'Pájaro en el espacio', el juicio de Brancusi contra EEUU para aclarar qué es arte en las aduanas

Brancusi y 'Pájaro en el espacio'

1926. En la aduana de Nueva York, dos funcionarios revisan una caja proveniente de París. La envía un tal Brancusi, a la atención del señor Marcel Duchamp. La documentación reza: 'contenido, escultura; aranceles, obra de arte, libre de impuestos'. Los esforzados aduaneros desatornillan la tapa y la levantan. Al retirar las protecciones descubren un churro de bronce. Extrañados, uno de ellos pregunta: pero, ¿esto es arte?

Constantin Brancusi nació en Rumanía pero se mudó a París, el lugar donde sucedía todo. Estamos en 1923 y el escultor está de enhorabuena: acaba de alumbrar una obra fundamental, Pájaro en el espacio. Al artista le obsesionaba el vuelo de las aves, cosa que no es de extrañar: el 'movimiento' fascinó a muchos artistas de vanguardia. Basta con recordar a los futuristas, que también rondaban por París. En 1909, Marinetti había publicado un manifiesto artístico en Le Figaro donde se decía: "Afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carreras, con su capó adornado de gruesos tubos semejantes a serpientes de aliento explosivo…, un automóvil rugiente que parece correr sobre la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia".

Leonora Carrington, la pintora surrealista que reivindicó que no era musa sino compañera

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Retomemos. Pájaro en el espacio es una escultura de aspecto cilíndrico (fina en los extremos y rechoncha por el centro) que se apoya en un pequeño cono unido a un pedestal. Mide poco menos de metro y medio y el contorno apenas supera los dieciséis centímetros. La descripción no le hace justicia a su belleza. Brancusi intentó sintetizar la forma del vuelo, reduciendo al modelo (la supuesta avecilla) a su mínima expresión. Así, aminorando lo que vuela, hizo aparecer el vuelo mismo. El escultor trabajó en esta serie durante veinte años, haciendo nueve versiones en bronce y otras siete en mármol. En la ficha del Metropolitan Museum correspondiente a esta obra, se lee: "Elimina las alas y las plumas, alarga la curvatura del cuerpo; y la cabeza y el pico se reducen a un plano ovalado inclinado. En equilibrio sobre una base cónica esbelta, el impulso ascendente de la figura no tiene restricciones".

Contra lo que pueda parecer, los agentes de aduana son gentes con profundas convicciones estéticas. Henri Rousseau, el extraordinario pintor naíf, tuvo el carné del gremio. También Clement Greenberg, quien fue, probablemente, el crítico más influyente del siglo XX

Lamentablemente, el manual de los intrépidos empleados de la fila del nada que declarar carece de explicaciones tan sofisticadas. En el epígrafe 'arte', subsección 'escultura', se dice: "Reproducción mediante tallado o fundición, imitación de objetos naturales, principalmente la forma humana". Los funcionarios vuelven a mirar el cachivache y menean la cabeza. El más sagaz pasa rápidamente las páginas de su vademécum fiscal; llegando al índice, repasa con el dedo la extensa lista de categorías. "Ajá, aquí está", señala, aliviado. "Enseres de cocina y material hospitalario". Arancel al canto. Nuestros protagonistas se miran complacidos: nadie mancillaría el canon de las artes mientras ellos estuviesen de guardia.

La disputa se dirimió en un sonoro juicio: Brancusi contra los Estados Unidos, uno a cero en el marcador. Contra lo que pueda parecer, los agentes de aduana son gentes con profundas convicciones estéticas. Henri Rousseau, el extraordinario pintor naíf, tuvo el carné del gremio. También Clement Greenberg, quien fue, probablemente, el crítico más influyente del siglo XX y un acérrimo defensor del estilo favorito de la CIA: el expresionismo abstracto. Pero esa es otra historia.

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