"Tan chusco, tan facha, tan grosero, tan zafio”, la inconfesable afición a Torrente de Joan Baldoví
El humor y la política pueden ser considerados como cosas incompatibles a primera vista. Los plenos con cada vez más insultos y las diferencias, tantas veces insalvables entre unos y otros, hacen que la ciudadanía se sienta alejada de este ambiente tan violentamente crispado. Sin embargo, hay figuras del panorama político que se desmarcan de esta imagen -a veces acertada- del político iracundo, serio, lenguaraz y, en no pocas ocasiones, cruel.
El síndic de Compromís en Les Corts Valencianes, Joan Baldoví, es un rara avis con respecto a esa imagen estereotipada. Fiel defensor de introducir el humor como una parte fundamental de la política –y de la vida-, se ha labrado la imagen de político "con gracia" y establece la ironía como necesaria para “no caer en el fango” y para combatir la crispación, que “nunca se podrá combatir con más crispación". Afortunadamente, asegura no estar solo y nombra a políticos que él considera con mucho sentido del humor, como Gabriel Rufián, Aitor Esteban, Rajoy o Jon Iñarritu, entre otros.
Para Baldoví es muy necesario reírse, y recomienda por ello a aquellos lectores de infoLibre que sean personas serias pero quieran dejar de serlo (por lo menos un poquito), la serie El joven Sheldon, que le parece divertida y rompedora.
Aunque el humor de Baldoví suele ir en sintonía con sus ideas, nos confiesa que no puede evitar que le haga gracia el personaje de Torrente. Este despojo humano creado para la ficción por Santiago Segura es la antítesis de Baldoví, “tan chusco, tan facha, tan grosero, tan zafio…”. Y, sin embargo, cuando ve las películas no puede evitar reír: "Aunque sea todo lo que nunca sería yo, todo lo que detesto”. ¡Ni siquiera su mujer lo entiende!
Dejando de lado la ficción, Baldoví recuerda con una sonrisa las vacaciones de su infancia y pre-adolescencia. Se ve descalzo, sin camiseta, caminando al lado del mar, rodeado de arenales, cañares, campos de tomate, melones y naranjos. Recuerda aquellos paisajes, los olores y aquella luz, que aunque ya no existen, o al menos no con la intensidad que solo puede dar la infancia, siempre están presentes en su memoria. “Jugando a ser un indio apache que construía su cabaña, su arco y sus tambores con latas vacías de aceite de coche y luchando en pequeñas guerras contra los comanches de la ciudad. Solo entraba en casa para comer, merendar y dormir”, rememora con cariño.
De los años de adolescencia también nos cuenta una anécdota de esas en las que, una vez la risa irrumpe, es imposible pararla. “Cuando hacía COU -equivalente a 2º de bachillerato-, en clase de Formación del Espíritu Nacional. El profesor, un funcionario del ayuntamiento, explicaba los Principios Fundamentales del Movimiento y, en un momento dado, un condón inflado como un globo comienza a volar sobre nuestras cabezas y la clase entera empieza a darle palmadas hacia arriba para que no aterrizara. 35 adolescentes de 16 y 17 años riéndonos sin parar ante la mirada estupefacta del profesor que no sabía si gritar o reírse con nosotros”. A veces todavía se ríe, con los amigos que mantiene de aquella época, cuando recuerdan la cara de don José Antonio. "Fui un niño muy feliz y soy un adulto muy feliz también", confiesa risueño.
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Incluso ahora, por supuesto, hay también momentos en los que regresa esa “risa tonta” de la infancia. La última vez que se dejó atrapar por estas carcajadas fue durante un partido de fútbol, que era en realidad simplemente una "excusa" para verse los cuñados, "hablar y reír con unas cervezas y unas empanadillas valencianas”. Baldoví no pudo parar de reír cuando su cuñada contó que lleva un reloj de actividad, un aparato que mide los kilómetros, el sueño y las calorías: “Después de una etapa del Camino de Santiago de más de 25 kilómetros, llega al hotel rendida, se ducha y, cuando por fin se sienta, su reloj le dice sin inmutarse: 'Es hora que vayas a dar un paseo'. Después de 25 kilómetros, el muy cabrón. Mientras lo contaba, nos cogió una risa floja y estuvimos más de diez minutos sin poder parar de reír. Lo grabé en vídeo y a veces lo vemos para volver a reírnos”.
Esa risita tontorrona también la mantiene gracias a los chistes malos, por los que siente absoluta pasión y de los que su cuñado Manolo es el "rey". A pesar de ser "muy mal contador de chistes", se anima el político a compartir su favorito: "¿Qué músculo va desde el cuello al hombro? Trapecio. Yo a ti también. Pero dime cuál es, por favor".
Tras semejante despropósito cómico (no es tan terrible en realidad), reflexiona sobre los excesos de la corrección política, supuestamente imperante. "Creo que muchos hemos aprendido, y seguimos aprendiendo cada día, que una palabra puede herir a otra persona y que vale la pena el esfuerzo de hablar con tacto y corrección. Pienso que, al final, nos hace mejores personas y hacemos más felices a las demás”. Manteniendo esta visión benevolente, asegura para terminar que aún creyendo en el humor como agente esencial en nuestro día a día, nunca bromearía sobre el dolor y el sufrimiento de la gente.