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Yo quiero oír a Pablo Casado llamando asesino a Franco

Apostar por quien atribuye todos sus errores a la mala fortuna sólo te traerá mala suerte

Tengan cuidado al bajar, porque un tren puede ocultar otro, dice la megafonía de Renfe en el más poético de todos sus avisos a los viajeros, y el caso es que en un mundo tan lleno de dobles fondos, segundas intenciones y mentirosos de toda índole, esa es una advertencia que vale para casi todo. ¿A quién va usted a creer: a mí o a sus propios ojos?, preguntaba Groucho Marx en una de sus películas, cuando le pillaban con las manos en la masa. Pues, en estos tiempos de manipulaciones, fotos trucadas y noticias falsas, hay que responder: a ninguna de las dos cosas, porque hoy lo que estás viendo también puede ser mentira, lo tienes delante y en realidad no está allí, se le ha hecho una fotografía pero nunca ocurrió. Y desde luego, esa alerta que sale por los altavoces del AVE y demás, le va como anillo al dedo a la última de Pablo Casado, que esta vez no ha medio dicho que la energía solar sólo funcione de día; ni se ha llevado Getxo de Bizkaia a Gipuzkoa; ni ha manifestado en Melilla su “orgullo de estar en la única ciudad española y europea en África”, como si Ceuta estuviera en Bielorrusia; ni ha clamado que “no se puede demonizar el azúcar”; ni ha calificado de “aquelarre” un acto de políticas domo la ministra Yolanda Díaz, la alcaldesa Ada Colau, la vicepresidenta de la Generalitat Valenciana, Mónica Oltra y las diputadas de la Asamblea de Madrid, Mónica García, y la de Ceuta, Fátima Hamed; ni siquiera ha repetido eso de que “un agricultor es el primero que se levanta a las cinco de la mañana a ordeñar”…

No, esta vez se ha metido a oír misa en Granada, justo en una de las once iglesias en las que se iba a rezar por el alma del desalmado Francisco Franco, qué mala suerte, en un país como España donde hay veintitrés mil parroquias y ochenta y siete catedrales. Y qué falta de previsión, hacerlo justo en el día en que los nostálgicos de la dictadura conmemoran el aniversario de la muerte del general sedicioso. El homenaje estaba anunciado previamente, lo auspiciaba la fundación que, inexplicablemente en una democracia, sigue enalteciendo al Funeralísimo, y dejaba caro que era un rezo por él y “todos los Caídos por Dios y por España”. Ya sabemos de quiénes se trata, porque a los otros aquel régimen sanguinario y sus correveidiles los definían como “antiespañoles.”

Aquí el problema, sin embargo, está en el otro tren, salvo que a Casado lo dejemos por imposible, aceptando que bastante tiene ya él consigo mismo y con pegarse tiros en el pie, como si le hubiesen pintado una diana en cada zapato García Egea y Abascal, su mano derecha en el izquierdo y su socio de la ultraderecha en el contrario. Si no lo hacemos, habría que preguntarle qué clase de equipo rodea al secretario general del Partido Popular y cómo es posible que nadie se entere nunca de nada, ni él ni sus asesores, tampoco de que en ese templo se iba a homenajear a un genocida que no puede ser asociado en modo alguno con nadie que aspire a presidir un Gobierno democrático, en nuestra nación ni en ninguna: ¿se imagina alguien a Angela Merkel en un servicio religioso a Hitler o a Mario Draghi en uno a Mussolini? ¿Se los imaginan siquiera entrando a un lugar donde hubiese una placa como la que rinde tributo a José Antonio Primo de Rivera, inventor del grupo paramilitar Falange, en la fachada del Sagrario de Granada, que es donde fue a orar el jefe de la calle de Génova, según dicen en su formación, “por simple casualidad”, sólo “porque estaba muy cerca de su hotel”? ¿Tampoco reparó en la corona de flores de la Fundación Francisco Franco que estaba al pie del altar, ni en la bandera inconstitucional que estaba desplegada en los primeros bancos de la capilla? Parece que a la casualidad se unió el despiste…

La siguiente cuestión es: si de verdad Casado no sabía a lo que iba y entró allí por casualidad, ¿por qué no se fue en cuanto vio de qué iba aquello? ¿Y por qué no ha hecho alguna declaración en la que quede clara su repulsa hacia quien se abrió paso a tiros hacia la jefatura del Estado y su régimen opresor, cuando tanto le escandalizan otros sistemas que juzga totalitarios? Yo querría oír a Pablo Casado llamando asesino a Franco. Pero, por ahora, sólo le he escuchado que “los de izquierdas están todo el día con la guerra del abuelo, con las fosas de no sé quien, con la memoria histórica…”. Por la boca muere el pez… y a veces mientras dice lo que de verdad piensa.

El tercer tren de esta historia para no dormir es la propia iglesia católica de hoy, demasiado pareja a la de ayer, la que apoyó al tirano, lo recibía bajo palio y con agua bendita, fue su cómplice antes y después de la Guerra Civil y no dijo una palabra en contra de sus miles de asesinatos, disfrazados de penas de muerte, pintados con el barniz de una ley que en realidad era sangre y, decenas de miles de ellos, cometidos en tiempos de paz, si es que se puede llamar así a las cuatro décadas que el general traidor mantuvo a España bajo su bota. Esta vez, la Archidiócesis de Granada se justifica lavándose las manos como Poncio Pilatos, con el argumento de que “un grupo de feligreses” solicitó “que se rezara por el alma de Francisco Franco, a lo que se accedió, como ocurre con cualquier persona” que quiere pedir por el descanso eterno “de un difunto.” Es una disculpa ignominiosa, que produce vergüenza ajena.

Y una última pregunta: ¿qué es peor, que Pablo Casado no se entere de nada o que sí lo haga, pero diga que no? Cualquiera de las dos cosas no parece que lo conviertan en un buen aspirante a la presidencia de nuestro país.

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