El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Espinosa de los Monteros, end of the saga
A Iván Espinosa de los Monteros, portavoz de Vox, le han embargado su sueldo de diputado. El pasado 21 de marzo, el juzgado de primera instancia número 36 de Madrid dictó esta medida para cubrir la condena de 81.000 euros por la deuda no satisfecha de la reforma de su vivienda, 545 m2, cuatro alturas, en el norte de Madrid. Aunque el juzgado ya había dado orden con anterioridad de embargar sus devoluciones tributarias, una finca y unas cuentas bancarias, estimó que no era suficiente para cubrir el montante. Estos son los hechos. Ahora imaginen cambiar al protagonista y situar a cualquier otro, quizá un diputado de Podemos, en esta misma situación: el ruido mediático sería tan ensordecedor que se escucharía hasta en Australia.
Enrique Santiago, secretario general del PCE, también diputado y abogado de profesión, explicaba en sus redes sociales en qué consistía la sentencia del juzgado, confirmada por el Tribunal Supremo en noviembre, contra la estrategia del diputado ultra, que contrató los servicios de la constructora a través de una sociedad: “Se dice ‘levantar el velo’ la condena a quien se ‘esconde’ tras una sociedad instrumental para no pagar a sus acreedores: pone a otros a trabajar para él y en vez de pagar, la sociedad instrumental se declara insolvente. Muy asesorado y muy poco ético”.
Espinosa de los Monteros ha reaccionado a la sentencia con su habitual tono displicente cuando de lo que se trata es de evadir responsabilidades, acatándola y asegurando que ha hecho entrega de la cantidad adeudada en el juzgado “para no seguir enfangado en la burocracia de la administración”. Rocío Monasterio, pareja de Espinosa y portavoz de Vox en la Asamblea de Madrid, ha manifestado que la empresa encargada de la reforma "no ejecutaba bien los trabajos y no pagaba a sus trabajadores", quienes "tenían que salir corriendo porque no se les estaba pagando la Seguridad Social [...] Hubo que rescindir ese contrato a la constructora”.
Ya es curioso que el matrimonio de Espinosa y Monasterio, formando parte del mundo del ladrillazo y la especulación inmobiliaria, encargaran las obras, precisamente, a una constructora que no daba de alta a sus empleados en la Seguridad Social. También que Rocío Monasterio trabajara sin licencia de arquitecta como ella misma reconoció ante un juez en 2008. Se diría que en determinados ambientes las reglas, las leyes y las deudas son optativas de cumplir, dependiendo de si ese día te has levantado con el pie derecho o con el extremo derecho. Como las sentencias, que resbalan por la credibilidad sin apenas mancillarla.
Vox, al cual Espinosa de los Monteros y sus chanchullos encarnan a la perfección, es un partido pensado para la defensa de esa clase de personas que encuentran exótico cumplir las normas comunes, cobrar una nómina o saldar sus deudas
Este tipo de actitudes, a poco que uno tenga algo de memoria cultural, no son nuevas, sino parte de una tradición que Berlanga supo captar a la perfección en La escopeta nacional, donde el personaje del Marqués de Leguineche era un manirroto que, salvo el título nobiliario y la finca, escenario para la cacería donde los prebostes del régimen llevaban a cabo sus componendas, no se gastaba un duro en la organización del evento. En Patrimonio nacional, la continuación de las desventuras nobiliarias, los Leguineche tienen un lío con Hacienda, a la que no contribuyen desde tiempos inmemoriales, simplemente porque ellos están por encima de esas fruslerías de pagar impuestos. En Nacional III, último capítulo de este despropósito nobiliario, el hijo del marqués, interpretado por López Vázquez, acaba en un tren destino Lourdes fingiendo ser un pobre tullido, en una operación de evasión de capitales.
Vox es un partido peligroso cuyo fin último es la involución reaccionaria de nuestro sistema político a un estado anterior a 1978. Utilizan la mentira y la intoxicación para conseguir que una parte de la sociedad caiga presa del odio y la emergencia ante una serie de amenazas inexistentes. El PP, que ya no sabe muy bien si es rehén o cómplice, participa en esta operación para que los votantes conservadores estén convencidos no de que el Gobierno de Sánchez es malo o mejorable, sino de que ha venido a destruir España. La cohesión mediante el miedo que se supera embarcándose en una misión histórica. Una que ha de cumplirse a toda costa y por cualquier medio.
Pero no se engañen, detrás de toda esta alucinada fraseología del desastre, detrás de toda esta retórica de agitación, detrás de las pretensiones imperiales quien se encuentra no es Abascal con un yelmo de conquistador, sino Espinosa de los Monteros y sus apaños: las ganas del rentismo de seguir viviendo sin dar un palo al agua, tan triste y prosaico como eso. Vox, al cual Espinosa de los Monteros y sus chanchullos encarnan a la perfección, es un partido pensado para la defensa de esa clase de personas que encuentran exótico cumplir las normas comunes, cobrar una nómina o saldar sus deudas, sencillamente porque nunca han necesitado hacerlo.
Nuestro cómic clásico reflejaba entre historietas y humor los ecos de un país lleno de escasez y brutalidad, la que los abuelos de los actuales ultras habían impuesto a tiros. En Rue del Percebe, la historieta de una sola página protagonizada por una comunidad de vecinos, precursora en papel de La que se avecina, el moroso del ático era uno de los personajes esenciales para entender la sociedad de entonces. Pensado como un trasunto del dibujante Vázquez, que se las apañaba como podía para llegar a fin de mes entre sableo a los conocidos y dando esquinazo a los acreedores, el moroso encontraba también acomodo en toda la nomenclatura de cargos franquistas, los cuales tenían por costumbre no pagar nunca en los negocios que frecuentaban, empezando por Carmen Polo, mujer del dictador, que hacía temblar a las joyerías con sus visitas.
El rentismo carece, por naturaleza, siquiera del más mínimo emprendimiento empresarial, de ahí su extrañeza respecto al trabajo, con el que no se relaciona mediante el conflicto, como el capital, sino mediante el desprecio. El rentista, una figura habitual en el fresco galdosiano, volvió con fuerza a la España del ladrillazo, ecosistema favorito para el que vive de la especulación y el diezmo de los alquileres. No producen, ni siquiera gestionan, tan sólo extraen desde esa comodidad del que sabe que, salvo catástrofe en la herencia, su vida está resuelta. Ya que nadie se atreve a meter mano a lo inmobiliario, menos desde que los fondos de inversión norteamericanos andan removiendo el puchero, al menos habría que obligar a los rentistas a cobrar sus letras a domicilio. En atención a su salud y para que lucieran el palanquín.
Miguel Gila, al que se recuerda por sus números cómicos en televisión, siempre colgado del teléfono hablando de la absurdez de la guerra, fue también un extraordinario viñetista que plasmó mediante un humor gráfico esta abismal brecha de clase. Ricos, sólo vemos su brazo, que mientras daban una limosna decían “perdone que no me acerque, pero es que acabo de estar en un banquete y me huele el aliento a caviar”. Otros, con frac y chistera, le espetan a un pobre mientras le alcanzan una servilleta usada: “como hoy es fiesta de guardar te dejo que chupes esta mancha de tortilla”. Iván Espinosa de los Monteros, hijo del IV marqués de Valtierra, podrá despachar deudas y sentencias como han hecho los de su clase siempre, pero nunca podrá desprenderse del rumor de estas viñetas, de la tradición de la pella, el pufo y la golilla, de ser como Leguineche & son, un end of the saga.
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