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La crisis en Ucrania y el precio del café
La política internacional ocupa un espacio muy reducido en la mayoría de medios españoles porque, al parecer, hace huir al público. Cierto o no, este es el lugar común en el que se mueve el periodismo nacional, algo de una importancia menor si lo comparamos con la atención que la materia despierta en nuestra política. Es difícil recordar una discusión encendida, para qué decir constructiva, sobre asuntos internacionales, descontando, eso sí, las memeces con Venezuela como arma arrojadiza esgrimidas por la derecha. Algunos deben de pensar que España sigue siendo el centro de un imperio, otros que lo que sucede más allá de nuestras fronteras es mejor obviarlo, so pena de ser calificados de colonialistas.
Este absurdo vacío se ha visto amplificado en los últimos tiempos por la asimilación del objetivo político, hacer cosas, a una de sus herramientas, cómo contarlas, dejando en paños menores el análisis de lo factual: de tanto estar atentos a las narrativas se nos han olvidado los números. Y resulta que la política internacional, aunque a menudo parece que va de banderas, grandes declaraciones y estrategia diplomático-militar, en el fondo va de números. Números que marcan la cantidad de tropas desplegadas por Rusia en su frontera con Ucrania, números que miden los 841 kilómetros que separan a Moscú de las tropas OTAN que Washington quiere situar en esa frontera, números sobre los metros cúbicos de gas que no circulan por el Nord Stream 2, números que cuantifican la inflación y, por tanto, por qué a usted le cuesta más el café con el que empieza el día.
No hace falta ser un admirador de Putin para entender que para Rusia es inadmisible tener la presencia de uniformados del Pentágono a unos centenares de kilómetros de Moscú, como lo sería para EEUU contar en su frontera mexicana con tropas rusas
Sergei Lavrov, ministro de Exteriores de Rusia, declaró el 14 de enero que la paciencia de su país se había agotado. El presidente Putin, a finales de diciembre, que reaccionarían duramente a las medidas hostiles. Ambos se refieren a la intención de la Alianza Atlántica de extenderse hasta Ucrania, desde al menos la cumbre de Bucarest de 2008. Las repúblicas ex-soviéticas del Báltico son integrantes de la OTAN desde 2004, antiguos países del Pacto de Varsovia como Polonia o Hungría desde 1999. Según la parte rusa, una de las condiciones para el repliegue en Europa Oriental tras el final de la URSS fue que el bloque occidental no avanzaría hacia el Este. De completarse la ampliación ucraniana, Rusia tendría toda su frontera europea lindando con la OTAN, a excepción de Bielorrusia.
La política internacional se suele contar como una historia de buenos y malos, al lector le toca discernir si más que las maldades ajenas son ciertas las bondades propias. No hace falta ser un admirador de Putin para entender que para Rusia es inadmisible tener la presencia de uniformados del Pentágono a unos centenares de kilómetros de Moscú, como lo sería para Estados Unidos contar en su frontera mexicana con tropas rusas. Por bastante menos se desencadenó la crisis de los misiles de Cuba en 1962. Algunos analistas creen que fue el episodio que advirtió a Kennedy de que el complejo militar-industrial de EEUU tenía intereses propios que podían ser un peligro para la estabilidad mundial. Un año después le asesinaron en Dallas.
Rusia quiere una Ucrania bajo su control, de eso no hay duda. Recuperó la península de Crimea y mantiene tropas encubiertas en la guerra civil larvada que se da en el este del país, que se declaró independiente tras el derrocamiento del presidente Yanukovich, prorruso, mediante el alzamiento del Maidán en 2013. Que aquello empezó como una protesta contra la corrupción y la negativa del presidente a la entrada en la UE es cierto; que derivó rápidamente a una toma del poder violenta, con organización paramilitar y dominio de la extrema derecha, también. Que el senador McCain andara entre las barricadas pregonando la libertad mientras le seguían las cámaras de la CNN fue, obviamente, más que una visita turística. Es difícil mantener que se buscaba la democracia en Ucrania cuando el paso siguiente fue la ilegalización de partidos, el asesinato de sindicalistas y la persecución cultural hacia los rusos. A Rusia le interesa Ucrania como escudo y a Estados Unidos como espada. Biden avisó tras el último encuentro con Putin el 30 de diciembre que habría consecuencias a la militarización de la frontera. El dos de enero se desataron protestas violentas en Kazajistán, aliado de Rusia.
Todo esto sonaría lejano si no fuera porque la Unión Europea comparte masa continental con Rusia. Un ejemplo: tras la primera crisis ucraniana de mediados de la pasada década, la UE impuso sanciones económicas a Moscú. Los rusos respondieron dejando de comprar productos europeos. La huerta española se resintió notablemente. Con el gas está sucediendo algo similar. La UE padece una crisis energética derivada de diversos factores: un aumento de la demanda por un 2020 con temperaturas más acusadas, el menor uso de carbón y petróleo, el mayor parque de vehículos eléctricos, el confinamiento y el teletrabajo, problemas en el Magreb… Se descompensa la producción con la demanda, los precios suben. El gas es puente fundamental para la transición energética hasta que el parque renovable sea autosuficiente. Rusia tiene mucho gas, se lo vende a Europa. Hasta ahora.
