión monetaria" con un fondo de recuperación permanente. ¿Fácil? No, pero sí más que antes de la serie de catástrofes que en teoría iban a suscitar repliegues aislacionistas.

Hay un terreno más en el que 2022 deja una lección: la política de fronteras, en la que la externalización del control a países no democráticos aleja a la UE de los estándares de respeto a los derechos humanos que se exige al club de los 27. Paloma Favieres, coordinadora del Servicio Jurídico de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, anota: "La invasión de Ucrania ha demostrado que es posible otra forma de abordar la cuestión basada en un marco de solidaridad y responsabilidad compartida, muy lejos de las decisiones tras la llegada de miles de personas refugiadas en el año 2015". Eso sí, la experiencia acumulada hace legítimo poner en duda que se diera una respuesta tan acogedora a una nueva oleada de refugiados de fuera de Europa.

Un bloque 'putiniano' débil

Otro temor a raíz de la invasión de Ucrania era que el quintacolumnismo putiniano torciera el rumbo de la UE. El presidente ruso se había trabajado un bloque de cómplices y admiradores, al que pertenecían Marine Le Pen (Francia), Silvio Berlusoni o Matteo Salvini (Italia), entre otros. El grueso de la familia ultraderechista, con la salvedad de los países del antiguo bloque soviético, había exhibido afinidad –mayor o menor– con la línea política autoritaria y cristiano-nacionalista del Kremlin. Eran conocidos los contactos de Rusia Unida con el Frente Nacional, La Liga y Alternativa para Alemania, así como la alianza entre Putin y el primer ministro húngaro, Viktor Orbán.

¿Qué ha ocurrido? En primer lugar, las principales fuerzas de extrema derecha se han visto forzadas a marcar distancias con Putin ante una mayoría de la opinión pública pro-ucraniana –con exóticas excepciones como Berlusconi, cuyas palabras a favor del presidente ruso han provocado una crisis en la coalición gobernante–. En España Vox y grupos ultracatólicos que lo orbitan, como Hazte Oír, se han afanado en disimular huellas y lazos.

Un efecto añadido de la guerra ha sido el debilitamiento del llamado Grupo de Visegrado –Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia–, un histórico freno a la integración europea, por las desavenencias sobre la relación con Rusia, especialmente entre Varsovia y Budapest. Carnero señala que lo que considera una buena noticia –"Visegrado se resquebraja"– no debe eclipsar cómo Polonia y los países bálticos intentan imponer unas posiciones bélicas "duras" que, a su juicio, no deberían asentarse en Bruselas.

Italia es excepción, no regla

Determinados hitos electorales han forjado una percepción de avance de la extrema derecha: el reforzamiento de Orbán; el avance del Frente Nacional en las legislativas; el ascenso de la ultraderecha en Suecia, clave como apoyo externo al gobierno, y sobre todo la elección como primera ministra de Meloni de la mano de Berlusconi-Salvini. No obstante, la foto general es más compleja, hasta el punto de negar la tesis de que el malestar social por las consecuencias sociales y económicas de la guerra –lluvia sobre mojado tras la pandemia– está siendo capitalizado por la extrema derecha. Por norma, no es así.

Entre 2021 y 2022 ha habido 17 países –de los 27 de la UE– con elecciones o cambio de signo en el gobierno. Los casos de Hungría, Italia y Suecia resultan excepcionales, como acreditan en su análisis Carlos Carnero y José Candela. En Alemania hubo una pérdida de influencia de la extrema derecha y se formó una coalición de socialdemócratas, verdes y liberales. Sólo en Italia, Hungría y Polonia encabezan el gobierno fuerzas políticas de derecha euroescéptica e iliberal. "Eso significa que tanto en el Consejo Europeo como en el Consejo de la Unión siguen siendo las tradicionales corrientes políticas europeístas mayoritarias –populares, socialistas y liberales– las que protagonizan casi en exclusiva la toma de decisiones", anotan los autores.

Hungría y Polonia: sin garantías no hay dinero

La amenaza de la extrema derecha sigue ahí. Pero ni siquiera la suma de todos los "euroescépticos e iliberales" han demostrado "capacidad de condicionar la agenda europea", escriben Carnero y Candela. Está por ver qué ocurre en las elecciones de Polonia, quinto país de la UE en cuanto a población, previstas para este año. También este año será el turno de España, el cuarto, donde Vox aspira a formar parte del club de fuerzas de extrema derecha en el gobierno. A diferencia de Alemania o Francia, en España la derecha tradicional –PP– no se cierra a pactos de gobierno con Vox.

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España accederá en el segundo semestre de 2023 a la presidencia del Consejo de la UE. Los análisis sobre los retos de Pedro Sánchez contendrán el recordatorio de las eternas tareas pendientes: la "reforma institucional" para agilizar las decisiones, lastradas por la unanimidad; la "autonomía estratégica"; la "Europa social"... Ni de lejos serán retos que puedan superarse en el semestre español, que se encontrará con otra patata caliente: las tensas relaciones con Hungría y Polonia, que también han exigido respuesta en plena crisis al adoptar medidas contra el Estado de derecho. ¿Ha funcionado la respuesta de la UE? Los hechos indican que al menos en parte sí.

"Hemos ido por un camino barroco, porque en la UE lo hacemos todo en base al barroquismo más exacerbado", dice con un punto de humor Francisco Fonseca, profesor de Derecho Internacional Público y director del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad de Valladolid. A su juicio, la respuesta en este apartado se resume en una constante de la aventura europea, que expresa coloquialmente: "Cuando vemos que hay riesgo de irnos al garete, nos arremangamos". En concreto, los desafíos de Hungría y Polonia han dejado claro que la falta de utilidad del artículo 7 del Tratado de la UE, un mecanismo para proteger a la Unión de los ataques contra sus valores que "no funciona" al depender de la unanimidad, señala el profesor. Esta limitación ha obligado a buscar otros sistemas de presión a través de los fondos europeos y el recurso a los tribunales. La idea ha sido la siguiente: si la corrupción y la falta de garantías de un país ponen en riesgo fondos europeos, la UE se defiende.

La Unión se anotó un notable éxito frente a Budapest y Varsovia cuando hace algo menos de un año la justicia europea avaló la congelación de fondos a países que no respeten el Estado de derecho. La Unión ha suspendido a Hungría el 55% de sus fondos estructurales por no completar a tiempo el listado de reformas de la justicia y anticorrupción. Polonia ha cedido en parte en su pulso con Bruselas y ha empezado a tramitar reformas. Aunque la UE "haría mal en confiarse", Carnero cree que ha quedado patente que plantarle cara a las instituciones de la Unión trae consecuencias. "Y no es casualidad, ni suerte. Esto ha sido posible porque, a pesar de lo mucho que se repite lo contrario, hay unas instituciones que funcionan", concluye.

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