La nueva época de TintaLibre se estrena con un número dedicado a Gabriel García Márquez
Los lectores de Gabriel García Márquez están de fiesta. El número de octubre de TintaLibre, que emprende una nueva época con muchas novedades en colaboración con El País, es todo un descubrimiento de las inagotables historias que atesoró un autor irrepetible. La carta de presentación es una larga entrevista de diez páginas extraída de una grabación para un documental que el realizador vasco Jon Intxaustegi no consiguió llevar a la pantalla. Estamos en La Habana en 1994, Gabo tiene 67 años, un Nobel y varias novelas millonarias en lectores y afectos, y aborda a pecho descubierto temas para él esenciales como son el Caribe, la música, las telenovelas, el dinero o el proceso colonial. “Macondo no es un lugar geográfico, Macondo es un estado de ánimo”, afirma, o también confiesa en otro momento: “si a mí me sueltan vendado en cualquier parte del mundo, yo reconozco el Caribe por ese tambor que siempre está a la hora más rara de la madrugada”.
Del universo del autor también ofrecemos otra primicia llena de sabor. Tres cartas publicadas por primera vez que le escribe, en 1968 desde Barcelona, a su íntimo amigo del grupo de Barranquilla el escritor y periodista Álvaro Cepeda Samudio. Vida cotidiana, penurias económicas y humor a raudales: “La semana que viene la vaina va a estar dura aquí , porque Álvaro Mutis viene a acabar con el poco alcohol que usted dejó”.
El número también recoge algunos acercamientos que son absolutamente reveladores. Gerlad Martin, el biógrafo oficial de Gabo, cuenta como fue aquel encuentro en La Habana en el fin de año de 1996 y como era el Gabo más político y cercano a Fidel Castro. Martin afirma de esos encuentros en teoría informales a los que asistían algunos de los altos mandatarios del régimen: “Cada vez que Gabo se pronunciaba sobre un tema político había una pausa respetuosa y el tema se daba por concluido”.
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La escritora Laura Restrepo desvela, por su parte, la importante implicación del escritor en el Proceso de Paz colombiano sobre todo cuando proporciona un avión medicalizado para los guerrilleros del M19 y consigue sacarles de Colombia al exilio mexicano o, más tarde, facilitarles el refugio en La Habana. Otro gran autor colombiano, Héctor Abad Faciolince, viaja en cambio a los orígenes del escritor tanto en la época de Cartagena (El Universal) como la siguiente en Barranquilla (El Heraldo), cuando se estaba fraguando el gran autor que deslumbraría al mundo años más tarde.
El número ofrece también una larga conversación sobre la inagotable pasión cinéfila del autor entre dos personas que le conocieron de cerca, su hijo, el director de cine Rodrigo García, y el también cineasta Mariano Barroso con el que compartió un taller en Sundance. “La vida puede darse el lujo de ser caótica, pero la ficción debe respetar unas reglas”, confesó alguna vez según recoge Barroso.
Las desenfadadas fotos que Colita le hizo en 1969 en Barcelona y la peineta con la que el escritor despide este número, perteneciente a la última sesión que concedió al fotógrafo bogotano Juan Ruy Castaño en su casa de Ciudad de México, son algunas perlas más de este número tan inolvidable.