Ignacio Ellacuría, teólogo y filósofo de la liberación Juan José Tamayo
El silencio condena a Julian Assange
Confieso que la angustia que me ha asolado en los últimos meses vuelve hoy con fuerza. Es por Julian Assange. Me explico: estoy convencido de que su equipo de abogados vamos a conseguir parar esta extradición bendecida por el gobierno de Boris Johnson. Pero las noticias que me llegan desde la cárcel de máxima seguridad Belmarsh, donde se encuentra desde su expulsión de la embajada de Ecuador el 11 de abril de 2019, me lleva, al igual que a la magistrada del Tribunal Penal Central de Londres, Vanessa Baraitser –que en enero de 2021 rechazó la extradición a Estados Unidos aunque por razones bien diferentes–, a pensar que algo terrible puede ocurrir si la decisión se lleva a efecto. Baraitser alegó para rechazar la exigencia de la poderosa Norteamérica que existía un alto riesgo de que Assange optara por el suicidio en esa hipótesis. “La salud mental del Sr. Assange se halla en tal estado que resultaría agobiante para él ser extraditado a Estados Unidos” dictaminó.
Imagino, porque le conozco bien, lo que debe estar pasando por la cabeza de Julian. Padre de dos hijos, que concibió en un estado irreal, durante su encierro obligado de casi siete años en la embajada de Ecuador; con un absoluto convencimiento de que su acción de desvelar las cloacas del imperio era no solo justa, sino indispensable para el funcionamiento democrático de la sociedad en cada rincón del mundo, Assange está recluido en condiciones aterradoras, con la incertidumbre de lo que vaya a venir. Y está solo.
Mi desazón viene también de esa soledad que no se debe en exclusiva a las paredes del presidio. Va más allá. Recapitulo: Estados Unidos no perdona que Assange, mediante WikiLeaks, hiciera públicos miles y miles de documentos militares y diplomáticos de carácter confidencial, denunciando torturas y crímenes de guerra por parte de responsables militares de ese país, así como de filtraciones de las comunicaciones entre embajadas USA, con Gobiernos y servicios de información en todo el mundo.
Le acusan de cometer 18 delitos, de los cuales 17 se enmarcan en la Ley de Espionaje de 1917, cuando en la primera Guerra mundial se perseguía a los espías, y otro más en relación con la supuesta ayuda a la militar Chelsea Manning para utilizar los ordenadores de donde, se supone, salió la información. El delito se basa en la publicación de los diarios de guerra de Irak y Afganistán en 2010; los cables del Departamento de Estado y los archivos de Guantánamo. En gran parte de ellos, se evidenciaba la comisión de crímenes de guerra, torturas sistemáticas y una recua de crímenes internacionales.
La basura del imperio
Buscaron una argucia, las acusaciones en los tribunales suecos de una presunta violación, acusación que acabó durmiendo el sueño de los justos. Era un primer artificio para extraditarle a Estados Unidos. En el fondo otra excusa, la de hackear ordenadores, punto intermedio para llegar hasta la acusación de conspiración por parte de una Corte estadounidense. Como el calamar, EEUU va lanzando tinta sobre el objetivo principal, para camuflarlo. Pero en esas trampas late la sinrazón.
La pesadilla que está viviendo Assange desde que, gracias al entonces presidente ecuatoriano Rafael Correa, pudo refugiarse en la embajada de ese país, la puso de manifiesto el relator de la ONU contra la tortura Nils Melzer y también el Grupo de trabajo de detenciones arbitrarias de la ONU y el relator de salud de esa misma organización de Naciones Unidas, mediante informes contundentes.
Su equipo de defensores hemos sufrido también la persecución y el espionaje de quienes trabajan para ese sector oscuro de EEUU que no puede permitir que salgan a la luz las fechorías que perpetran. Los mismos que incitaron al presidente Donald Trump –quien no necesitaba que se le insistiera demasiado– en prohibir la entrada de la fiscalía de la Corte Penal Internacional en el país o hacer la vida difícil a ellos y a sus familias residentes allí por investigar los presuntos crímenes en Afganistán o en Palestina. El imperio basa su estilo de vida en meter bajo la alfombra la basura propia, para que no enturbie los negocios.
En la Audiencia Nacional española se está realizando un trabajo ímprobo en circunstancias nada fáciles para aclarar ese espionaje a los abogados de Assange. El juez instructor, Santiago Pedraz, y el fiscal Carlos Bautista buscan aclarar la presunta colaboración que habría prestado la empresa de seguridad española UC GLOBAL, al cargo de la seguridad de la Embajada de Ecuador en Londres, a la inteligencia de Estados Unidos. Analizan la colocación de dispositivos de grabación en audio y video ocultos, así como la copia de documentos de identidad de los visitantes con destino a un servidor que compartía desde España la información con la inteligencia norteamericana. Han cooperado judicialmente Francia, Italia, Grecia, Australia, Holanda, entre otros países como Alemania solicitando la información que haya afectado a sus ciudadanos. Curiosamente, poco de esto se ha conocido en prensa. La última comisión rogatoria del juez Pedraz supone solicitar la declaración del ex director de la CIA Mike Pompeo, entre otros, un acto valiente en los tiempos que corren y con los importantes poderes implicados.