El gasoducto Nord Stream 2, de capital privado europeo más la rusa Gazprom, está finalizado, uniendo Vyborg con Greifswald a través del Mar Báltico, como ya hace el número 1. No hay terceros países entre Rusia y Alemania como sucede con el gasoducto Yamal, de paso por Bielorrusia y Polonia, y el que atraviesa Ucrania, cerrado desde octubre. Que Nord Stream 2 no funcione aún es consecuencia de una decisión administrativa alemana: hay un funcionario que no acaba de poner un sello en un papel. A ambos países les interesa llegar a un acuerdo, algo perjudicial para los intereses de Kiev, ya que perdería una de sus pocas monedas de cambio con Moscú. Uno de los últimos movimientos de Merkel antes de su jubilación fue apoyar la puesta en marcha del proyecto.
La inflación sube en la zona euro con una magnitud y una velocidad no vistas en los últimos 30 años. Los liberales se han apresurado a culpar a las políticas expansivas y a advertir de que no se pueden subir los sueldos. Parece que se les pasa por alto algo llamado pandemia, ruptura de la cadena de suministros, la recuperación brusca tras el primer parón pandémico. También que una parte sustancial se debe al encarecimiento de la energía. La recuperación se ve amenazada por la subida de precios, tanto que deberíamos preguntarnos si la UE como proyecto podría aguantar otra recesión que se sume a la larga ola catastrófica iniciada en el 2008 en Estados Unidos. Pero no solo.
La pregunta que deberíamos hacernos son las razones por las que la UE se pega un tiro en el pie no abriendo el Nord Stream 2 y, más allá, impidiendo unas relaciones comerciales normales con Rusia. La respuesta más común es que la UE no admite el chantaje ruso y que la democracia es innegociable. Es decir, que tenemos que dar por bueno que el poder económico europeo pone en peligro sus intereses por la supuesta libertad en Ucrania, el mismo que mantiene relaciones cordiales con las dictaduras del Golfo o que no dudó, en la pasada década, en someter a las poblaciones del sur de Europa a duros recortes para calmar a los mercados. Pues ustedes me disculparán, pero aquí hay algo que no cuadra.
La respuesta, desde mi punto de vista, es que a la UE le es indiferente Ucrania, no así Rusia, a la que considera una potencia militar a vigilar de cerca, pero con quien sabe que puede tener unas relaciones de entendimiento a través de las necesidades mutuas de energía y divisas. Algo que no sucede porque a Estados Unidos no le interesa, primero por su enfrentamiento con el bloque 'sino-ruso', pero también para mantener bajo control a una Unión Europea que podría dejar de ser aliado incondicional para pasar a ser aliado independiente, es decir, uno que ponga por delante sus intereses antes que los de Washington. Más desde la salida del Reino Unido, el que era el principal baluarte atlantista dentro de la Unión.
La UE padece un déficit comercial con China, uno que además empieza a ser tecnológico. Tiene dependencia energética rusa. Una fuga de capitales constante a los fondos de inversión estadounidenses más una dependencia militar, tecnológica e incluso histórico-sentimental de un país que atraviesa una grave crisis de legitimidad tanto interna, asalto al Capitolio, como externa, evacuación de Kabul. La UE, siendo realistas, no puede variar de un día para otro su posición geopolítica de cercanía a los Estados Unidos, pero tampoco, siendo igual de realistas, carecer de una política exterior propia. Estados Unidos hostiga a Moscú, como manera indirecta de dañar a Pekín. Biden negocia con Putin, en una mesa donde no se espera a von der Leyen. Ahí tienen el resumen.
¿Y España? Pues su papel, al margen del conjunto de la UE, es como poco importante. Es el único país europeo con conexión directa con el yacimiento argelino de Hassi R’Mel, a través del gasoducto Medgaz. Los otros conectan Argelia con Italia vía Túnez, el tercero, a través de Marruecos, permanece cerrado por las tensiones entre Rabat y Argel. Además posée, probablemente una de las mayores potencialidades climáticas europeas para el desarrollo de las renovables. Su posición política actual parece encajar, cuando no liderar en algunos aspectos como el laboral, el nuevo ciclo de políticas expansionistas que se abre camino en la UE. En esta crisis debe jugar sus cartas respecto a Berlín, Moscú y Washington con habilidad: nadie le exige que encabece ningún frente, puede impulsar de manera significativa un movimiento de Scholz por una salida pacífica a la crisis ucraniana.
París, marzo del año 2005. Reunión del eje franco-alemán, que en esos momentos ya se extiende hasta Madrid: Chirac, Schröder y Zapatero. También asiste de invitado Vladimir Putin. La trágica aventura de Irak ha desvelado en el corazón de Europa que Estados Unidos está entrando en una etapa solipsista muy poco fiable. Todo el mundo en aquella mesa sabe quién es el presidente ruso, hasta él mismo, que es consciente de que tras las buenas palabras se halla un hecho incuestionable: la estabilidad de Rusia es clave para la estabilidad de Europa.
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