¿Quién le apoya?
La primera parte de mi desazón se basa, como digo, en la situación que tiene ahora Julian y la incertidumbre de su futuro, pero el desasosiego adquiere tintes de congoja cuando miro alrededor y no veo grandes muestras de apoyo de aquellos mismos que han podido utilizar las revelaciones obtenidas gracias al trabajo del periodista y que se llenaron la boca en algún momento con la defensa de la libertad de prensa, extremo que en efecto se dirime en la base de este proceso, pero que ahora parece que se ha olvidado, empezando por los propios medios informativos. Esta visión que me inquieta la comparto con periodistas de convicciones firmes, como el propio director editorial de infoLibre, Jesús Maraña, profesional que da muestra a diario de enarbolar la bandera de la libertad de expresión, y también con algunos otros profesionales de medios que han hecho gala de la misma creencia.
Si es extraditado mientras todos callamos, seremos cómplices de que la impunidad triunfe. El silencio condena a Julian Assange
¿Pero por qué se levantan tan pocas voces? Leo que los principales sindicatos de prensa internacionales han llamado el miércoles pasado desde Ginebra a liberar a Julian Assange en nombre de la libertad de prensa y eso me reconforta. Deseo poder hacerle llegar la noticia –no pueden imaginar la dificultad para acceder al recluso incluso para nosotros, sus abogados- y que al menos le suponga un consuelo.
Desde el mundo político, en Europa se ha pronunciado Jean-Luc Mélenchon quien ha afirmado que, si es designado primer ministro, “el señor Julian Assange, creo que lo ha solicitado, será naturalizado como ciudadano francés y pediremos que sea evacuado a nuestro país". La vicepresidenta argentina, Cristina Kirchner de inmediato se expresó en contra: "La decisión de habilitar la extradición de Julian Assange no solo pone en peligro su vida sino que además marca un precedente alarmante para todos los y las periodistas del mundo que investigan y buscan la verdad: disciplinamiento periodístico para todos y todas", como también lo hizo el presidente Alberto Fernández. El expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y líder del PT, manifestó que Assange es un héroe de la libertad de prensa y debería estar libre: “La persecución contra él, su prisión y la amenaza de extradición deberían indignar a todos los demócratas del mundo".
Fue el premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel quien tras afirmar que “Assange no es un delincuente ni un espía, sino un hombre que entregó al mundo información sobre graves violaciones de los derechos humanos”, manifestó su extrañeza porque considera que pocas voces se levantan en su apoyo: “Sería muy trágico para la libertad de prensa que se cumpla esta condena, es una condena a muerte”,
Entre las reacciones más recientes contra la extradición de Assange, figura además la del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, quien está decidido a pedir al presidente Biden que se ocupe de este asunto. AMLO, como se le conoce coloquialmente, manifestaba el martes en la rueda de prensa que realiza cada mañana, su convencimiento de que atender tal solicitud “va en contra de grupos duros, severos que hay en Estados Unidos, como en todos los países, pero también debe de prevalecer el humanismo”. El presidente mexicano ya había intentado esta gestión con Donald Trump, al final de su mandato. “De acuerdo con las leyes de Estados Unidos tienen esa facultad los presidentes para emitir decretos, para liberar a presos, para indultar…”. AMLO hizo reproducir un video de WikiLeaks sobre el asesinato de periodistas por parte del ejército estadounidense en Irak. “Es por esto que está en esta situación”, explicó a los medios informativos. Aseguró que México le abre las puertas a Assange y que “desde luego” considera concederle la nacionalidad mexicana.
Después añadió algo que me parece fundamental. Dijo textualmente: “Naciones Unidas debe pronunciarse, todas las organizaciones de defensa de derechos humanos deben pronunciarse. No puede haber silencio”.
Ahí es donde me di cuenta de lo que provoca mi desconsuelo: el silencio, la falta de pronunciamiento de gobiernos democráticos, de instituciones, de prensa, de gente que cree en defender los derechos fundamentales entre los que se encuentra el básico de informar y el de que la ciudadanía reciba información. La información es lo único que puede frenar a los sátrapas, defender a los vulnerables y evitar que se atropelle la verdad. Si es extraditado mientras todos callamos, seremos cómplices de que la impunidad triunfe. El silencio condena a Julian Assange.
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